Seguimos siendo violentadas
Colectivos feministas protestan por el día de la mujer. Foto: Mairet Chourio.

Otro 25 de noviembre. Otro día para creer en que es posible la eliminación de todo tipo de violencia contra las mujeres en el mundo, pero cuando vemos las cifras y las noticias que reflejan las múltiples situaciones de maltrato sostenido contra las mujeres, perdemos la fe en el cambio.

Seguimos siendo víctimas y sobrevivientes de violencia sexista y machista sin que el Estado haga nada, sin que se declare un estado de emergencia, sin que a nadie parezca importarle. Y si suena fatalista es porque lo es.

Que se haga tan poco para acabar con el acoso, el asedio, el hostigamiento, la violencia machista y el feminicidio no es casual. El mensaje es claro: si sales de tu espacio “natural” doméstico y privado y quieres ocupar el rol tradicionalmente reservado a los hombres –la calle y el poder público–, atente a las consecuencias.

La primera Encuesta Europea de Violencia de Género (EEVG), con datos de 2022, reporta que 4.806.054 de mujeres entre 16 y 74 años, que viven en España, han sido víctimas de su pareja o expareja bajo la forma de humillación, amenaza, golpes o violación. Casi 5 millones de españolas, sin contar a las que no denuncian.

La violencia que se ejerce contra las mujeres, dice el estudio, “forma parte de un continuo de violencia estructural histórica que se despliega en todos los espacios de socialización en los que se desenvuelven las mujeres y las niñas”.

En Venezuela, las cifras que aportan ONG, que recogen como pueden ante la opacidad de datos del gobierno, dan cuenta de la masacre feminicida que como sabemos es la punta de un iceberg de la violencia basada en el sexo. Antes de llegar allí, con toda seguridad se dieron situaciones de hostigamiento, acoso, vejación, humillación, cosificación, burlas, exclusión y todo el abanico discriminatorio legitimado y normalizado que se despliega ante las mujeres por ser mujeres.

Testimonios

Conozco a muchas mujeres que supuestamente deciden no optar por hacer vida pública y con vida pública me refiero a transitar la calle, pero también a desenvolverse en espacios laborales, sobre todo donde el poder está más hipermasculinizado como empresas y partidos políticos.

En realidad, no es una decisión libre: las agresiones que reciben, acompañadas de una enorme sensación de indefensión y culpa y la presión social para que no se salgan de su papel, truncan cualquier aspiración personal legítima.

“Me incomoda que los hombres, específicamente mis amigos, crean que no puedo beber con ellos en la calle…Me siento casi permanentemente cosificada, acosada en los espacios públicos por los hombres, independientemente de la ropa que use o los espacios que recorra. Siento que no puedo ocupar el espacio público sin ser acosada. Han llegado a perseguirme, amenazarme, gritarme, pegarme nalgadas, lanzarme carros, no salgo a caminar ni correr porque me siento insegura. Me siento vulnerada cuando dicen que salgo sola para ir a buscar hombres, me molesta que digan que se ve feo si una mujer fuma en la calle”, relata Clariza*.

Cosas como estas son las que escuchamos en nuestras reuniones de mujeres. Da dolor reconocerlo porque cuando tienes que restringir tus libertades, imponerte un toque de queda particular de horarios y lugares para evitar el “peligro”, tomar cursos de autodefensa, reportarte cada dos por tres con amigas o vecinas para que sepan que estás bien, evitar vestirte de tal o cual forma, callarte lo que piensas y dejar de hacer lo que te place en la calle para proteger tu reputación, solo por el hecho de ser mujer, es la condena de vivir en una dictadura patriarcal.

Estoy segura de que un hombre ni se imagina el temor que representa para una mujer transitar el espacio público. Hay un innegable impacto diferenciado por sexo que no podemos soslayar: siendo mujer hay el doble de probabilidades de que se abuse de ti.

Es importante, además, que se entienda esta situación como parte de un entramado social montado para que muchas dejen de aspirar e intentar, aun cuando los mensajes de los grandes medios inviten a la realización personal sin límites, dibujando un camino de rosas que lo hace al mismo tiempo más frustrante.

¿Seguirá siendo necesario un 25N?

En mi época, muy pocas nos atrevimos y logramos alcanzar cierto poder público porque contamos con apoyos y privilegios que nos ayudaron a ver la discriminación a la cara y aun con esfuerzo logramos pararnos sobre nuestros propios pies. Esas ventajas no las tienen todas a disposición, lamentablemente.

Tenemos que labrar un camino que no suponga tener que hacer tantos sacrificios para alcanzar nuestras metas y que nos garantice poder ser, estar y vivir sin miedo a ser violentadas.

A las nuevas generaciones, mujeres y hombres juntos, les toca hacer un pacto por la convivencia para erradicar el acoso y abolir los estereotipos, un acuerdo para que no sea una rareza la presencia de mujeres en cualquier sitio haciendo lo que quieren, de forma que ningún hombre se sienta amenazado por la presencia de ellas en los espacios de poder y para que ninguna mujer sienta que peca, incumple normas u ofende a alguien por hacer lo que le dé la gana con su cuerpo y con su vida en cualquier plano que se lo plantee.

El movimiento feminista busca abrir conversaciones donde estos testimonios de discriminación puedan señalarse, visibilizarse y exponerse colectivamente y no vivirse como una especie de falla personal, mala suerte o marca de mujer defectuosa. Es terapéutico expresarlos desde el hastío y el cansancio, siempre conectadas con la ambición del cambio posible, como parte de un paso importantísimo para que nuestro entorno cambie. Que no sea este un 25N más que pasa en vano.

*Clariza es un nombre ficticio para proteger la identidad de la persona que ofrece su testimonio.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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