Educación-Mitos-Horario-especial-educación-Escuela Colibrí (14 de 24)

Agradezco la invitación de Efecto Cocuyo y, en lo personal, de Luis Ernesto Blanco para escribir regularmente sobre asuntos educativos y, eventualmente, sobre asuntos políticos. En ambos campos, el educativo y el político, nos solemos topar con certezas, creencias, criterios, evidencias, doctrinas, prejuicios y mitos. Intentaré, con alguna frecuencia, aludir críticamente a lo que denomino mitos.

La primera vez que lo hice fue a mediados de 1993, en la ponencia central sobre educación que presenté en el Encuentro Nacional de la Sociedad Civil, celebrado en la UCAB de Caracas. En esa ponencia, razoné críticamente sobre lo que llamé en ese entonces “algunas aristas de una racionalidad contrahecha sobre la educación”. ¿A qué me refería en ese entonces? Algunas conceptualizaciones muy difundidas, verdaderos lugares comunes sobre la educación que no atinaban a mostrarla e interpretarla con certeza. A partir de esa convicción, me atreví a señalar que “si desvencijada anda nuestra educación, mucho más todavía lo están los modos de entenderla. Renovar la cosa en sí, la educación, requerirá también redefinir, reestructurar, remozar, el pensamiento que sobre ella tenemos”.

Esa inquietud por tratar de abordar las deficiencias y las inconsistencias en nuestros modos de razonar y entender la dinámica de las realidades educativas la he mantenido desde ese entonces. Hace una década publiqué un libro, editado en el estado Táchira por la gobernación del mismo, en el que apuntaba a algunos mitos educativos. He seguido pensando en esa misma onda. Formularé ahora una decena de lo que llamo mitos educativos en este primer artículo, para irlos desbrozando en sucesivas entregas, entendiendo la palabra mitos en el sentido lato que le da el Diccionario de la Real Academia Española: “Relato o narrativa que desfigura lo que realmente es una cosa”.

Uno de los mitos que hizo fortuna en el imaginario colectivo de empresarios, políticos y educadores desde mediados del siglo XX fue la creencia de que “la educación no forma los recursos que la economía necesita”. Similarmente, desde hace varias décadas, tirios y troyanos tienden a pensar que “La televisión destruye en la noche lo que la escuela construye en el día”. Esta creencia mítica es el fundamento de la visión peyorativa sobre los medios de comunicación presente tanto en la Ley Orgánica de Educación de 1980 como en la Ley Orgánica de Educación del 2009.

También, esta vez desde mediados del siglo XIX, se ha manejado el mito de que el mejor antídoto contra la criminalidad es el incremento de la educación. Desde la primera formulación que hizo José María Vargas de esa idea arribamos hasta las que han hecho Aristóbulo Istúriz en los años noventa del siglo pasado y Henrique Capriles en el siglo XXI. Analizaremos más adelante las falacias contenidas en esa creencia.

Contemporáneamente, nos encontramos con formulaciones del gobierno chavista sobre la esencia de la educación que son claramente míticas. Una de ellas, planteada años atrás por el sociólogo Carlos Lanz: “La escuela debe ser el centro del quehacer comunitario”. Lo curioso es que desde comienzos de los años ochenta, en la época del gobierno de Luis Herrera Campíns, ese criterio fue enunciado por representantes del Ministerio de Educación.

Más recientemente, hay otras formulaciones exclusivas del chavismo, como la relativa a que “Venezuela es un territorio libre de analfabetismo” o aquella que reza: “Ahora sí incluimos a todos en la educación”. Ambas las examinaré más adelante con sentido del realismo histórico. De la misma manera que valdrá la pena evaluar la alarmista creencia que formularon hace pocos años algunos eclesiásticos: “Van a sacar a Dios de las escuelas”, a propósito de las reformas curriculares que el chavismo estaba tratando de implantar. Y otra creencia mítica que han compartido los unos y los otros se ubica en el terreno de las potencialidades del sistema educativo. Creen que “el Gobierno ideologizará a todos a través de la educación”.

Son todos estos meros enunciados por ahora. De uno a uno los iré analizando en sucesivas entregas. También con alguna frecuencia me referiré a mitos políticos como, por ejemplo, el dogma de que “una dictadura no sale con votos”. Espero, ejercitar lo que alguna vez Fernando Pessoa denominó “la inteligencia crítica propiamente intelectual”, aquella que una vez determinadas las inconsistencias de los modos de razonar y entender la realidad, se aplica en “reelaborar el argumento” para llevarlo “a la verdad donde nunca estuvo”.

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