Antes, cuando existía una nación, era fácil hablar de literatura venezolana, se podía entender fácilmente el concepto, estaban claros los límites, las fronteras, sabíamos de qué tradición se trataba, teníamos la visión de un proceso que arrancaba desde la colonia, que incluso se había manifestado en corrientes y tendencias claramente definibles. Podíamos entender que la Carta de Jamaica era una influencia del gran ensayismo revolucionario francés, que la Alocución a la Poesía era el cimiento de una expresión americana, y que Vuelta a la Patria era uno de los hitos del romanticismo o que Doña Bárbara lo era del criollismo.
Poco importaba que la Carta hubiera sido escrita en Kingston, que la alocución en Londres, que la Vuelta a la Patria en algún lugar extranjero o que Doña Bárbara hubiera sido reescrita en España. Parecía que el lugar donde se escribe era lo de menos, lo importante era el sentimiento que se transmitía y ese sí que podía aludir a las raíces, a ese esquivo sentimiento de pertenencia llamado la venezolanidad.
La literatura venezolana, salvo raras excepciones, siempre ha aspirado a la modernidad y al cosmopolitismo. Por eso nunca fue de extrañar que se considerara literatura venezolana la obra de escritores venezolanos que vivieran en el extranjero, incluso largos años, como José Rafael Pocaterra o Julio Garmendia, aunque en el caso de este sus relatos alegóricos poco tuvieran que ver con lo nacional propiamente dicho.
Asimismo se ha incorporado sin problema a autores nacidos fuera de Venezuela al cuerpo de la literatura nacional, como por ejemplo Salvador Prasel, Baica Dávalos, Pedro Grases, Angel Rosenblat, Julio E. Miranda, Atanasio Alegre, por mencionar solo algunos.
Hoy en día diversa circunstancias, políticas, económicas o sociales, han motivado el éxodo de millones de venezolanos, entre ellos, por supuesto, el de muchos escritores, algunos de los cuales habían comenzado a publicar en Venezuela y siguieron desarrollando su obra literaria en el exterior. No solo escriben y publican sino que además destacan ganando premios, tal es el caso de Alberto Barrera Tyszka o Rodrigo Blanco Calderón, o firmando jugosos contratos editoriales como Karina Saiz Borgo.
Se da la paradoja de que muchos de estos libros que salen publicados en Europa o en Estados Unidos, nunca llegan a Venezuela debido a la calamitosa situación de la industria editorial. El estricto control de cambios hace que los libros importados sean demasiado caros y por ende poco vendibles, mientras que las editoriales nacionales hacen malabarismos para publicar pues no tienen acceso a insumos básicos como tinta o papel.
En pocas palabras, ha surgido toda una legión de escritores venezolanos casi desconocidos para el público lector venezolano. La gran pregunta es: ¿es literatura venezolana lo que hacen estos escritores? La novela más reciente de Edgar Borges trata sobre un paciente con Alzheimer, tema que puede ser considerado universal. ¿Es eso literatura venezolana? ¿Cuáles son los criterios para definir una escritura venezolana hecha desde el exterior? ¿Es la que se refiere a temas venezolanos? ¿Es la que está escrita en el español que se habla en Venezuela? ¿Tiene un libro que referirse a la crisis del país para que sea considerado literatura venezolana? ¿Y los libros sobre Venezuela que escriben autores españoles, colombianos o cubanos? En suma, ¿qué requisitos debe cumplir un libro para que un librero pueda ubicarlo en el estante de Literatura Venezolana?
Son preguntas que pueden interesar al público en general y, sin duda, a investigadores de la literatura venezolana. Pero es probable que ni siquiera estos tengan a mano una respuesta; tal vez haya que esperar un tiempo para que se decante la producción y se pueda revisar el canon de la literatura venezolana e incorporar a las nuevas obras que se vayan publicando en estos años; también es necesario que pase algún tiempo y se aplaquen las pasiones políticas para que los autores y sus obras puedan ser apreciados de manera si no objetiva, al menos imparcial.
Mientras tanto, cada lector ganado por un libro venezolano, por un autor que se refiera a la situación del país, será una conquista para una literatura nacional. Porque tal vez uno de los últimos reductos del concepto de nación sea precisamente la literatura, independientemente de dónde se escriba.
* * *
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores
Imagen principal: Alnavio.com
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Poco importaba que la Carta hubiera sido escrita en Kingston, que la alocución en Londres, que la Vuelta a la Patria en algún lugar extranjero o que Doña Bárbara hubiera sido reescrita en España. Parecía que el lugar donde se escribe era lo de menos, lo importante era el sentimiento que se transmitía y ese sí que podía aludir a las raíces, a ese esquivo sentimiento de pertenencia llamado la venezolanidad.
La literatura venezolana, salvo raras excepciones, siempre ha aspirado a la modernidad y al cosmopolitismo. Por eso nunca fue de extrañar que se considerara literatura venezolana la obra de escritores venezolanos que vivieran en el extranjero, incluso largos años, como José Rafael Pocaterra o Julio Garmendia, aunque en el caso de este sus relatos alegóricos poco tuvieran que ver con lo nacional propiamente dicho.
Asimismo se ha incorporado sin problema a autores nacidos fuera de Venezuela al cuerpo de la literatura nacional, como por ejemplo Salvador Prasel, Baica Dávalos, Pedro Grases, Angel Rosenblat, Julio E. Miranda, Atanasio Alegre, por mencionar solo algunos.
Hoy en día diversa circunstancias, políticas, económicas o sociales, han motivado el éxodo de millones de venezolanos, entre ellos, por supuesto, el de muchos escritores, algunos de los cuales habían comenzado a publicar en Venezuela y siguieron desarrollando su obra literaria en el exterior. No solo escriben y publican sino que además destacan ganando premios, tal es el caso de Alberto Barrera Tyszka o Rodrigo Blanco Calderón, o firmando jugosos contratos editoriales como Karina Saiz Borgo.
Se da la paradoja de que muchos de estos libros que salen publicados en Europa o en Estados Unidos, nunca llegan a Venezuela debido a la calamitosa situación de la industria editorial. El estricto control de cambios hace que los libros importados sean demasiado caros y por ende poco vendibles, mientras que las editoriales nacionales hacen malabarismos para publicar pues no tienen acceso a insumos básicos como tinta o papel.
En pocas palabras, ha surgido toda una legión de escritores venezolanos casi desconocidos para el público lector venezolano. La gran pregunta es: ¿es literatura venezolana lo que hacen estos escritores? La novela más reciente de Edgar Borges trata sobre un paciente con Alzheimer, tema que puede ser considerado universal. ¿Es eso literatura venezolana? ¿Cuáles son los criterios para definir una escritura venezolana hecha desde el exterior? ¿Es la que se refiere a temas venezolanos? ¿Es la que está escrita en el español que se habla en Venezuela? ¿Tiene un libro que referirse a la crisis del país para que sea considerado literatura venezolana? ¿Y los libros sobre Venezuela que escriben autores españoles, colombianos o cubanos? En suma, ¿qué requisitos debe cumplir un libro para que un librero pueda ubicarlo en el estante de Literatura Venezolana?
Son preguntas que pueden interesar al público en general y, sin duda, a investigadores de la literatura venezolana. Pero es probable que ni siquiera estos tengan a mano una respuesta; tal vez haya que esperar un tiempo para que se decante la producción y se pueda revisar el canon de la literatura venezolana e incorporar a las nuevas obras que se vayan publicando en estos años; también es necesario que pase algún tiempo y se aplaquen las pasiones políticas para que los autores y sus obras puedan ser apreciados de manera si no objetiva, al menos imparcial.
Mientras tanto, cada lector ganado por un libro venezolano, por un autor que se refiera a la situación del país, será una conquista para una literatura nacional. Porque tal vez uno de los últimos reductos del concepto de nación sea precisamente la literatura, independientemente de dónde se escriba.
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