Existe un amplio consenso que se puede aterrizar en la siguiente expresión: la desconexión de la ciudadanía con la política es brutal. En efecto, buena parte de la población venezolana le cortó el teléfono a la política y, hoy por hoy, prefiere resolver sus dramas cotidianos por su cuenta antes que vivir esperanzado por un cambio político.
Así pues, cuando usted revisa cualquier encuesta de opinión pública —tristemente— encontrará que ningún líder político tiene un apoyo ciudadano de más de 25%. Además, la motivación o interés por la política tiene cifras similares y se diluye diariamente.
No son pocos los que plantean que vivimos un vacío de liderazgo político y que, por cierto, la desconfianza ciudadana en contra de los líderes actuales es transversal y es lo que más abunda por estos días. Sin embargo, muchos no quieren percatarse de ello e insisten en la persistencia de estrategias fracasadas (con poco mea culpa y cero rendiciones de cuentas) que han profundizado las frustraciones y, por ende, el divorcio ciudadanía–política.
Ahora bien, siendo honestos, recientemente se anunciaron las primarias presidenciales para el próximo año y es una buena decisión que se aplaude. Esta es una muestra que podría contribuir a recuperar los niveles de confianza en la política, especialmente si se diseña con reglas claras y sin exclusiones de ningún sector (aunque ser demócrata debería ser el requisito mínimo).
No obstante, hay una pregunta que debemos resolver si es que queremos generar el cambio político mil veces esquivo: ¿cuándo resolveremos en serio la definición de la estratégica política? Porque hasta ahora tenemos varias estrategias que nos invitan a un reino mágico, pero lo que necesitamos es acercarnos primero al reino de lo posible. Y esto último es un esfuerzo de largo aliento.
En estricto rigor, la redemocratización del país plantea una serie de desafíos que pocos están dispuestos a encarar. Por ejemplo, ¿cómo reconstruimos las confianzas y la capacidad de movilización ciudadana? ¿cómo reducimos el costo de salida del madurismo gobernante? ¿reunimos esfuerzos para resolver esta crisis por la vía institucional o extrainstitucional? ¿cómo entrenamos los músculos políticos y nos convertimos en una fuerza creíble? ¿tenemos vocación de poder y convicciones democráticas firmes o ese sentimiento solo nos dura hasta que los autoritarios empiezan a jugar sucio?
En resumen, para que la política vuelva a sintonizar con la ciudadanía y se regeneren esos vínculos fundamentales que nos permitan avanzar hacia la redemocratización, primero contestemos lo anterior de buena fe.
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