Después de 15 años se convocan elecciones en la Universidad Central de Venezuela. Ha pasado mucha agua debajo del puente, hemos vivido desgarradoras experiencias como comunidad universitaria. Una de las lecciones aprendidas, para mí, ha sido que el poder corrompe se vista de dictadura, totalitarismo o emplee el lenguaje y los argumentos de la democracia.
Me detendré a argumentar esta afirmación. Soy profesora titular de la Escuela de Trabajo Social, realicé todos mis ascensos en los tiempos indicados por el rigor académico porque, además de ser docente, soy investigadora. Viví la dinámica universitaria desde dentro, junto a profesores y estudiantes. Siempre estaba en la UCV, fuimos muchos los que compartimos las mismas experiencias; por tanto, no se trata de mí sino de una comunidad marcada por la violencia.
La escuela en la que trabajo estuvo tomada por el chavismo durante mucho tiempo, fueron momentos de gran angustia y persecución. Recibimos amenazas físicas y materiales, quemaron carros y todo aquel que estacionara frente a la escuela era sentenciado a correr con la misma suerte. Mientras esto ocurría las autoridades decanales “negociaban” como si tal cosa se pudiera hacer con el mal. En el medio estábamos, como comunidad, sin defensa del Estado ni de la universidad.
La política universitaria
El año 2007 fue especialmente violento, sin quitar méritos a los que siguieron después. Hubo un corte, se refrescaron las autoridades, su ímpetu duró lo que debía durar de acuerdo con el reglamento; es decir, cuatro años. En 2012 debieron hacerse las elecciones, pero no se hicieron con la excusa de “son ellos o somos nosotros”, se manipuló a la comunidad y se dio largas a un proceso que debió cumplirse porque así es la democracia.
La democracia es alternabilidad, esto debe llamar nuestra atención cuando un cargo de elección es ocupado por una persona más allá del tiempo estipulado. Ahí empieza la decadencia, se va contra las reglas y se rompen los acuerdos básicos de gobernabilidad.
Viendo en retrospectiva, podemos marcar una fecha: el año 2012, como el inicio de la destrucción interna de la universidad. Hasta ese momento los ataques eran de afuera hacia dentro, pero en ese momento la seducción antidemocrática penetró el pensamiento, inició la lógica de la relación mandar-obedecer, dejamos de tener autoridades y comenzamos a tener gente mandando. En esa lógica se reorganizó la universidad desde el rectorado hasta el director de escuela.
Algunos decanos y directores de escuelas renunciaron honrosamente, pero eso no movió la pesada estructura burocrática de la universidad. Las renuncias no obligaron a quienes estaban en el poder a convocar elecciones; por el contrario, se afianzaron contra la democracia, pero en nombre de ella.
La destrucción de la universidad continuó su camino sin alternabilidad, con pérdida del liderazgo. La estabilización del dominio fue impidiendo a la comunidad producir vías renovadas de lucha. La universidad se convirtió en un liceo de tercer nivel con salarios que llegan a niveles de pobreza extrema, sin investigación, sin extensión, sin publicación.
Lo paradójico es ver a profesores que, en los tiempos de mayor violencia fueron víctimas tanto del chavismo como de las autoridades y consejeros de facultad, seguir apoyando a los mismos. Los victimarios de ayer son los héroes de hoy. Paradoja y contradicción, acomodo a la lógica del sistema.
El gran aprendizaje, para mí, es que cuando dejas al mal actuar y te acoplas a él por comodidad, por demagogia o por manipulación, pones en jaque la comunidad hasta eliminarla. No tenemos universidad, el gran desafío es reconquistarla, reconstruirla, revivirla. ¿Podremos?
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