Vivimos rodeados de desinformación. Es un fenómeno que está presente en nuestras vidas como si fuera el oxígeno mismo. El nivel de toxicidad que está provocando este elemento, absolutamente deliberado, es tan grave que la misma forma de convivencia democrática corre grave peligro alrededor del mundo.
Con la desinformación se construyen versiones distorsionadas de la realidad que nos hacen creer lo que “no es”, pero se asemejan a lo que “sentimos” y nos mueven en el terreno de nuestros sentimientos y emociones, facilitándole el camino a quien juegue desde el poder a ser un auténtico autócrata. Hoy día, la desinformación y la posverdad son herramientas fundamentales para quienes desean atentar contra las instituciones y los contrapesos necesarios.
Dice Javier San Román, cineasta y creativo publicitario español, que: “El nuevo modelo de negocio de la prensa es vender discursos; no contar los hechos. En los años 70 la prensa norteamericana derribó a un presidente mentiroso, y en estos años la prensa ha hecho presidente a un mentiroso”. Con lo cual describe claramente el poder ejercido desde la desinformación para crear posverdad y aglutinar adeptos cargados de emocionalidad reactiva.
“Más que adaptarnos a la realidad, adaptamos la realidad a nuestras creencias. Para ello podemos llegar a rechazar los hechos y los datos. Lo llamamos disonancia cognitiva”, explica David Redoli, sociólogo y magister en ciencia política, en un seminario internacional de comunicación en esa área. Esta afirmación cobra mayor sentido y vigencia actualmente. Las herramientas para manipularnos y hacernos sentir bien se convierten en una burbuja que nos redimensiona la realidad hacia una óptica muy particular distinta a la que establecen los hechos.
Las consecuencias de este fenómeno no se están haciendo esperar. El propio Papa Francisco ha insistido en “terminar con la lógica de la posverdad y la desinformación”, a la vez que exhortó a Gobiernos y políticos a trabajar por el “bien común”. “Pido que terminen con la lógica de la posverdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el escándalo y lo sucio; y que busquen contribuir a la fraternidad humana”.
Con la proliferación de la desinformación, el interés público o las temáticas que deben aglutinar a las sociedades nacionales han sido desplazadas por esferas individuales, enmarcadas en la posverdad, que no permiten la articulación humana en favor del bien común. Quizás por ello, la antipolítica ha venido ganando espacios que reducen el interés ciudadano por los asuntos públicos.
Con esto, sufre la democracia y sufren los más vulnerables al no poder contar con respuestas institucionales adecuadas. El formato de la autocracia ha recuperado amplio terreno con el binomio desinformación y posverdad a la par de los procesos de despolitización que impiden poner cortapisas a semejantes desviaciones. Toca activar con mucha fuerza las resistencias ciudadanas para contrarrestar semejante fenómeno de autodestrucción colectiva.
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