OPINIÓN · 26 MARZO, 2018 20:43

La ilusión del emprendimiento femenino

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Susana Reina | @feminismoinc

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Desde hace unos años existe un boom por el estímulo al emprendimiento económico femenino como medio alterno para ganarse la vida. Clubes, talleres, charlas, seminarios, lanzamientos, webinars, startups y otros creativos mecanismos se usan para promover la idea de que siendo independiente te va mejor que siendo empleada. Es una muy buena política toda vez que, de acuerdo con estudios del Banco Mundial, la productividad en América Latina y el Caribe podría aumentar un 25% y la pobreza extrema reducirse en un 30%, si se impulsara la capacidad emprendedora de las mujeres.

Sin embargo, en lo personal me temo que tanto entusiasmo a veces es engañoso. Básicamente porque no es cierto que al ser autónoma tus problemas de sostenimiento financiero se resuelven y que ser empleada sea una esclavitud. Hay una especie de romanticismo y apasionada defensa por la idea de no tener jefe, o tener tu propio horario, o ser “la dueña de tu vida”, que acompaña la venta de este modelo de trabajo, junto a promesas asociadas a frases motivadoras como querer es poder, el cielo es el límite, ponlo en tu mente y estará en tu vida, etc, etc.

Esta idea de montar un negocio propio se ofrece como la alternativa para evitar el consabido “techo de cristal” presente en las organizaciones, ese conjunto de obstáculos invisibles pero reales que limitan el ascenso de las mujeres al poder. Es como la solución a los problemas asociados a la brecha salarial, o a la conciliación laboral-familiar, incluso al acoso sexual. Estudios de la OCDE (2013) encontraron que 40% de las mujeres en Estados Unidos emprenden por conciliar sus actividades laborales y familiares.

Pienso que los proyectos orientados a fomentar el emprendimiento femenino como vía para el empoderamiento económico, pudieran caer en el terreno de las ilusiones, por muchas razones. En primer lugar, una cosa es emprender porque se tiene una idea o producto o servicio innovador en la mente, y otra muy distinta, es emprender por necesidad.

Según un reciente estudio mexicano, son más las mujeres que los hombres quienes inician un negocio por necesidad: “Existe una relación aparente entre falta de empleo o niveles bajos de remuneración económica y el inicio de una empresa por parte de las mujeres, entendiendo que las mujeres en los estratos más pobres son las más afectadas por la desigualdad de género y la discriminación en el acceso al empleo, diferenciales de salarios y posibilidad de un desarrollo empresarial exitoso… Por lo que la vía de convertirse en empresaria es vista como una alternativa ante la falta de oportunidades para obtener un salario igual al del hombre o desarrollar una carrera en una empresa, como lo hacen los hombres». (Camarena, 2015).

Las mujeres latinoamericanas, en especial las mayores de 55 años, inician estos emprendimientos para subsistir, por la falta de seguridad social y las pocas oportunidades para emplearse. La Fundación Microfinanzas BBVA en América Latina ha indicado del más del millón de emprendedoras a las que apoya, el 11% tiene más de 60 años, y el 78% de estas mujeres tienen personas dependientes a su cargo.

Por otro lado, las habilidades o destrezas que se requieren para triunfar en el mundo de los negocios autodirigidos son muy distintas a las que se precisan para triunfar en una organización ya consolidada. Son más las historias de fracasos que las de éxito (contadas excepciones) en este tema de pasar de una idea a un negocio próspero, y de una microempresa a una empresa consolidada. Hay muchos consultores ayudando con esto, ofreciendo formación para cerrar déficits cognoscitivos que impiden a las mujeres pedir créditos, o negociar o imponerse en contextos altamente competitivos, contactología y soft skills, pero el acceso a esta capacitación toma tiempo y dinero y no siempre se logra con éxito el cometido.

En la actividad empresarial independiente se mantienen los consabidos estereotipos de género, asociando emprendimiento, competencia, agresividad para cerrar negocios, capacidad para asumir riesgos y estilos gerenciales exitosos, a la figura del varón, por lo que las mujeres emprendedoras se tropiezan con estas barreras, no siempre fáciles de sortear.

Según el Índice de Emprendimiento Femenino (FEI) producido por el Instituto GEDI (Global Entrepreneurship and Development Institute) de Washington, D.C., EE.UU, que mide la habilidad de mujeres para crear emprendimientos de ‘alto-impacto’, el 61%, 47 de los 77 países analizados, recibió una nota inferior al 50% en competitividad de emprendimiento femenino.

Por su parte, el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA) concluye en un estudio: “Ellas representan más del 40% de la población económicamente activa en la región, pero su aporte como emprendedoras se reduce al 15%”. Las asimetrías de género empresarial son evidentes y reproducen las que observamos en medios laborales tradicionales.

Y esto para mí ocurre porque las temidas barreras del techo de cristal existen aún fuera de las organizaciones formales. Algunos autores le han puesto el nombre de “techo de cemento”, enfocando las limitaciones en la baja creencia que tienen las mujeres en sí mismas, pero la verdad es que las hay muy seguras y formadas, con dificultades reales para dedicarle el tiempo que requiere su emprendimiento: la carga doméstica sigue siendo de ellas. Muchas descubren con asombro, luego de dejar sus empleos, que su nuevo negocio exige más tiempo que la labor que hacían antes. Se ha demostrado una correlación negativa entre el cuidado infantil y el trabajo del hogar y tamaño de la empresa propiedad de mujeres y su desempeño (SELA, 2010).

El panorama se complica cuando el emprendimiento se monta adicional al trabajo a tiempo completo o parcial en una empresa, como una manera de redondear el ingreso global. Salir cansadas del trabajo habitual, dedicar noches y fines de semana al negocio, usualmente operando en sectores de bajo rendimiento – bisutería, repostería, piñatería, costura-, al mismo tiempo que se mantiene la responsabilidad y los cuidados a niños, adultos mayores, cocina, casa, estudios, etc., suena a menos calidad de vida, menos libertad, menos empoderamiento.

De no intervenir la comunidad, el Estado y las empresas privadas, y generar las condiciones sociales y económicas básicas para que los problemas asociados a sesgos culturales de género muy arraigados acerca de la división sexual del trabajo sean abordados con éxito, el emprendedurismo económico femenino vendido como panacea, seguirá siendo una ilusión.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores. 

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Sin embargo, en lo personal me temo que tanto entusiasmo a veces es engañoso. Básicamente porque no es cierto que al ser autónoma tus problemas de sostenimiento financiero se resuelven y que ser empleada sea una esclavitud. Hay una especie de romanticismo y apasionada defensa por la idea de no tener jefe, o tener tu propio horario, o ser “la dueña de tu vida”, que acompaña la venta de este modelo de trabajo, junto a promesas asociadas a frases motivadoras como querer es poder, el cielo es el límite, ponlo en tu mente y estará en tu vida, etc, etc.

Esta idea de montar un negocio propio se ofrece como la alternativa para evitar el consabido “techo de cristal” presente en las organizaciones, ese conjunto de obstáculos invisibles pero reales que limitan el ascenso de las mujeres al poder. Es como la solución a los problemas asociados a la brecha salarial, o a la conciliación laboral-familiar, incluso al acoso sexual. Estudios de la OCDE (2013) encontraron que 40% de las mujeres en Estados Unidos emprenden por conciliar sus actividades laborales y familiares.

Pienso que los proyectos orientados a fomentar el emprendimiento femenino como vía para el empoderamiento económico, pudieran caer en el terreno de las ilusiones, por muchas razones. En primer lugar, una cosa es emprender porque se tiene una idea o producto o servicio innovador en la mente, y otra muy distinta, es emprender por necesidad.

Según un reciente estudio mexicano, son más las mujeres que los hombres quienes inician un negocio por necesidad: “Existe una relación aparente entre falta de empleo o niveles bajos de remuneración económica y el inicio de una empresa por parte de las mujeres, entendiendo que las mujeres en los estratos más pobres son las más afectadas por la desigualdad de género y la discriminación en el acceso al empleo, diferenciales de salarios y posibilidad de un desarrollo empresarial exitoso… Por lo que la vía de convertirse en empresaria es vista como una alternativa ante la falta de oportunidades para obtener un salario igual al del hombre o desarrollar una carrera en una empresa, como lo hacen los hombres». (Camarena, 2015).

Las mujeres latinoamericanas, en especial las mayores de 55 años, inician estos emprendimientos para subsistir, por la falta de seguridad social y las pocas oportunidades para emplearse. La Fundación Microfinanzas BBVA en América Latina ha indicado del más del millón de emprendedoras a las que apoya, el 11% tiene más de 60 años, y el 78% de estas mujeres tienen personas dependientes a su cargo.

Por otro lado, las habilidades o destrezas que se requieren para triunfar en el mundo de los negocios autodirigidos son muy distintas a las que se precisan para triunfar en una organización ya consolidada. Son más las historias de fracasos que las de éxito (contadas excepciones) en este tema de pasar de una idea a un negocio próspero, y de una microempresa a una empresa consolidada. Hay muchos consultores ayudando con esto, ofreciendo formación para cerrar déficits cognoscitivos que impiden a las mujeres pedir créditos, o negociar o imponerse en contextos altamente competitivos, contactología y soft skills, pero el acceso a esta capacitación toma tiempo y dinero y no siempre se logra con éxito el cometido.

En la actividad empresarial independiente se mantienen los consabidos estereotipos de género, asociando emprendimiento, competencia, agresividad para cerrar negocios, capacidad para asumir riesgos y estilos gerenciales exitosos, a la figura del varón, por lo que las mujeres emprendedoras se tropiezan con estas barreras, no siempre fáciles de sortear.

Según el Índice de Emprendimiento Femenino (FEI) producido por el Instituto GEDI (Global Entrepreneurship and Development Institute) de Washington, D.C., EE.UU, que mide la habilidad de mujeres para crear emprendimientos de ‘alto-impacto’, el 61%, 47 de los 77 países analizados, recibió una nota inferior al 50% en competitividad de emprendimiento femenino.

Por su parte, el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA) concluye en un estudio: “Ellas representan más del 40% de la población económicamente activa en la región, pero su aporte como emprendedoras se reduce al 15%”. Las asimetrías de género empresarial son evidentes y reproducen las que observamos en medios laborales tradicionales.

Y esto para mí ocurre porque las temidas barreras del techo de cristal existen aún fuera de las organizaciones formales. Algunos autores le han puesto el nombre de “techo de cemento”, enfocando las limitaciones en la baja creencia que tienen las mujeres en sí mismas, pero la verdad es que las hay muy seguras y formadas, con dificultades reales para dedicarle el tiempo que requiere su emprendimiento: la carga doméstica sigue siendo de ellas. Muchas descubren con asombro, luego de dejar sus empleos, que su nuevo negocio exige más tiempo que la labor que hacían antes. Se ha demostrado una correlación negativa entre el cuidado infantil y el trabajo del hogar y tamaño de la empresa propiedad de mujeres y su desempeño (SELA, 2010).

El panorama se complica cuando el emprendimiento se monta adicional al trabajo a tiempo completo o parcial en una empresa, como una manera de redondear el ingreso global. Salir cansadas del trabajo habitual, dedicar noches y fines de semana al negocio, usualmente operando en sectores de bajo rendimiento – bisutería, repostería, piñatería, costura-, al mismo tiempo que se mantiene la responsabilidad y los cuidados a niños, adultos mayores, cocina, casa, estudios, etc., suena a menos calidad de vida, menos libertad, menos empoderamiento.

De no intervenir la comunidad, el Estado y las empresas privadas, y generar las condiciones sociales y económicas básicas para que los problemas asociados a sesgos culturales de género muy arraigados acerca de la división sexual del trabajo sean abordados con éxito, el emprendedurismo económico femenino vendido como panacea, seguirá siendo una ilusión.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores. 

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