Esto de ver a Nicolás Maduro acorralado y desarmado por el precio de un kilo de queso es también una noticia. De pronto, ante los ojos de todos, quedó totalmente al descubierto. Él, que tanto invoca la “Venezuela de verdad”, no tiene ni la más remota idea de cuánto cuesta traer un trozo de queso a la casa. Cuando trató de reaccionar, fue peor, se desnudó todavía más: se mostró berrinchudo, autoritario, queriendo decidir qué información puede o no puede interesarle a la audiencia de la BBC. Igual le pasó a Delcy Rodríguez. Pero sin necesidad de preguntas ni de periodistas. Ella solita se lanzó al vacío afirmando que la ayuda humanitaria es una caravana de “armas biológicas”. Y lo mismo podría decirse de Freddy Bernal con su numerito sobre la carne entre los dientes…No saben qué decir, están desconcertados, se mueven a destiempo y sin puntería. La sala situacional está espichada. La democracia los tiene locos.
Nunca antes, en estas dos décadas, la élite del oficialismo había aparecido ante el país tan errática y dispersa, con una retórica tan desarticulada, haciendo tan evidentes sus mentiras. Todo esto, que sin duda es extraordinario, puede sin embargo crear un espejismo de victoria. Maduro y su gobierno jamás estuvieron tan mal, pero no están derrotados. No se puede subestimar su capacidad de locura. Por eso mismo, ahora más que nunca, tanto la dirigencia como los distintos sectores de la oposición deben insistir y reforzar la unidad. Dentro de nuestro imaginario, el caos también se ha mudado de bando. Ahora reina en en el Palacio de Miraflores.
Desde sus orígenes, el oficialismo ha tenido una relación particular con el tiempo. Se formó en la espera. Se demoró veinte años, dentro de la institución militar, armando una conspiración. Es una escuela del disimulo, del engaño, y sabe planificar a largo plazo. La primera medida de Hugo Chávez, al ganar las elecciones, fue un acto simbólico: canceló la alternancia política. Impuso un nuevo sentido del tiempo público. Decretó que lo suyo era para siempre. Maduro y su casta todavía pretenen seguir viviendo en esa noción. Y la han alimentado definiendo que cualquier que pretenda cambiar este esquema de eternidad es alguien violento y de derecha. En palabras de la alcaldesa Erika Farías: “a Venezuela la gobernamos nosotros o no la gobierna nadie”.
Frente a esto, la impaciencia natural y genuina es uno de los grandes riesgos de la oposición. Aun ahora, cuando las fragilidades del oficialismo son tan obvias, vuelven a aparecer señales preocupantes que antentan contra la imprescindible unidad de todos los factores. Se trata del regreso de la tentación caníbal. Es un ansia miope que, con sorprendente voracidad, se avalanza sobre miembros de la misma especie, tratando de devorarlos y produciendo desorden y desazón en la comunidad. Es una tentación que, por momentos, parece coquetear con cierto modelo de pureza. Hay quienes se creen ideológicamente castos, límpidamente liberales. Se piensan a sí mismos como guardianes de una identidad pulcra y, desde ese virtuosismo, salen en cruzadas a perseguir y a cazar impíos. No toleran ni las negociaciones ni los conciertos. Creen que no ha llegado el momento de la democracia sino el momento de la expiación.
Otra variable de la tentación caníbal supone que el otro, más que un compañero de batalla, es sobre todo un posible competidor, un próximo rival. Al liquidarlo y devorarlo, se le saca del camino y, de alguna manera, también se adquiere su poder. Volverse fuerte destruyendo al semejante puede ser muy atractivo pero sin duda es, además, una técnica infalible para boicotear cualquier unidad. El país se encuentra en un momento crítico. Estamos en el borde, en la única orilla que nos queda. No se trata de retórica. Estas palabras también se pueden pronunciar con balas, con heridas, con niños desnutridos, con presos… Es la hora de sumar. Quien no suma, sabotea.
El futuro es impuro. Necesariamente. Como lo es nuestro país. Toda la lucha inmensa, con el aporte de gente muy diferente desde muy distintos espacios, es por volver a democracia, no por volver al pasado. Hay que salirse del discurso oficialista que supone que esto solo es un movimiento restaurador. No es así. Por suerte para todos, lo que ocurre es mucho más complejo y menos inmaculado. Es necesario vencer la tentación caníbal y trabajar alrededor del liderazgo de Juan Guaidó, desde y para la unidad. Hasta nuevo aviso, en Venezuela, no hay candidatos presidenciales ni ministerios vacantes. No estamos aquí para repartir el futuro sino para lograr que el futuro exista.
* * *
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores
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Esto de ver a Nicolás Maduro acorralado y desarmado por el precio de un kilo de queso es también una noticia. De pronto, ante los ojos de todos, quedó totalmente al descubierto. Él, que tanto invoca la “Venezuela de verdad”, no tiene ni la más remota idea de cuánto cuesta traer un trozo de queso a la casa. Cuando trató de reaccionar, fue peor, se desnudó todavía más: se mostró berrinchudo, autoritario, queriendo decidir qué información puede o no puede interesarle a la audiencia de la BBC. Igual le pasó a Delcy Rodríguez. Pero sin necesidad de preguntas ni de periodistas. Ella solita se lanzó al vacío afirmando que la ayuda humanitaria es una caravana de “armas biológicas”. Y lo mismo podría decirse de Freddy Bernal con su numerito sobre la carne entre los dientes…No saben qué decir, están desconcertados, se mueven a destiempo y sin puntería. La sala situacional está espichada. La democracia los tiene locos.
Nunca antes, en estas dos décadas, la élite del oficialismo había aparecido ante el país tan errática y dispersa, con una retórica tan desarticulada, haciendo tan evidentes sus mentiras. Todo esto, que sin duda es extraordinario, puede sin embargo crear un espejismo de victoria. Maduro y su gobierno jamás estuvieron tan mal, pero no están derrotados. No se puede subestimar su capacidad de locura. Por eso mismo, ahora más que nunca, tanto la dirigencia como los distintos sectores de la oposición deben insistir y reforzar la unidad. Dentro de nuestro imaginario, el caos también se ha mudado de bando. Ahora reina en en el Palacio de Miraflores.
Desde sus orígenes, el oficialismo ha tenido una relación particular con el tiempo. Se formó en la espera. Se demoró veinte años, dentro de la institución militar, armando una conspiración. Es una escuela del disimulo, del engaño, y sabe planificar a largo plazo. La primera medida de Hugo Chávez, al ganar las elecciones, fue un acto simbólico: canceló la alternancia política. Impuso un nuevo sentido del tiempo público. Decretó que lo suyo era para siempre. Maduro y su casta todavía pretenen seguir viviendo en esa noción. Y la han alimentado definiendo que cualquier que pretenda cambiar este esquema de eternidad es alguien violento y de derecha. En palabras de la alcaldesa Erika Farías: “a Venezuela la gobernamos nosotros o no la gobierna nadie”.
Frente a esto, la impaciencia natural y genuina es uno de los grandes riesgos de la oposición. Aun ahora, cuando las fragilidades del oficialismo son tan obvias, vuelven a aparecer señales preocupantes que antentan contra la imprescindible unidad de todos los factores. Se trata del regreso de la tentación caníbal. Es un ansia miope que, con sorprendente voracidad, se avalanza sobre miembros de la misma especie, tratando de devorarlos y produciendo desorden y desazón en la comunidad. Es una tentación que, por momentos, parece coquetear con cierto modelo de pureza. Hay quienes se creen ideológicamente castos, límpidamente liberales. Se piensan a sí mismos como guardianes de una identidad pulcra y, desde ese virtuosismo, salen en cruzadas a perseguir y a cazar impíos. No toleran ni las negociaciones ni los conciertos. Creen que no ha llegado el momento de la democracia sino el momento de la expiación.
Otra variable de la tentación caníbal supone que el otro, más que un compañero de batalla, es sobre todo un posible competidor, un próximo rival. Al liquidarlo y devorarlo, se le saca del camino y, de alguna manera, también se adquiere su poder. Volverse fuerte destruyendo al semejante puede ser muy atractivo pero sin duda es, además, una técnica infalible para boicotear cualquier unidad. El país se encuentra en un momento crítico. Estamos en el borde, en la única orilla que nos queda. No se trata de retórica. Estas palabras también se pueden pronunciar con balas, con heridas, con niños desnutridos, con presos… Es la hora de sumar. Quien no suma, sabotea.
El futuro es impuro. Necesariamente. Como lo es nuestro país. Toda la lucha inmensa, con el aporte de gente muy diferente desde muy distintos espacios, es por volver a democracia, no por volver al pasado. Hay que salirse del discurso oficialista que supone que esto solo es un movimiento restaurador. No es así. Por suerte para todos, lo que ocurre es mucho más complejo y menos inmaculado. Es necesario vencer la tentación caníbal y trabajar alrededor del liderazgo de Juan Guaidó, desde y para la unidad. Hasta nuevo aviso, en Venezuela, no hay candidatos presidenciales ni ministerios vacantes. No estamos aquí para repartir el futuro sino para lograr que el futuro exista.
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