Juan Guaidó- Rendición de cuentas

Como es sabido por todos, el pasado viernes 30 de diciembre la Asamblea Nacional -electa en 2015- en segunda discusión, con 72 votos a favor, 29 en contra y 8 salvados, decidió eliminar el gobierno interino de Juan Guaidó. Iniciado en 2019, con la aprobación de 59 países y un 60% de popularidad a nivel nacional, tras repetidas torpezas políticas y acusaciones de corrupción, el gobierno interino, a finales de 2022, apenas contaba con el respaldo de unos pocos países, encabezados por EE UU, y una aceptación nacional que apenas alcanzaba el 5%.

¿Qué pasará?

He de confesarles que fue una sorpresa el reciente alejamiento de la mayoría opositora de Guaidó y Voluntad Popular. Me resultó asombrosa la decisión de extinguir el gobierno interino y no caer en la tentación de sustituir a Guaidó por otro miembro de la Asamblea del 2015.

Sin duda, los incentivos estaban dados para guardar distancia del fallido e impopular gobierno interino y dar un claro mensaje de que una remozada oposición no es golpista ni avala la corrupción. No obstante, de cara al mundo y a los venezolanos, reconocer públicamente una equivocación sostenida por 4 años, puede restar fuerza política al conjunto opositor y fragmentarlo aún más de lo que está. Para evitar esto, tendrían que capitalizar en el discurso de que una oposición seria no se presta al desvarío, al disparate y a los ilícitos de nadie, aunque pertenezca a sus propias filas.

Quedan las dudas puestas sobre la mesa, sobre el control de activos en el extranjero, hasta ahora en manos de Guaidó y su grupo. Asimismo, no queda claro quiénes serán los nuevos interlocutores políticos con EE UU y los pocos países que todavía no reconocen a Maduro. Hasta el momento, el Departamento de Estado americano ha dado escuetas declaraciones de que hará lo que la oposición venezolana determine. Falta aclarar todavía, a cuál de las múltiples oposiciones se refiere.

Frente a las próximas elecciones primarias y presidenciales de 2024, todavía la oposición enfrenta varios retos: promover y seguir el diálogo de México con miras a llegar a acuerdos sociales, económicos y políticos; trazar una línea ideológica clara que la diferencie del discurso oficialista; aglutinarse en torno a un liderazgo único que represente a todas las facciones políticas que aspiran a la presidencia; generar un proyecto país que atienda las necesidades económicas y sociales de los venezolanos y brinde ls esperanzas de construir una Venezuela próspera y moderna signada por la inclusión y el desarrollo social, entre otros.

Lo mencionado, no para nada fácil. Me queda pues, felicitar a la mayoría opositora por dar un primer paso, para lo que espero sean nuevas normas dentro del juego político. Ojalá, no nos defrauden nuevamente con sus acostumbrados absurdos y desatinos.

¿Qué pasó?

En 2019, el entonces joven líder de Voluntad Popular saltó a la palestra pública como presidente interino de Venezuela, designado por la Asamblea Nacional de 2015, ya entonces suplantada por la Constituyente chavista de 2017. Juan Guaidó -hasta el momento bastante desconocido- representó para los venezolanos opositores una esperanza de aglutinamiento democrático en torno a un liderazgo nuevo, emergente, fresco y valiente, que retaba el orden político y el statu quo de una institucionalidad que mucha gente sentía que había sido secuestrada por el oficialismo.

Moreno, guaireño, de tipología mestiza, hijo de un taxista e ingeniero industrial de la UCAB, Guaidó representaba para muchos, el arquetipo de una cenicienta política tropical; el muchacho de clase media baja, que a punta de esfuerzo había logrado un vertiginoso ascenso social, gracias a su formación universitaria y a una carrera política sin aparentes máculas en el pasado. Sumaba a lo anterior, un discurso encendido y valiente, ofreciendo su integridad personal y hasta su vida, para luchar por la patria.

Yo, en lo personal, que soy escéptico respecto a la oposición venezolana, desde el desgraciado golpe de Estado y ulterior paro petrolero de 2002, veía como un completo absurdo que se establecieran instituciones paralelas: ejecutivo, congreso, tribunal supremo y otras tantas, en un país que estaba fracturado políticamente y atravesando una de las más graves crisis económicas de su historia.

Sin embargo, ver a un líder opositor con un discurso renovado y que gallardamente ofrecía elecciones presidenciales en tan sólo 6 meses, para escuchar la voluntad de los venezolanos y calmar el muy encendido paisaje político que entonces primaba, me parecía una alternativa interesante para ser analizada como fenómeno político emergente.

El 30 de abril de 2019, el gobierno interino dio al traste con su supuesta ralea democrática, cuando en un acto de insensatez sin precedentes, Juan Guaidó y el fugado, Leopoldo López, dieron al traste con sus aparentes intenciones democráticas, cuando se presentaron frente al aeropuerto de La Carlota, para dirigir un precario y fallido golpe de Estado contra el presidente Maduro, lo que de entrada dejó ver las costuras autocráticas, fascistas y golpistas, que lamentablemente han caracterizado a la mayoría de la oposición venezolana a lo largo de los últimos 23 años.

Mientras Guaidó formaba su gobierno paralelo y hacia fuerte lobby internacional a favor de la profundización de las sanciones, se prestaba a la bufa operación Gedeón para tomar por la fuerza el control político de Venezuela en 2020, mostrando así sus intenciones fascistas junto a una oposición radical que lo respaldaba.

Jamás escuché de Gauidó palabras como conversación, diálogo, acuerdos, coexistencia, ni un sólido proyecto nacional para mejorar las condiciones sociales y económicas de los venezolanos. Su verbo y acciones daban cuenta de un deseo irrefrenable de poder político, aunque ello costara la vida de los compatriotas.

Con control sobre activos de venezolanos congelados en el extranjero y cientos de millones de dólares otorgados por el Departamento de Estado americano para derrocar a Maduro, los comentarios sobre despilfarro y corrupción no se hicieron esperar. Incluso, personeros de su gobierno paralelo, como lo fue Calderón Berti, daban cuentas del inadecuado manejo de fondos del nuevo gobierno autoproclamado.

Entre 2019 y 2021, primó una psicosis política en virtud de la cual Venezuela tenía 2 presidentes con gabinete incluido, 2 congresos, 2 cuerpos diplomáticos, dos poderes legislativos y pare usted de contar. La única verdad, es que en lo fáctico y en la realidad real, era Maduro y su gente quien dirigía los destinos de la Patria, y cada vez más, el interinato pasaba a ser la fantasía política que sólo complacía a los que intestinamente odiaban al oficialismo.

En las elecciones parlamentarias del 20, un absurdo llamado a la abstención dieron al chavismo una cómoda ventaja en la conquista de la mayoría de los curules de la Asamblea. Una nueva oposición no concentrada en torno a una clara línea de pensamiento político divergente, emergió como respuesta al desacuerdo con Guaidó y participó en las elecciones regionales de 2021, en las cuales obtuvo indudables victorias, especialmente a nivel de las alcaldías.

Sucesivas promesas fallidas de cambio político, una vergonzosa dilapidación de recursos y el absoluto alejamiento de lo que la mayoría de gente de a pie deseaba, fueron la tumba y lápida donde terminó de enterrarse el gobierno interino de Juan Guaidó.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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