Fareed Zakaria, en un destacado ensayo publicado en la revista “Foreign Affairs” en 1997, llamó “el ascenso de la democracia iliberal” (no querido lector, con el chavismo no se inicia el principio y el fin de los tiempos).

¿Qué ocurre cuando en elecciones limpias, transparentes y competitivas resulta electo un líder abiertamente autoritario, fascista, racista o separatista?

Es común que en la diatriba política, se confunda el concepto de liberalismo constitucional con el de democracia. El primero se organiza en función de la separación de poderes, el respeto a la libertad de expresión y el imperio liberal.

Mientras que, la segunda está desarrollada sobre la base del constructo griego de sistema político en el que los ciudadanos ejercen directamente funciones legislativas, ejecutivas y judiciales.

El liberalismo constitucional coincide con el liberalismo económico, pero no con la instauración de la democracia como sistema político por excelencia en occidente dice Philippe Schmitter.

El “florecimiento de la democracia”, esto es la propagación de asambleas y demostraciones plenas de ciudadanos que demandan soluciones inmediatas y cuyos líderes toman decisiones en función de su dependencia a los estados de opinión, se ha convertido en una amenaza de envergadura para el liberalismo constitucional.

Un monstruo que crece vertiginosamente

Zakaria mencionaba en su ensayo, al Perú del fujimorismo, Palestina, Sierra Leona y Eslovaquia, como sistemas políticos en los que reinaba el vivo ejemplo de las democracias iliberales. Veintiún años después es preciso sumar a la lista a varias naciones de la Unión Europea, ¿quién podría predecirlo?

La Hungría de Víctor Orban ha sido acusada por la Unión Europea de romper con los valores europeos, al promover un discurso xenófobo, atacar a las ONG´s que dan amparo a personas sin hogar y manejar de forma poco transparente los fondos europeos. Aunque solo el 1,5% de la población de esa nación es extranjera según cifras de la Oficina Central de Estadística húngara, Orban ha logrado la victoria en tres períodos consecutivos sobre la denuncia de “la amenaza extranjera”.

Por su parte, Jaroslaw Kaczynski, líder del Partido Ley y Justicia de Polonia, aspira devolverle la “grandeza y soberanía” a esa nación. El país tiene indicadores de crecimiento económico y programas sociales populares, al mismo tiempo que el partido de gobierno ha maniobrado para ejercer control político sobre el Poder Judicial y modificar la composición ideológica de la administración pública.

Hungría y Polonia están gobernados por factores de la ultraderecha y sus líderes han obtenido el triunfo en eventos electorales. Así las cosas, resulta preciso redimensionar la discusión decimonónica sobre izquierdas y derechas.

El dominio sobre lo público o la prevalencia de la iniciativa privada nutren sin duda los debates acerca de hacia dónde debe dirigirse el Estado, pero la implementación de uno de estos modelos no garantiza la salud per se de la democracia, en el sentido liberal de su acepción.

Los sistemas políticos parecen estar asediados por electores cada vez menos pacientes acerca de la solución de los conflictos que aquejan a las sociedades, mientras que los líderes políticos han cedido su juicio a las expresiones de impaciencia de sus votantes.

Sin embargo, la presión por la gratificación instantánea, implica la solidificación de la democracia iliberal, puesto que implica de suyo, rebanar el estado de Derecho, despachar con ligereza los debates parlamentarios acerca de la conveniencia o no de una política pública, y la resolución de las controversias entre facciones que desean acceder o permanecer en el poder, en el lapso que dura un maratón de una serie de Netflix.

El logro de los contrapesos en el ejercicio del poder, no van a la velocidad de los electores impacientes.

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