Cuando salimos a giras de negocios internacionales para exaltar a Venezuela como destino de inversión, es inevitable referirse a los recursos naturales que Dios nos regaló.

Contamos con 300 mil millones de barriles de petróleo, las reservas certificadas de crudo más grandes del mundo; 8.300 millardos de metros cúbicos de gas natural, las sextas reservas probadas del mundo y las primeras de Latinoamérica; y 2.200 toneladas de oro, siendo las cuartas reservas del planeta. Solo entre los mencionados y otros recursos minerales, reposan en nuestro subsuelo cerca de 30 trillones de dólares.

Se suma a lo anterior, 550.000 kilómetros cuadrados de tierra potencialmente cultivable, el 60% de nuestro territorio con 1.320 km cúbicos de agua dulce apta para el riego, las decimoprimeras reservas acuíferas del mundo.

A lo señalado, debemos agregar un sorprendente desarrollo de infraestructura, producto de las épocas de bonanza petrolera, hoy en desuso o deteriorada por falta de inversión, incluyendo vialidad, generación y distribución eléctrica, represas y acueductos, puertos y aeropuertos, capacidad industrial, entre otras.

Además, tenemos una localización geográfica de excepción, al ser Venezuela equidistante de los extremos norte y sur de América, así como del continente europeo. Esto, desde el punto de vista geoeconómico y geopolítico, representa una indiscutible ventaja.

La gente

Una de las bendiciones que tenemos, quizás la más grande de todas, es nuestra gente. No solo hablamos del talento y la calificación profesional de las personas que se llevó la diáspora y aquellos que nos quedamos. Nos referimos a la esencia de nuestra gente, el gentilicio venezolano, que, por gran distancia, considero que es el principal recurso natural con el que cuenta Venezuela.

Trabajadores, esforzados, resueltos y resolutivos, abiertos, cálidos, cercanos, amigueros, ingeniosos, agudos, divertidos, dicharacheros, son algunos de los atributos de los venezolanos que podríamos mencionar. No podemos tapar el sol con un dedo, también somos revoltosos, bulleros, desordenados, improvisados, atorados, cortoplacistas, desordenados, impuntuales, demasiado tolerantes y otras cuantas faltas, que tenemos como pueblo.

Resulta difícil explicar a gringos, europeos, asiáticos, árabes y africanos cómo somos y lo que significa. Cómo explicarles a los inversionistas extranjeros que cuando aterricen en Venezuela se sentirán mejor que en su propia casa, pero que deben tener la paciencia y entender que todas nuestras virtudes tienen como contraprestación algunos “defectillos” con los que coexistimos armónicamente.

Para explicar más gráficamente nuestra manera de ser, suelo recurrir a ejemplos recientes de lo que vivo en mi día a día, y que son dignas expresiones de lo que es ser venezolano.

La muerte de papá

Hace un par de meses murió mi papá, después de unos largos y buenos 95 años de vida. Mi padre, un inmigrante español, republicano y ateo, con una lucidez sorprendente en sus últimos días de vida, fue diametralmente claro respecto a que quería una muerte recatada, que pasara desapercibida, sin curas, ni pompas, ni misas, ni ritos de ningún tipo. Deseaba sólo una cremación discreta y frugal, más nada.

Tras una expiración piadosa y tranquila, mi único hermano y yo, nos dispusimos a cumplir su voluntad, mientras recibíamos no menos de 5 mil llamadas, mensajes de WhatsApp, Twitter e Instagram, dándonos cálidas condolencias. 

Luego de expresar nuestro sincero agradecimiento, insistimos a la gente buena que nos daba las condolencias, que mi padre era irreligioso y deseaba una muerte reservada y silenciosa. No obstante, lo dicho, en el afán de cercanía y solidaridad que nos caracteriza a los venezolanos, coronas y flores fueron enviadas, muchas misas se celebraron, numerosos obituarios se publicaron y varios curas le dieron la extremaunción post mortem.

La arritmia

El día 23 de diciembre, a mi mujer le dio una seria baja de tensión arterial con una arritmia cardíaca. Aunque se sentía mal, como la verdadera guerrera que es, mi esposa el día 24 preparó comida y mesa navideña para 35 personas. Además, organizó un regalo robado para la tropa y arregló el arbolito de navidad que se había quemado — sí, con fuego y todo— el día anterior.

El día 26, la pobre era atendida de emergencia por unos queridos amigos cardiólogos, quienes por supuesto, no quisieron cobrar sus honorarios.

Hoy, mi entusiasta esposa, con un monitor cardíaco portátil a cuestas, ya se encuentra preparando un rumbón, con no menos de 50 personas entre familia y amigos para recibir el 2023.

Mi tía, la aparecida

Después de 6 años sin dar señales de vida, todos habíamos asumido que mi tía Carmen había muerto. Carmen, de 84 años, tía de un compadre y hermano de la vida, y, en consecuencia, tía nuestra por transitividad, desapareció hace 6 años en Caracas, no sabemos bien por qué, y tras incesantes e infructíferas búsquedas la dimos por muerta. En estos días navideños, la tía Carmen apareció en un hospital de Bogotá.

La tía está en buenas condiciones físicas pero un poco perdida de cabeza. Tras la noticia de la aparición de Carmen, familia y amigos, dentro y fuera de Venezuela, pusimos oraciones y esfuerzo en conjunto para repatriar a la tía aparecida y ya está de regreso en Caracas. Actualmente, ultimamos detalles médicos y logísticos destinados a arreglar a la tía, para que pueda pasar el 31 con nosotros.

Pues sí, este Fin de Año celebrando la memoria de mi padre ateo, ya rezado y bendito, mi mujer con una arritmia y un numeroso grupo de familia y amigos amados, nos apeamos para recibir el 2023 en compañía de la tía aparecida.

Para que nos entiendan los inversionistas extranjeros, así somos los venezolanos, solidarios, querendones, voluntariosos y gozones. Bien particulares y amados ¿no?

¡Feliz 2023!

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