Hoy le robo frases a Serrat para hablar de los jóvenes.

A juzgar por las edades de agredidos, presos y muertos, es la juventud más chiquita la que está llevando en hombros una tarea que es de todos. No hablo de héroes, hablo de la resistencia y el aguante evidenciado ante la represión grosera que los mal llamados “cuerpos de seguridad” les han marcado en el cuerpo y en el ánimo.

Luce absurdo que ellos tengan que salir a pelear, a cargar con nuestras malas decisiones y a tratar de enderezar a un país que sus mayores descuidamos. Luce grotesco que chamos uniformados de policías, que son casi de su misma edad, les disparen bombas lacrimógenas a quemarropa, los golpeen en el suelo y desmayados. Luce increíble que la violencia del gobierno les haya endurecido las ganas de salir de esa pesadilla roja.

Esos chamos se asoman a la vida con más ganas que sabiduría. Le apuestan a una mejor Venezuela con la seguridad de lo que no quieren más. Se atreven a apostar su vida con la esperanza de poder seguir viviendo en su ciudad, volver a casa en la noche, abrazar a su familia y que su país los abrace a ellos. No aceptan la imposición de la tristeza y la desesperanza como consigna diaria. En sus manos y brazos apenas se asoman las venas por donde corre la sangre de una sociedad que quiere vivir en armonía. Muchos ni siquiera pueden definir a “la democracia” no conocen más pasado que sus últimas vacaciones y sólo han conocido un tipo de gobierno, el de Chávez.

Ellos nacieron en ese período pero no son hijos de ese desafuero mentiroso que llaman “revolución”. Seguramente no entienden muy bien cómo es que su país se ha convertido en ese campo de batalla en el que los que tienen armas y gas lacrimógeno, y les disparan a quemarropa son los que hablan de paz. Y ellos, que han tenido que ser ingeniosos para sobrevivir, son acusados de terroristas. A menos que sea por el terror que siente el gobierno al mirar que no ha podido doblegarlos.

La mayoría no procesa cómo es que el gobierno habla de guerra si en la guerra hay dos enemigos armados con ánimos de matar, cuando ellos están desarmados, protestando contra un gobierno que cada día arrecia con más fuerza, con más odio y con menos pueblo.

A esos jóvenes les acompaña el mismo poder que hoy tiene más de la mitad del país: el poder de quien no tiene nada que perder. Y eso si da terror, señores. Al lado de esos jóvenes, están sus padres, que viven sorteando la angustia entre procurar que sus hijos se vayan del país y sufrir. O rezar cuando salen a protestar, y sufrir hasta que regresan. Muy macabro eso.

A esos locos bajitos ya no puedes decirles como en la canción: “niño, deja ya de joder con la pelota….que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca”, porque su convencimiento es tal que ya debería estar contagiando a gente más grandecita, y ya “no les bastan nuestros cuentos para dormir”.

¿Cómo participar con ellos, cómo hacer que su esfuerzo no se diluya? Ya se han visto algunas iniciativas, acompañamientos vitales de las mujeres, de la gente religiosa, de los artistas y se espera que se les unan hombres. Pero a la acción es necesario que se le una el pensamiento. Hay que pensar en alternativas distintas a la apuesta por llegar a la barricada represora; sabido es que el gobierno no va a dejar de reprimir porque lo que quiere es sumisión y silencio. Y eso no lo tendrá. De modo que vale evaluar dónde están “las últimas consecuencias” a las que dicen hay que llegar.

Hay que decirles a los chicos que cuando esto acabe, porque va a acabar, al despertar de esta pesadilla, todos tendremos que aprender a vivir juntos otra vez. No es verdad que vamos a pensar y a querer lo mismo, menos mal. Deberíamos despertar con memoria pero sin dejar que el odio sea el latido que mueva al corazón joven.

No queremos más héroes. Queremos que esos locos bajitos que se incorporan con los ojos abiertos de par en par, sin respeto al horario ni a las costumbres, y a los que por su bien (no) hay que domesticar, decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós porque viajen o porque se vayan de casa, no porque los maten.

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