Las últimas semanas de 2022 y estos primeros días de 2023 hemos sido testigos de una de las más grandes batallas digitales (no campales) de todos los tiempos en Venezuela. Hemos podido apreciar el nivel de autodestrucción esbozado por el liderazgo opositor, cuya consecuencia inmediata ha sido el quiebre de la unidad “afectiva”. La agenda pública del país, suerte de reflejo de los problemas y temas fundamentales que interesan a los venezolanos se ha visto copada por los insultos extremos entre partidos y líderes opositores.
Este fenómeno es insólito. La cotidianidad de la gente se caracteriza por otros intereses y otros problemas muy complejos en materia de servicios públicos, inflación, devaluación, migración, salud, educación, entre tantas dificultades que confronta la ciudadanía diariamente en el país. Pero hemos visto semejante distorsión en redes sociales. El reflejo de un país que no es.
La distorsión no es solo económica. Nuestra inflación interna es superior a la internacional, que ha sido impactada por la guerra de Ucrania y otros conflictos geopolíticos globales. Amén de las cadenas de importación y distribución más la voracidad fiscal desatada ante la disminución de los ingresos petroleros del Estado. Todo ha estado `patas arriba´ en economía, pero ahora se suma esta desconexión de la agenda pública nacional con los problemas reales de la población al ser sustituidos por un debate superficial y cruel entre el liderazgo opositor por la eliminación del gobierno interino.
Fíjense lo delicado del asunto. A comienzos de noviembre la empresa encuestadora Delphos nos mostraba un panorama interesante. Aproximadamente la mitad de la población, entre los muy dispuestos y los que probablemente se dispondrían a votar en las elecciones primarias de la oposición a mediados de este año que recién comienza, daban cuenta de la posibilidad de reencuentro y articulación del descontento nacional hacia una figura del planeta opositor. Con el triste espectáculo brindado en las redes sociales, es muy probable que este porcentaje se ralentice o disminuya considerablemente. Pero hay más.
El meollo del asunto venezolano es que ahora se potenció un quiebre emocional-afectivo. Está claro que el planeta opositor siempre ha estado lleno de diferencias -por lo variopinto del mismo-. pero se manejaban con ciertos esquemas diplomáticos que permitían llevar las alianzas, en muchos casos, a feliz término.
En esta oportunidad, el nivel de insultos personales directos o por mampuesto en las redes sociales, ha menoscabado las relaciones para llevar una fiesta en paz. Recuperar el terreno perdido se convierte ahora en un enorme desafío, que está intrínsecamente atado al nivel de madurez y amor al país por encima de intereses personales o grupales. Si triunfa esta ecuación, aunque parezca imposible, en el corto plazo habrá posibilidades de reencuentro y reconciliación; de lo contrario el conflicto puede durar años e incluso, décadas.
La sociedad venezolana debe enfocarse en reorientar la agenda pública nacional por encima de intereses partidistas. No ayuda para nada en nuestro proceso de recuperación económica, mantener estas distorsiones que muchas veces son aceleradas por bots y activistas digitales al servicio de intereses minúsculos. Si no desmontamos la importación y exportación del odio, difícilmente tendremos claridad estratégica para acelerar nuestra salida de la crisis multidimensional que nos impacta negativamente desde hace varios años.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Apostar al futuro
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Este fenómeno es insólito. La cotidianidad de la gente se caracteriza por otros intereses y otros problemas muy complejos en materia de servicios públicos, inflación, devaluación, migración, salud, educación, entre tantas dificultades que confronta la ciudadanía diariamente en el país. Pero hemos visto semejante distorsión en redes sociales. El reflejo de un país que no es.
La distorsión no es solo económica. Nuestra inflación interna es superior a la internacional, que ha sido impactada por la guerra de Ucrania y otros conflictos geopolíticos globales. Amén de las cadenas de importación y distribución más la voracidad fiscal desatada ante la disminución de los ingresos petroleros del Estado. Todo ha estado `patas arriba´ en economía, pero ahora se suma esta desconexión de la agenda pública nacional con los problemas reales de la población al ser sustituidos por un debate superficial y cruel entre el liderazgo opositor por la eliminación del gobierno interino.
Fíjense lo delicado del asunto. A comienzos de noviembre la empresa encuestadora Delphos nos mostraba un panorama interesante. Aproximadamente la mitad de la población, entre los muy dispuestos y los que probablemente se dispondrían a votar en las elecciones primarias de la oposición a mediados de este año que recién comienza, daban cuenta de la posibilidad de reencuentro y articulación del descontento nacional hacia una figura del planeta opositor. Con el triste espectáculo brindado en las redes sociales, es muy probable que este porcentaje se ralentice o disminuya considerablemente. Pero hay más.
El meollo del asunto venezolano es que ahora se potenció un quiebre emocional-afectivo. Está claro que el planeta opositor siempre ha estado lleno de diferencias -por lo variopinto del mismo-. pero se manejaban con ciertos esquemas diplomáticos que permitían llevar las alianzas, en muchos casos, a feliz término.
En esta oportunidad, el nivel de insultos personales directos o por mampuesto en las redes sociales, ha menoscabado las relaciones para llevar una fiesta en paz. Recuperar el terreno perdido se convierte ahora en un enorme desafío, que está intrínsecamente atado al nivel de madurez y amor al país por encima de intereses personales o grupales. Si triunfa esta ecuación, aunque parezca imposible, en el corto plazo habrá posibilidades de reencuentro y reconciliación; de lo contrario el conflicto puede durar años e incluso, décadas.
La sociedad venezolana debe enfocarse en reorientar la agenda pública nacional por encima de intereses partidistas. No ayuda para nada en nuestro proceso de recuperación económica, mantener estas distorsiones que muchas veces son aceleradas por bots y activistas digitales al servicio de intereses minúsculos. Si no desmontamos la importación y exportación del odio, difícilmente tendremos claridad estratégica para acelerar nuestra salida de la crisis multidimensional que nos impacta negativamente desde hace varios años.
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