OPINIÓN · 5 JUNIO, 2017 05:54

La calle organizada

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Alejandro Yordi | @alexyordi

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Los dirigentes políticos tienen distintos intereses que los ciudadanos. Mientras que la gente común quiere salir del gobierno, la Mesa de la Unidad anhela llegar al poder. Y aunque tales objetivos están relacionados por ahora, puede que haya circunstancias en el futuro donde las metas de ambas partes no tengan que coincidir.

Ahora bien, quienes se dedican a la política y el ejercicio del poder están en todo su derecho. Su protagonismo en los asuntos públicos trasciende su trabajo, pues no eligen participar en una protesta, es su deber hacerlo. Así como tampoco eligen emigrar ante las crecientes dificultades, a menos que se deba al exilio político bajo la certeza de una justicia injusta.

Los políticos, al igual que el resto de los ciudadanos con valores democráticos, creen en la meritocracia. Y querer salir adelante, tanto individual como colectivamente, no tiene nada de reprochable. Mucho menos si para lograrlo es requisito colocarse en el frente de la lucha, a riesgo de ser agredido o encarcelado por enfrentarse al poder.

Sin embargo, hace falta reconocer las competencias de cada sector de la sociedad para cada momento político, así como la conveniencia de separar las funciones de cada quien para complementarse mejor.

Este es el momento de sacar al chavismo de Miraflores, no de luchar por el poder. Aunque ambos procesos suceden en paralelo, se llevan a cabo en diferentes contextos. La protesta de calle tiene el primer propósito, y no se puede confundir con la sana competencia partidista previendo próximos escenarios electorales. Si no entendemos esta diferencia, corremos el riesgo de favorecer al régimen proyectando desunión o poca determinación.

La protesta de calle, para su óptimo desempeño, debe ser asumida desde la sociedad civil organizada, sin dirección partidista y con plena participación operativa de los protagonistas venezolanos pues son los ciudadanos quienes sufren de primera mano la tragedia venezolana. Son los ciudadanos quienes ponen las víctimas fatales de la resistencia, quienes no hallan comida ni medicinas y quienes no pueden siquiera tomar el transporte público sin miedo a perder sus pertenencias o sus propias vidas.

En este sentido la sociedad civil, empoderada para desarrollar las tácticas que la protesta de calle demanda, le permitirá a la dirigencia política desempeñar un rol más estratégico y propositivo que refleje un proyecto alternativo de país, más fuerte y atractivo que el simple rechazo de un fracasado régimen militarista. Mientras que los ciudadanos, como protagonistas, afianzarán su compromiso y responsabilidad con el futuro de Venezuela.

La protesta de calle puede nutrirse exponencialmente cuando se otorga a sus integrantes la capacidad de proponer y desarrollar iniciativas enmarcadas en valores tales como la resolución no violenta de conflictos. Potenciar estas posibilidades de protesta creativa y pacífica, contraria a la lógica militarista del chavismo –que pretende un juego suma cero entre venezolanos–, es esencial para que la causa prospere y el gobierno madurista entienda que no tiene lugar entre los demócratas.

Los comités de acción política estadounidenses conocidos como Super Pac, por ejemplo, asumen esta lógica para potenciar al máximo las campañas electorales. A diferencia de las propias campañas y candidatos, estas estructuras no sólo cuentan con una capacidad mucho mayor para la recaudación de fondos, sino que cuentan con la suficiente autonomía para cumplir sus objetivos. Mientras que el enfoque de las campañas es ganar las elecciones, los Super Pac suelen llenar el vacío que por distintas razones no pueden asumir los dirigentes políticos, contrayendo así el papel que exige cada situación.

En síntesis, hablamos de autonomía táctica de la ciudadanía organizada bajo la estrategia general de la Mesa de la Unidad.

Recientemente, la Asamblea Nacional anunció la necesidad de crear los llamados “Comités para el rescate de la democracia”, suponemos que en un intento por llegar a esta estructura organizativa con mayor protagonismo ciudadano. Habrá que esperar un poco para ver si llegan a desempeñarse de tal forma, pues todavía se hallan en proceso de formación.

De cualquier modo, se percibe claramente que los métodos de protesta no pueden mantenerse invariables tras dos meses de calle. La evolución de la protesta no sólo ejercerá mayor presión al mantener –si es que no aumentar– la convocatoria de manifestantes, sino que supondrá una mayor dificultad para los organismos represores del gobierno para limitar la libertad de protesta de quienes participan.

Para finalizar, quisiera recordar la responsabilidad que tienen los venezolanos con la lucha no violenta, pues las armas están del otro lado, y aunque no fuese ese el caso, una democracia no puede sustentarse sobre la permanente amenaza de subyugar al prójimo. Por no hablar de la mayor probabilidad de eficacia de las luchas no violentas a lo largo de la historia, como lo aclaró Benigno Alarcón en su artículo “Violencia o resultados” para Efecto Cocuyo el pasado 15 de mayo. En él, Alarcón afirma que: “Si confrontar exige valor, mucho más valor exige el resistir sin confrontar, y es justamente este tipo de respuesta asimétrica la que hace la represión injustificable y eleva al máximo los costos para el gobierno”.

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Ahora bien, quienes se dedican a la política y el ejercicio del poder están en todo su derecho. Su protagonismo en los asuntos públicos trasciende su trabajo, pues no eligen participar en una protesta, es su deber hacerlo. Así como tampoco eligen emigrar ante las crecientes dificultades, a menos que se deba al exilio político bajo la certeza de una justicia injusta.

Los políticos, al igual que el resto de los ciudadanos con valores democráticos, creen en la meritocracia. Y querer salir adelante, tanto individual como colectivamente, no tiene nada de reprochable. Mucho menos si para lograrlo es requisito colocarse en el frente de la lucha, a riesgo de ser agredido o encarcelado por enfrentarse al poder.

Sin embargo, hace falta reconocer las competencias de cada sector de la sociedad para cada momento político, así como la conveniencia de separar las funciones de cada quien para complementarse mejor.

Este es el momento de sacar al chavismo de Miraflores, no de luchar por el poder. Aunque ambos procesos suceden en paralelo, se llevan a cabo en diferentes contextos. La protesta de calle tiene el primer propósito, y no se puede confundir con la sana competencia partidista previendo próximos escenarios electorales. Si no entendemos esta diferencia, corremos el riesgo de favorecer al régimen proyectando desunión o poca determinación.

La protesta de calle, para su óptimo desempeño, debe ser asumida desde la sociedad civil organizada, sin dirección partidista y con plena participación operativa de los protagonistas venezolanos pues son los ciudadanos quienes sufren de primera mano la tragedia venezolana. Son los ciudadanos quienes ponen las víctimas fatales de la resistencia, quienes no hallan comida ni medicinas y quienes no pueden siquiera tomar el transporte público sin miedo a perder sus pertenencias o sus propias vidas.

En este sentido la sociedad civil, empoderada para desarrollar las tácticas que la protesta de calle demanda, le permitirá a la dirigencia política desempeñar un rol más estratégico y propositivo que refleje un proyecto alternativo de país, más fuerte y atractivo que el simple rechazo de un fracasado régimen militarista. Mientras que los ciudadanos, como protagonistas, afianzarán su compromiso y responsabilidad con el futuro de Venezuela.

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Los comités de acción política estadounidenses conocidos como Super Pac, por ejemplo, asumen esta lógica para potenciar al máximo las campañas electorales. A diferencia de las propias campañas y candidatos, estas estructuras no sólo cuentan con una capacidad mucho mayor para la recaudación de fondos, sino que cuentan con la suficiente autonomía para cumplir sus objetivos. Mientras que el enfoque de las campañas es ganar las elecciones, los Super Pac suelen llenar el vacío que por distintas razones no pueden asumir los dirigentes políticos, contrayendo así el papel que exige cada situación.

En síntesis, hablamos de autonomía táctica de la ciudadanía organizada bajo la estrategia general de la Mesa de la Unidad.

Recientemente, la Asamblea Nacional anunció la necesidad de crear los llamados “Comités para el rescate de la democracia”, suponemos que en un intento por llegar a esta estructura organizativa con mayor protagonismo ciudadano. Habrá que esperar un poco para ver si llegan a desempeñarse de tal forma, pues todavía se hallan en proceso de formación.

De cualquier modo, se percibe claramente que los métodos de protesta no pueden mantenerse invariables tras dos meses de calle. La evolución de la protesta no sólo ejercerá mayor presión al mantener –si es que no aumentar– la convocatoria de manifestantes, sino que supondrá una mayor dificultad para los organismos represores del gobierno para limitar la libertad de protesta de quienes participan.

Para finalizar, quisiera recordar la responsabilidad que tienen los venezolanos con la lucha no violenta, pues las armas están del otro lado, y aunque no fuese ese el caso, una democracia no puede sustentarse sobre la permanente amenaza de subyugar al prójimo. Por no hablar de la mayor probabilidad de eficacia de las luchas no violentas a lo largo de la historia, como lo aclaró Benigno Alarcón en su artículo “Violencia o resultados” para Efecto Cocuyo el pasado 15 de mayo. En él, Alarcón afirma que: “Si confrontar exige valor, mucho más valor exige el resistir sin confrontar, y es justamente este tipo de respuesta asimétrica la que hace la represión injustificable y eleva al máximo los costos para el gobierno”.

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