Navidad y Año Nuevo son fiestas en las que predominan los compromisos sociales, el consumo excesivo, las fiestas continuas, mientras que la tradición religiosa que dio origen a estas celebraciones quedó, para la inmensa mayoría, como una referencia, una excusa para romper la rutina.
La nueva significación de esta época se sintetiza en la frase “feliz navidad”, que suena como un decreto social pero que no todo el mundo puede cumplir. Hay quienes en estas fiestas no se sienten felices por variadas razones, pero el saber que hay muchas otras personas que tampoco responden a ese llamado puede aliviar un poco esa infelicidad.
Que en navidad hay que ser/estar feliz es un mandato social deseado -ojalá que así fuese- pero del deseo al hecho puede haber un buen trecho. Por el contrario, la exigencia de que en esta época hay que sentirse feliz puede generar mucho estrés, ansiedad, incluso puede tener un efecto contrario a la felicidad.
Hay gente que no le gustan las navidades – la tipo Grinch-, estas fiestas la deprimen. Otra que le gustan pero puede no pasarla bien por circunstancias particulares como problemas de salud, económicos, ausencias. Inclusive, hay quien se siente infeliz -culpable- por no poder cumplir el mandato de ser feliz.
La navidad es una fiesta en muchas dimensiones: colectiva, laboral, vecinal, familiar, pero como todas las fiestas la más importante es la que se da por dentro, la individual. Si alguien, en lo personal, no se siente física o anímicamente bien, poco puede aparentar y tampoco hacer sentir bien a quienes le rodean. Ser aguafiestas puede generar culpa.
En navidad, las expectativas sociales a que te sientas y te muestres bien son muy altas. La gente puede sentirse obligada a aparentar, a cumplir con los demás, a estar y hacer lo que no quisiera. Actuar por complacer a los demás, exige esfuerzo, desgasta, puede producir malestar hasta rabia.
Las navidades son hermosas por el ambiente de luz, alegría, compartir, celebrar la vida, pero también puede ser tiempo de hipocresía. La gente puede mostrarse más generosa y cordial de lo que era en otras épocas. En eso de las máscaras sociales, la navidad y el carnaval se parecen. La diferencia está en que en carnaval te puedes tapar la cara, en navidad, hay que darla.
La navidad por ser fiesta de paz y amor, de celebrar el nacimiento del Dios cristiano, nos hace más vulnerables a emociones que en otros momentos del año o con el trajín cotidiano podemos disimular, inclusive, ocultar de nosotros mismos.
Al contrario de lo que se piensa y la imagen misma de estas fiestas, en navidad puede empeorar el estado de ánimo en personas que tienen condiciones anímicas preexistentes, como la tendencia a la depresión o una enfermedad crónica. También hay más susceptibilidad ante las carencias económicas, la pérdida o lejanía de seres queridos. En navidad, así como la alegría, la tristeza se puede exacerbar.
A pesar de que los manuales de salud mental no reconocen la existencia de un síndrome de depresión navideña, se sabe que en esta época somos más sensibles. Expresamos con más facilidad la alegría, pero también la tristeza. La añoranza y la melancolía pueden abrazarnos.
En particular, durante las dos últimas navidades, 2020 y 2021, la sensación de fiesta ha costado sentirla. La pandemia del Covid nos ha obligado a alterar las tradiciones y la celebración que se caracteriza por el encuentro, la cercanía, el abrazo, ha sido todo lo contrario. Las distancias, la imposibilidad de salvarlas, duelen más. Han sido navidades alteradas, tristes, con temor.
También, por supuesto, queda la posibilidad de pasar una feliz navidad, de cumplir con lo establecido y celebrar. Podemos tener la suerte de estar en compañía de gente querida y olvidarnos, aunque sea por unos días, de los problemas. Así es para la inmensa mayoría de la gente. Menos mal.
Navidad es tiempo de añoranza. Se ve más el pasado que el futuro, se siente el presente. Las pérdidas y ausencias se hacen más notables pero, en días llegará el Año Nuevo, oportunidad para expresar deseos, trazarnos metas, cantar aquel lugar común de “año nuevo, vida nueva” y celebrar la vida, el futuro.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Aunque me cueste la vida…
El fin de semana pasado, tuvimos la oportunidad de ver una puesta en escena en el teatro de la Torre BOD. La Monstrua, una magistral obra del recientemente fallecido autor uruguayo, Ariel Mastandrea, fue representada por la entrañable primera actriz, Gledys Ibarra, acompañada de un grupo muy joven de directores, productores, escenógrafos y vestuaristas venezolanos. […]
Nos encontramos nuevamente por este medio, luego de una larga pausa. Lamento mucho que el tema que hoy estamos obligados a tratar sea el de la criminalización de la libertad, materializada en el menoscabo de la justicia y la libre asociación. Tenemos prohibida la convivencia y la sociabilidad. Los tiempos de oscuridad, descritos ampliamente por […]
Comienza un nuevo año con la violencia como protagonista en una guerra que se sigue extendiendo en Ucrania; en la agresión a docentes y jubilados en las calles; en las series más vistos en todas las plataformas; en los videojuegos de mayor aceptación; en la información más viral en las redes sociales. Los centros educativos […]
Hay un modo de hacer política que, al final del camino, solo trae como resultado la profundización de los males que se pretendían corregir. Es un camino que generalmente utilizan las fuerzas políticas extremas para golpear con saña, maximizar el descontento y, además, no ofrecer una agenda constructiva para desplazar a la casta gobernante de […]
Navidad y Año Nuevo son fiestas en las que predominan los compromisos sociales, el consumo excesivo, las fiestas continuas, mientras que la tradición religiosa que dio origen a estas celebraciones quedó, para la inmensa mayoría, como una referencia, una excusa para romper la rutina.
La nueva significación de esta época se sintetiza en la frase “feliz navidad”, que suena como un decreto social pero que no todo el mundo puede cumplir. Hay quienes en estas fiestas no se sienten felices por variadas razones, pero el saber que hay muchas otras personas que tampoco responden a ese llamado puede aliviar un poco esa infelicidad.
Que en navidad hay que ser/estar feliz es un mandato social deseado -ojalá que así fuese- pero del deseo al hecho puede haber un buen trecho. Por el contrario, la exigencia de que en esta época hay que sentirse feliz puede generar mucho estrés, ansiedad, incluso puede tener un efecto contrario a la felicidad.
Hay gente que no le gustan las navidades – la tipo Grinch-, estas fiestas la deprimen. Otra que le gustan pero puede no pasarla bien por circunstancias particulares como problemas de salud, económicos, ausencias. Inclusive, hay quien se siente infeliz -culpable- por no poder cumplir el mandato de ser feliz.
La navidad es una fiesta en muchas dimensiones: colectiva, laboral, vecinal, familiar, pero como todas las fiestas la más importante es la que se da por dentro, la individual. Si alguien, en lo personal, no se siente física o anímicamente bien, poco puede aparentar y tampoco hacer sentir bien a quienes le rodean. Ser aguafiestas puede generar culpa.
En navidad, las expectativas sociales a que te sientas y te muestres bien son muy altas. La gente puede sentirse obligada a aparentar, a cumplir con los demás, a estar y hacer lo que no quisiera. Actuar por complacer a los demás, exige esfuerzo, desgasta, puede producir malestar hasta rabia.
Las navidades son hermosas por el ambiente de luz, alegría, compartir, celebrar la vida, pero también puede ser tiempo de hipocresía. La gente puede mostrarse más generosa y cordial de lo que era en otras épocas. En eso de las máscaras sociales, la navidad y el carnaval se parecen. La diferencia está en que en carnaval te puedes tapar la cara, en navidad, hay que darla.
La navidad por ser fiesta de paz y amor, de celebrar el nacimiento del Dios cristiano, nos hace más vulnerables a emociones que en otros momentos del año o con el trajín cotidiano podemos disimular, inclusive, ocultar de nosotros mismos.
Al contrario de lo que se piensa y la imagen misma de estas fiestas, en navidad puede empeorar el estado de ánimo en personas que tienen condiciones anímicas preexistentes, como la tendencia a la depresión o una enfermedad crónica. También hay más susceptibilidad ante las carencias económicas, la pérdida o lejanía de seres queridos. En navidad, así como la alegría, la tristeza se puede exacerbar.
A pesar de que los manuales de salud mental no reconocen la existencia de un síndrome de depresión navideña, se sabe que en esta época somos más sensibles. Expresamos con más facilidad la alegría, pero también la tristeza. La añoranza y la melancolía pueden abrazarnos.
En particular, durante las dos últimas navidades, 2020 y 2021, la sensación de fiesta ha costado sentirla. La pandemia del Covid nos ha obligado a alterar las tradiciones y la celebración que se caracteriza por el encuentro, la cercanía, el abrazo, ha sido todo lo contrario. Las distancias, la imposibilidad de salvarlas, duelen más. Han sido navidades alteradas, tristes, con temor.
También, por supuesto, queda la posibilidad de pasar una feliz navidad, de cumplir con lo establecido y celebrar. Podemos tener la suerte de estar en compañía de gente querida y olvidarnos, aunque sea por unos días, de los problemas. Así es para la inmensa mayoría de la gente. Menos mal.
Navidad es tiempo de añoranza. Se ve más el pasado que el futuro, se siente el presente. Las pérdidas y ausencias se hacen más notables pero, en días llegará el Año Nuevo, oportunidad para expresar deseos, trazarnos metas, cantar aquel lugar común de “año nuevo, vida nueva” y celebrar la vida, el futuro.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Aunque me cueste la vida…