Game of Thrones

Hace unos años alguien dijo en Twitter que las fiestas en Game of Thrones no tenían nada que envidiarle a una celebración de 15 años en los Valles del Tuy: comida, música, alcohol, sexo casual por los rincones. Y al final de la noche, un poco de muertos.

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A partir de allí no he dejado de encontrar elementos que recuerdan al país que tenemos. Entiendan que es difícil sacarse los 20 años de chavismo, ni siquiera para disfrutar de un momento de entretenimiento. Ya sea ver una película, un juego de pelota o un espectáculo musical, todo pasa por el crisma de la polarización. Si Roger Waters quedó reducido a una especie de Paul Gillman debido a su coqueteo con el chavismo; si el béisbol venezolano se convirtió en un placer culposo, imagínense Game of Thrones que habla de conquistar el poder y cuya omnipresencia es tal que ni siquiera los que no la ven pueden evitar hablar de ella.

Se trata de una serie de fama mundial, una superproducción que invierte cerca de 100 millones de dólares por temporada y ha dedicado una descomunal campaña de mercadeo durante los últimos ocho años y 67 capítulos (más los seis que faltan) para tener al planeta entero hablando de sus tramas y subtramas, contando los asesinatos de la serie, o versionando su intro hasta a ritmo de joropo.

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Game of Thrones visto con ojos de un venezolano dañado por el chavismo como los míos deja de ser ficción para convertirse en hiper realismo. Unos tipos que se creen ungidos por la mano de Dios han usurpado el poder y se mantienen allí para disfrutar una vida de excesos y abundancia, mientras sus pueblos sufren una emergencia humanitaria compleja. Unas mafias reinan sin importarles encarcelar, desterrar o lanzar por balcones a inocentes con tal de seguir gobernando; utilizan el hambre y la necesidad de sus ciudadanos con fines políticos y son capaces de inventarse guerras y hacer alianzas con los seres más despreciables para evitar que los legítimos gobernantes ocupen el trono.

Es verdad que si alguien me dice que estoy mal, no tengo argumentos para rebatirlo, pero es que ni siquiera cuando se murió el malvado Rey Joffrey hubo un descanso. La maldad siguió campeando después de su siembra.

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Invierno con zancudos

Las similitudes no terminan con la camarilla usurpadora adueñada del poder, ni las intrigas palaciegas. Hay otro elemento todavía igual de perturbador. A todo rasgo de civilidad y de hacer instituciones para dirimir los conflictos, se opone una pandilla de zombis que cargan un reconcomio enorme y van destruyendo todo a su paso, sobre todo a la gente. Según parece, están molestos porque los desterraron hace ocho mil años a pasar el frío parejo a un sector donde no llega el Estado: sin escuelas, hospitales, dispensarios, ni nada de la civilización. Menos mal que no los pusieron a vivir en las afueras de la ciudad en barracas de zinc en medio de un solazo tropical y una zancudera, como a los damnificados caraqueños que poblaron los Valles de Tuy, porque no me quiero ni imaginar el resentimiento acumulado de esa gente.

El caminante blanco mayor en Game of Thrones
El Rey de la Noche

El líder de esta megabanda aplica la lógica del pranato, se hace llamar el Rey de la Noche, y, aunque suene a nombre de reguetonero, es un tipo de cuidado. Ellos, aunque nunca conocieron a CAP,  son conocidos como los “Caminantes Blancos”. Y no tendrán motos, pero tienen caballos; no usarán capuchas, pero igualito meten más miedo que los colectivos y actúan con la misma impunidad. Ni siquiera el muro construido en la frontera parece una garantía para mantenerse en resguardo de su furia, lo cual es un llamado a  Trump para que coja dato.

Jon vive, la lucha sigue

Los caminantes blancos no son los únicos muertos vivos que recorren la serie. A uno de sus protagonistas,  el hijo bastardo de la casa Stark, el bueno de Jon Snow (porque Juan Nieve no infunde el más mínimo respeto), lo vimos morir y volver, como si fuese un intergaláctico que trota por un malecón. En el segundo capítulo de la sexta temporada, la bruja Melisandre logra revivirlo sin necesidad de llevarlo al Cimeq y Snow quedaba otra vez listo para volver al despacho.

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Jon ha conocido de cerca el horror del colectivo de los caminantes blancos y además volvió de la muerte, que es lo mismo que decir que salió de La Tumba. Eso lo ha dejado marcado y ahora queda poco del tipo tímido e inseguro que se dejó embaucar para ir a formar parte de la Guardia de la Noche en un cuartelucho olvidado de la frontera por el que no pasa ni una cisterna de gasolina ni nadie intenta ingresar ayuda humanitaria.

El nuevo Snow regresó más fuerte y mucho más decidido a enfrentar a los usurpadores. Tiene clara la importancia de la unidad y de tejer una alianza sólida con la que es, con la que siempre ha estado clara, que tuvo el valor de decirle las cosas en la cara a esos malandros y tiene años preparándose para lo que viene.

Game of Thrones con los días contados

Daenerys Targaryen es la legítima ocupante del trono de los siete reinos y está decidida a reconquistar lo que le corresponde. Desde su exilio forzado no dedicó tiempo a formar un TSJ, sino a consolidar un ejército con el que marchará hasta el palacio para dar la batalla final. Está clara que no puede sola y no le ha temblado el pulso para hacerse del apoyo de las fuerzas militares de otros pueblos que la reconocen como reina.

Además es la madre de dragones. Los ilegítimos aseguran que estos representan un peligro para todos y no van a preguntar si eres aliado o enemigo a la hora de lanzar su fogonazo. Sin embargo, ella ha demostrado que está dispuesta a usarlos para poner fin a la usurpación.

Por suerte y a diferencia de la otra historia que nos ocupa, Game of Thrones sí tiene los capítulos contados y todas las opciones que están sobre la mesa las conoceremos en seis semanas a partir del 14 de abril. Si la luz lo permite.

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