La labor intelectual, el pensamiento y la reflexión sobre la vida social y política no puede desligarse del contexto nacional en el que se desarrolla. Obviamente, existen condiciones más propicias para ello, en otros casos cabe la metáfora de pensar en tierra de nadie.

Es esta la imagen que aparece al revisar un texto de Mario Vargas Llosa sobre José Ortega y Gasset, que si bien fue publicado años atrás en la revista Letras Libres, conviene volver sobre él, dada la conexión entre el papel del intelectual en medio de sociedades atravesadas por la crispación política

La imagen de tierra de nadie no es casual, Ortega y Gasset trató de poner distancias, de producir un pensamiento propio y crítico, sin ponerse al servicio de ningún bando en el contexto de la guerra civil española. Siendo él, español, la tarea no resultaría nada fácil, y el resultado puede verse en la propia vida del pensador, quien vivió exilios terrenales pero también ostracismos intelectuales.

Se destacó Ortega y Gasset por la fundación en 1923 de la célebre Revista de Occidente, de la que fue su director hasta 1936, cuando la confrontación en el seno de España le obligó a exiliarse. Desde esta publicación promovió la traducción y comentario de las más importantes tendencias filosóficas y científicas en nombres tales como: Oswald Spengler, Johan Huizinga, Edmund Husserl, Georg Simmel, Jakob von Uexküll, Heinz Heimsoeth, Franz Brentano, Hans Driesch, Ernst Müller, Alexander Pfänder, Bertrand Russell y otros.

La polarización cruenta que vivió España durante la guerra civil y en las primeras décadas del gobierno de Franco es el mejor retrato de un país escindido, en el cual polarización que no aceptaba medias tintas: si no estás conmigo, entonces estás en mi contra., como ocurre en todo contexto de confrontación. Sobre esto tenemos bastante tela que cortar en Venezuela.

Aquel clima, de una España dividida, encontró a un Ortega y Gasset independiente, que como bien viene a recordárnoslo Vargas Llosa, pues veía peligros para la sociedad democrática y liberal tanto en el totalitarismo de izquierda como en el de derecha. Es decir, no comulgaba con el comunismo estatizante, pero tampoco daba loas al fascismo que recorría Europa y se implantaba en su propio país. Quedaba así el autor de “La rebelión de las masas” en una verdadera tierra de nadie.

Ortega y Gasset resultaría excomulgado de las filas republicanas por los cuestionamientos, que en su momento hizo de los excesos cometidos –pese a que compartía algunas de las banderas de la república–, pero al mismo tiempo fue execrado del franquismo por negarse a colaborar intelectualmente con el régimen. Tampoco se le perdonó su laicidad.

Así, este pensador, que había tenido gran influencia pocos años antes con espacios permanentes en la prensa y concurridas conferencias, quedó en medio de una polarización que no aceptaba medias tintas: si no estás conmigo, entonces estás en mi contra.

Años en el exilio, después de la guerra civil, tras la II Guerra Mundial y el regreso a una España donde el poder no le aceptaba por mantenerse independiente, terminó viviendo una suerte de fuga interior.

Sin duda que aquellos años finales del intelectual terminaron siendo muy difíciles. En la realidad política de su país, como en buena parte del continente europeo, se vivía lo que él ya había pronosticado en su célebre libro: una época de masas, no desde una perspectiva de clase social, sino de grandes aglomeraciones en pos del líder o haciendo la venia a un régimen sin verdaderas libertades.

Con un periplo por varios países, a partir de 1942 fijó su residencia en Lisboa. A partir de 1945 su presencia en España fue frecuente, pero habiéndosele impedido recuperar su cátedra en la Universidad Central (que había ganado por concurso de oposición en 1910), Ortega y Gasset optó por fundar un Instituto de Humanidades, donde impartía sus lecciones. Durante estos años, y hasta su muerte en 1955, fue fuera de España —sobre todo en Alemania—, donde recibió el crédito y las oportunidades de expresión que correspondían a su prestigio. Una clara evidencia que su pensamiento resultaba incómodo en su país, quedando así en tierra de nadie.

El advenimiento de la democracia en España, dos décadas después de su muerte, de alguna manera permitió que se reconociera cabalmente la estatura intelectual de ortega y Gasset.

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