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Abel Saraiba
Los venezolanos hemos tenido que hacer frente en los últimos años a grandes adversidades, lo cual nos ha llevado a asumir cambios radicales en nuestras vida: migrar, dejar nuestros trabajos, formas de comer, dormir, relacionarnos entre otras cosas. En muchos casos inclusive hacemos gala de nuestra capacidad de sacrificio y adaptación, y de hecho hemos encontrado una palabra que le da marco a todo esto y es el ser “resiliente”. ¿Pero siempre adaptarnos es la respuesta?
Para contestar a esta interrogante quisiera compartir con ustedes lo que nos enseña la jirafa. Probablemente se preguntarán qué tiene que ver el destino de un animal africano con nuestra realidad, y la verdad es que mucho más de lo que imaginamos. Resulta que la jirafa es un animal que evolucionó y se adaptó a uno de los entornos más hostiles del planeta, la sabana africana. Este animal es herbívoro y conseguir plantas en medio de un ambiente semidesértico no es tarea sencilla, por esta razón fue desarrollando progresivamente un cuello largo, que le permitía acceder a donde ningún otro mamífero podría y tener una ventaja a la hora de alimentarse; ya vemos que el cuello no es sólo un tema de estilo.
Hasta ahora todo parece positivo, la jirafa frente a un problema de escasez desarrolló un recurso para adaptarse y sobrevivir, nada diferente a lo que haría un venezolano (aprendió a manejarse con Cadivi, con las colas para comprar alimento por el terminal de la cédula, a sortear las trabas para encontrar un pasaporte, comprar combustible y pare usted de contar). Sin embargo, la historia de la jirafa tiene una pequeña trampa, porque se especializó tanto para funcionar en un ambiente hostil que también se hizo extremadamente vulnerable frente a los cambios de su realidad, porque, si ese árbol específico del que come desaparece; bien sea porque lo talen, el calentamiento global le impida su crecimiento o suceda alguna plaga que agote su disponibilidad la jirafa podría perecer al no tener otra fuente de la cual alimentarse.
Adaptarse a las adversidades y extraer crecimiento es una forma de ser resiliente, pero, efectivamente no conviene adaptarse a todo de inmediato ni de cualquier forma, puesto que en ocasiones podemos terminar sobreadaptados a contextos que lejos de permitirnos desarrollarnos nos limitan o nos hacen mucho más vulnerables. Adaptarnos a depender cada día más del Estado, de programas de subsidios, de la gestión de ciertas parcialidades políticas, del bachaqueo o a funcionar con recursos rudimentarios no necesariamente nos prepara para el mundo del 2021, sino que por el contrario, puede jugarnos una mala pasada si el contexto cambia.
Uno podría pensar que la jirafa hizo todo lo que estuvo a su alcance para sobrevivir, y probablemente estaría en lo cierto, sin embargo, la capacidad de adaptación debe preservar un elemento esencial: la flexibilidad. En la medida que nos ajustamos para responder a dinámicas de las que luego no somos capaces de zafarnos caemos en la trampa de la jirafa. No obstante, nosotros los venezolanos también nos movemos en un territorio hostil y necesitamos sobrevivir ¿cómo se hace eso?
Efectivamente cada persona tiene el desafío de ver cómo puede responder a las demandas de su entorno con los recursos que cuenta. No elegimos el lugar donde nacemos y algunas de nuestras condiciones de arranque, pero sí podemos decidir cómo jugamos con estas. En ese sentido siempre es conveniente evaluar si frente a los retos que nos presenta la vida debemos reaccionar sin pensarlo mucho o si más bien necesitamos pensar cómo solventar los desafíos del día a día sin que en ello alteremos drásticamente la esencia de lo que somos.
Cambiar es parte de la vida, adaptarse también, no obstante, pienso que estos procesos deben conducirnos a resultados que nos den más opciones, no a deformaciones que nos obliguen a funcionar de forma muy restringida. Sobrevivir es legítimo, incluso necesario, aunque para hacerlo minimizando las secuelas en nuestras vidas debamos detenernos a pensar cómo lo estamos haciendo y a dónde nos conduce ese recorrido.
Es por ello que quiero invitarlos a pensar cuántos de esos cambios que hemos hecho para adaptarnos nos abren nuevas posibilidades o si más bien, para responder a los retos del día a día, hemos terminado deformándonos y haciéndonos dependientes de condiciones muy frágiles.
Abel Saraiba es Psicólogo – Psicoanalista Coordinador Adjunto de Cecodap y del Servicio de Atención Psicológica de Cecodap
Este texto forma parte del Dossier de opinión 2020 de Efecto Cocuyo, puede leer la publicación completa aquí.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Para contestar a esta interrogante quisiera compartir con ustedes lo que nos enseña la jirafa. Probablemente se preguntarán qué tiene que ver el destino de un animal africano con nuestra realidad, y la verdad es que mucho más de lo que imaginamos. Resulta que la jirafa es un animal que evolucionó y se adaptó a uno de los entornos más hostiles del planeta, la sabana africana. Este animal es herbívoro y conseguir plantas en medio de un ambiente semidesértico no es tarea sencilla, por esta razón fue desarrollando progresivamente un cuello largo, que le permitía acceder a donde ningún otro mamífero podría y tener una ventaja a la hora de alimentarse; ya vemos que el cuello no es sólo un tema de estilo.
Hasta ahora todo parece positivo, la jirafa frente a un problema de escasez desarrolló un recurso para adaptarse y sobrevivir, nada diferente a lo que haría un venezolano (aprendió a manejarse con Cadivi, con las colas para comprar alimento por el terminal de la cédula, a sortear las trabas para encontrar un pasaporte, comprar combustible y pare usted de contar). Sin embargo, la historia de la jirafa tiene una pequeña trampa, porque se especializó tanto para funcionar en un ambiente hostil que también se hizo extremadamente vulnerable frente a los cambios de su realidad, porque, si ese árbol específico del que come desaparece; bien sea porque lo talen, el calentamiento global le impida su crecimiento o suceda alguna plaga que agote su disponibilidad la jirafa podría perecer al no tener otra fuente de la cual alimentarse.
Adaptarse a las adversidades y extraer crecimiento es una forma de ser resiliente, pero, efectivamente no conviene adaptarse a todo de inmediato ni de cualquier forma, puesto que en ocasiones podemos terminar sobreadaptados a contextos que lejos de permitirnos desarrollarnos nos limitan o nos hacen mucho más vulnerables. Adaptarnos a depender cada día más del Estado, de programas de subsidios, de la gestión de ciertas parcialidades políticas, del bachaqueo o a funcionar con recursos rudimentarios no necesariamente nos prepara para el mundo del 2021, sino que por el contrario, puede jugarnos una mala pasada si el contexto cambia.
Uno podría pensar que la jirafa hizo todo lo que estuvo a su alcance para sobrevivir, y probablemente estaría en lo cierto, sin embargo, la capacidad de adaptación debe preservar un elemento esencial: la flexibilidad. En la medida que nos ajustamos para responder a dinámicas de las que luego no somos capaces de zafarnos caemos en la trampa de la jirafa. No obstante, nosotros los venezolanos también nos movemos en un territorio hostil y necesitamos sobrevivir ¿cómo se hace eso?
Efectivamente cada persona tiene el desafío de ver cómo puede responder a las demandas de su entorno con los recursos que cuenta. No elegimos el lugar donde nacemos y algunas de nuestras condiciones de arranque, pero sí podemos decidir cómo jugamos con estas. En ese sentido siempre es conveniente evaluar si frente a los retos que nos presenta la vida debemos reaccionar sin pensarlo mucho o si más bien necesitamos pensar cómo solventar los desafíos del día a día sin que en ello alteremos drásticamente la esencia de lo que somos.
Cambiar es parte de la vida, adaptarse también, no obstante, pienso que estos procesos deben conducirnos a resultados que nos den más opciones, no a deformaciones que nos obliguen a funcionar de forma muy restringida. Sobrevivir es legítimo, incluso necesario, aunque para hacerlo minimizando las secuelas en nuestras vidas debamos detenernos a pensar cómo lo estamos haciendo y a dónde nos conduce ese recorrido.
Es por ello que quiero invitarlos a pensar cuántos de esos cambios que hemos hecho para adaptarnos nos abren nuevas posibilidades o si más bien, para responder a los retos del día a día, hemos terminado deformándonos y haciéndonos dependientes de condiciones muy frágiles.
Abel Saraiba es Psicólogo – Psicoanalista Coordinador Adjunto de Cecodap y del Servicio de Atención Psicológica de Cecodap
Este texto forma parte del Dossier de opinión 2020 de Efecto Cocuyo, puede leer la publicación completa aquí.
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