OPINIÓN · 21 MARZO, 2018 23:36

Una reflexión sobre la propuesta de dolarización

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Francisco Alfaro Pareja |@franciscojoseap

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En días recientes escuché una entrevista que le realizó Oscar Schemel al destacado economista Francisco Rodríguez, responsable de la política económica del candidato presidencial Henri Falcón. Luego de una muy amplia y detallada explicación, puedo decir que coincido plenamente con el diagnóstico de las causas del desmadre económico y la ruina del país. Sin embargo, no comparto la propuesta de tratamiento para este paciente llamado Venezuela: la dolarización de la economía.

La situación actual del país es verdaderamente dramática en todos los órdenes. No hay que ampliar en descripciones ya que abunda información al respecto. A nivel económico, por poner un ejemplo metafórico, Venezuela está como un rehén cuyas piernas se mantienen atadas fuertemente: no sólo es imposible la movilidad, sino que la falta de circulación de la sangre durante tanto tiempo está apunto de generar gangrena. Una medida podría ser cortar las piernas para liberar al rehén. Sin embargo, el efecto sería traumático y la movilidad nunca dependerá nuevamente de él mismo. Otra opción sería desatar rápidamente los nudos y aplicar medidas que permitan salvar ambas piernas y recuperar progresivamente la movilidad.

Efectivamente, el primer paso es neutralizar al secuestrador (y para eso la necesidad de impulsar mejores condiciones para darle una salida electoral y oportuna a la crisis, pero este es otro tema que no abordaré en el presente artículo), pero el tratamiento de la víctima para salvar las piernas tiene varias opciones. Nadie niega que con la dolarización podría frenarse en un tiempo bastante corto la hiperinflación que azota a los venezolanos, así como acabar con algunos de los guisos más gruesos de las redes de corrupción, pero a mediano plazo implica perder de manera casi irreversible herramientas que son fundamentales para la economía de un país. Específicamente, la política monetaria y cambiaria.

¿Qué implica perder estos dos instrumentos? En primer lugar, no disponer de la posibilidad de introducir o retirar flujo monetario al sistema financiero cuando se requiera, ya que dependeríamos de la Reserva Federal, la cual es una especie de organismo privado al margen del control público de EEUU.

En segundo lugar, perder la capacidad de devaluar o reevaluar de acuerdo a las necesidades del país a los fines de dinamizar la economía y la inversión.

Finalmente, depender de un organismo foráneo que maneja la moneda es quedar a expensas de vaivenes que sencillamente no es posible controlar. Si bien es cierto que la economía mundial se mueve de acuerdo al dólar y sus fluctuaciones, tener una moneda propia es una especie de anticuerpo que permite tamizar los efectos de potenciales crisis financieras.

Todos queremos que se den soluciones al actual drama del país, que se le dé trabajo a la gente y que el dinero que devengue le permita adquirir bienes, pagar servicios y tener una calidad de vida decente. En eso coincido con el economista. Sin embargo, difiero profundamente cuando señala que la política monetaria es accesoria y que termina siendo una distracción en un país con una hiperinflación tan alta.

Perder la herramienta monetaria y cambiaria no es un tema menor, muy por el contrario, es un asunto crucial del país. Por algo el Reino Unido nunca cedió su moneda al incorporarse a la Comunidad Europea. O, por poner el ejemplo contrario, Grecia tuvo pocas herramientas para lidiar con la crisis financiera de hace pocos años por no disponer de otra herramienta económica que no fuera la política fiscal.

Cuando afirma que la gente no come política monetaria, sino que come lo que puede comprar con lo que produce, Rodríguez plantea un falso dilema y desmerita uno de los principios básicos de un país como es su Soberanía Financiera, entendida con todas sus letras y con mayúsculas. No hablo de la tan cacareada y prostituida patria de la que fanfarronea el gobierno, sino del hecho fáctico que implica perder aún más independencia de la que ya hemos perdido con transnacionales y países como Cuba, China y Rusia.

Venezuela ha tenido a lo largo de estos casi 100 años el Mesías del petróleo, el cual nos ha permitido gozar de ingentes recursos que otros países de la región no han tenido y que, por irresponsabilidad, corrupción, ideologización y pillaje hemos dilapidado. Asimismo, la falta de políticas económicas y financieras serias, así como la precaria diversificación de la economía, nos han vuelto más dependientes que nunca y sometidos a las fluctuaciones de los precios del petróleo.

Ahora, la dolarización pareciera plantearse como este nuevo salvador milagroso que en cuestión de pocos años puede sacarnos de este atolladero. Es cierto que es una vía rápida para atender problemas muy serios, pero esto se haría a costa de condenarnos a otras dinámicas e intereses de los cuales la vuelta atrás es casi imposible. Por otra parte, nadie niega que la gente hoy en día paga productos a costo internacional y que, incluso, algunas transacciones se pagan en dólares. Pero esto no tiene que ver con el signo monetario, sino por la hiperinflación que ataca al país desde hace varios meses y por el desmontaje del aparato productivo nacional de los últimos quince años.

Nadie ha dicho que la salida de la grave situación económica del país será fácil. Muy por el contrario, requerirá de grandes sacrificios de los venezolanos en los próximos años, muchos de los cuales ya estamos pagando sin siquiera estar en período de ajuste, recuperación y rescate. Pero si realmente queremos construir un país distinto y próspero, debemos desarrollar políticas públicas que aseguren la inversión nacional e internacional, que promuevan el desarrollo del sector privado y el emprendimiento, la diversificación de la economía, el ajuste fiscal sin dejar de proteger a los sectores más necesitados, la independencia del Banco Central de Venezuela y su reprofesionalización, a fin de recuperar el valor del bolívar. Estas, entre muchas otras medidas, ninguna de las cuales implica perder la política monetaria y cambiaria.

Finalmente, y para los más escépticos, son muchos los ejemplos en América Latina de países que, luego de períodos hiperinflacionarios, han logrado tomar las medidas adecuadas para rescatar su economía y el valor de su signo monetario. Aprendamos de los que han tomado la vía más ardua, pero más sana, para resolver los problemas de sus países. Eso nos hará salir más fuertes de esta experiencia tan traumática. La vía rápida, a mediano y largo plazo, suele traer consecuencias secundarias difíciles de sortear.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.

 

 

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La situación actual del país es verdaderamente dramática en todos los órdenes. No hay que ampliar en descripciones ya que abunda información al respecto. A nivel económico, por poner un ejemplo metafórico, Venezuela está como un rehén cuyas piernas se mantienen atadas fuertemente: no sólo es imposible la movilidad, sino que la falta de circulación de la sangre durante tanto tiempo está apunto de generar gangrena. Una medida podría ser cortar las piernas para liberar al rehén. Sin embargo, el efecto sería traumático y la movilidad nunca dependerá nuevamente de él mismo. Otra opción sería desatar rápidamente los nudos y aplicar medidas que permitan salvar ambas piernas y recuperar progresivamente la movilidad.

Efectivamente, el primer paso es neutralizar al secuestrador (y para eso la necesidad de impulsar mejores condiciones para darle una salida electoral y oportuna a la crisis, pero este es otro tema que no abordaré en el presente artículo), pero el tratamiento de la víctima para salvar las piernas tiene varias opciones. Nadie niega que con la dolarización podría frenarse en un tiempo bastante corto la hiperinflación que azota a los venezolanos, así como acabar con algunos de los guisos más gruesos de las redes de corrupción, pero a mediano plazo implica perder de manera casi irreversible herramientas que son fundamentales para la economía de un país. Específicamente, la política monetaria y cambiaria.

¿Qué implica perder estos dos instrumentos? En primer lugar, no disponer de la posibilidad de introducir o retirar flujo monetario al sistema financiero cuando se requiera, ya que dependeríamos de la Reserva Federal, la cual es una especie de organismo privado al margen del control público de EEUU.

En segundo lugar, perder la capacidad de devaluar o reevaluar de acuerdo a las necesidades del país a los fines de dinamizar la economía y la inversión.

Finalmente, depender de un organismo foráneo que maneja la moneda es quedar a expensas de vaivenes que sencillamente no es posible controlar. Si bien es cierto que la economía mundial se mueve de acuerdo al dólar y sus fluctuaciones, tener una moneda propia es una especie de anticuerpo que permite tamizar los efectos de potenciales crisis financieras.

Todos queremos que se den soluciones al actual drama del país, que se le dé trabajo a la gente y que el dinero que devengue le permita adquirir bienes, pagar servicios y tener una calidad de vida decente. En eso coincido con el economista. Sin embargo, difiero profundamente cuando señala que la política monetaria es accesoria y que termina siendo una distracción en un país con una hiperinflación tan alta.

Perder la herramienta monetaria y cambiaria no es un tema menor, muy por el contrario, es un asunto crucial del país. Por algo el Reino Unido nunca cedió su moneda al incorporarse a la Comunidad Europea. O, por poner el ejemplo contrario, Grecia tuvo pocas herramientas para lidiar con la crisis financiera de hace pocos años por no disponer de otra herramienta económica que no fuera la política fiscal.

Cuando afirma que la gente no come política monetaria, sino que come lo que puede comprar con lo que produce, Rodríguez plantea un falso dilema y desmerita uno de los principios básicos de un país como es su Soberanía Financiera, entendida con todas sus letras y con mayúsculas. No hablo de la tan cacareada y prostituida patria de la que fanfarronea el gobierno, sino del hecho fáctico que implica perder aún más independencia de la que ya hemos perdido con transnacionales y países como Cuba, China y Rusia.

Venezuela ha tenido a lo largo de estos casi 100 años el Mesías del petróleo, el cual nos ha permitido gozar de ingentes recursos que otros países de la región no han tenido y que, por irresponsabilidad, corrupción, ideologización y pillaje hemos dilapidado. Asimismo, la falta de políticas económicas y financieras serias, así como la precaria diversificación de la economía, nos han vuelto más dependientes que nunca y sometidos a las fluctuaciones de los precios del petróleo.

Ahora, la dolarización pareciera plantearse como este nuevo salvador milagroso que en cuestión de pocos años puede sacarnos de este atolladero. Es cierto que es una vía rápida para atender problemas muy serios, pero esto se haría a costa de condenarnos a otras dinámicas e intereses de los cuales la vuelta atrás es casi imposible. Por otra parte, nadie niega que la gente hoy en día paga productos a costo internacional y que, incluso, algunas transacciones se pagan en dólares. Pero esto no tiene que ver con el signo monetario, sino por la hiperinflación que ataca al país desde hace varios meses y por el desmontaje del aparato productivo nacional de los últimos quince años.

Nadie ha dicho que la salida de la grave situación económica del país será fácil. Muy por el contrario, requerirá de grandes sacrificios de los venezolanos en los próximos años, muchos de los cuales ya estamos pagando sin siquiera estar en período de ajuste, recuperación y rescate. Pero si realmente queremos construir un país distinto y próspero, debemos desarrollar políticas públicas que aseguren la inversión nacional e internacional, que promuevan el desarrollo del sector privado y el emprendimiento, la diversificación de la economía, el ajuste fiscal sin dejar de proteger a los sectores más necesitados, la independencia del Banco Central de Venezuela y su reprofesionalización, a fin de recuperar el valor del bolívar. Estas, entre muchas otras medidas, ninguna de las cuales implica perder la política monetaria y cambiaria.

Finalmente, y para los más escépticos, son muchos los ejemplos en América Latina de países que, luego de períodos hiperinflacionarios, han logrado tomar las medidas adecuadas para rescatar su economía y el valor de su signo monetario. Aprendamos de los que han tomado la vía más ardua, pero más sana, para resolver los problemas de sus países. Eso nos hará salir más fuertes de esta experiencia tan traumática. La vía rápida, a mediano y largo plazo, suele traer consecuencias secundarias difíciles de sortear.

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