Igualdad es equidad en términos gramaticales y de géneros sexuales. Hacia la equidad de género deberían avanzar todas las sociedades para ser más justas. Sin embargo, no todo es igual en la viña del Señor.

En términos globales, el papel social de las mujeres ha mejorado a pesar de grandes diferencias.  En muchos países, ellas han logrado más derechos y cumplen roles que van mucho más allá que gestar, criar y atender asuntos domésticos. 

En algunos países, no ha habido avances sino retrocesos o estancamiento con respecto a la situación de las mujeres que allí viven. Para ellas, cada día es peor por la represión social, política y policial que se ejerce sobre las que quieren avanzar. Aún así, los movimientos feministas, aunque sean de una élite de esos países, son un signo de esperanza.

El desequilibrio a lo interno de las sociedades también tiene que ver con los derechos de los hombres, como género, no porque hayan sido socavados sino porque no ha habido grandes cambios que respondan a las necesidades de ese grupo social.

La necesaria equidad de género

Las mujeres de las sociedades donde se han logrado derechos tienen más oportunidades de crecer como persona, de progresar como grupo, de ser respetadas, de participar socialmente.  Ellas se sienten más satisfechas consigo mismas, con sus parejas, sus hijos e hijas, con la sociedad a la que pertenecen.  Es de imaginar que a mujeres más satisfechas con ser mujer, los hombres de esas sociedades también lo estarán consigo mismo. Ese es el principio básico de la equidad de género.

La equidad social de hombres y mujeres es igualdad de derechos, sin desmedro de ninguno de los dos géneros. Podría pensarse que en la medida en que las mujeres avanzan los hombres pierden espacios sociales, oportunidades, derechos, craso error de percepción y si fuese así, craso error en la aplicación de políticas de género y por lo tanto, habría que introducir correcciones.

Igualdad es equidad, no lograr privilegios para un grupo en desmedro de otros.

En los países donde se han creado ministerios, secretarías u órganos a nivel de alto gobierno para promover la equidad de género, se percibe un sesgo: la problemática de la mujer es prioridad y lo que concierne a los hombres queda reducido hasta lo invisible.   Se entiende la necesidad de priorizar a las mujeres por razones casi que de emergencia pero no se pueden invertir los privilegios. Sería otro error no sólo conceptual sino operativo.

Nuevo escenario en políticas de género

En la creación y aplicación de políticas de igualdad de género por parte de gobiernos y organismos internacionales puede haber errores, por supuesto.  Sobre todo en etapas de inicio, cuando por lo discriminadas que han sido las mujeres es necesario medidas de alto impacto (o que parecieran tales) para decirle a la sociedad: Ahora es distinto, estamos ante un nuevo escenario en materia de género.

Entre las medidas más visibles de equidad de género a nivel mundial ha estado, por un lado, otorgarle derechos a las mujeres que las protejan como persona, comenzando por su cuerpo, su vida y, por el otro lado, reconocer el derecho que ellas tienen para ocupar cargos de dirección, promover su participación en todos los niveles y exigir la igualdad numérica en equipos o listas de elegibles. Inclusive privilegiar la participación de las mujeres por el solo hecho de ser mujeres.  

Promover la participación de las mujeres es una medida necesaria porque obliga a estructuras históricamente falocéntricas a flexibilizarse, a cambiar. Es una forma de decirles: Las mujeres tienen iguales derechos que los hombres.

Sin embargo, las disposiciones con énfasis en la cantidad pudieran resultar superficiales, un maquillaje. Aun cuando haya igualdad numérica, el poder machista puede activar sus tentáculos y ellos siguen siendo poder, son mayoría en las cúpulas y detrás de bastidores, resultando un falso equilibrio.

Equilibrio

Las disposiciones de darle prioridad o garantizar espacio y participación a las mujeres son consecuencia de las férreas políticas concebidas y ejecutadas históricamente por hombres. 

Por ello, los organismos nacionales e internacionales se han visto obligados a «forzar la barra» a través de disposiciones (ojalá que transitorias) para que, por obligación, se dé prioridad o se garantice la participación de grupos históricamente discriminados, como las mujeres.

El asunto es que las políticas de “forzar la barra” para que todos y todas tengamos las mismas oportunidades, algunos miembros de grupos que no son considerados como minoritarios o que hayan sido discriminados históricamente, como los hombres, corren el riesgo de quedar fuera o pasar a ser discriminados en las selecciones.  

La política de cuotas en concursos de proyectos sociales, culturales o admisión en determinadas instituciones e, inclusive en cargos públicos, en los que se prioriza ser de un determinado grupo, mujeres, por ejemplo, conspira contra la igualdad de derechos que se intenta promover.  

La igualdad de derechos tiene que ser para que todas las personas que tengan capacidades y méritos, independientemente del sexo, tengan las mismas oportunidades. Darles prioridad a algunos por determinadas características, es una nueva forma de discriminar.

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