La desconfianza ha sido uno de los grandes obstáculos que han tenido los partidos políticos opositores al gobierno de Nicolás Maduro para mostrarse cohesionados y, al mismo tiempo, representar una alternativa atractiva para sus electores.
En los últimos años, tenemos una larga lista de episodios que han servido para alimentar la desconfianza política y, en consecuencia, desanimar la participación de la mayoría de los ciudadanos que desea el cambio político (reseñado por variadas encuestas).
Esto último se ilustra muy bien con la nueva polémica sobre la intervención del CNE en las eventuales primarias presidenciales opositoras que se celebrarían en el 2023. En concreto, representantes de probables partidos políticos participantes se pronunciaron en contra de la posibilidad de que el CNE preste su apoyo técnico, logístico y la infraestructura relacionada para el desarrollo de estos comicios, y apuntan a razones legítimas, por ejemplo, la baja credibilidad y transparencia de este organismo o la imposibilidad de que los venezolanos en el exterior puedan votar (dado que no se actualiza ese registro desde hace muchos años y otros motivos).
Ahora bien, considerando lo difícil que es construir confianzas (en cualquier ámbito de la vida, incluso más en política) y, en paralelo, asumir que las elecciones presidenciales serán organizadas por el CNE en el 2024, pregunto: ¿si queremos animar la participación electoral, no será incoherente si desde ya le decimos a la ciudadanía que buscaremos un árbitro para nuestras primarias porque no creemos en el árbitro oficial, el cual, dicho sea de paso, será encargado de organizar la elección presidencial constitucional?
En otras palabras, el mensaje que damos es el siguiente: el CNE no sirve para las primarias presidenciales del 2023, pero no se preocupen, calma, porque sí nos servirá para las presidenciales finales del 2024.
Y la ciudadanía responde un poco confundida: ¿O es chicha o es limoná? Hoy pocos dudan que hemos demolido la participación electoral y, por supuesto, el gobierno de Nicolás Maduro ha sonreído cada vez que la abstención es la ganadora.
Cuando nos tropezamos con estas declaraciones, y después de tantos años de progresos y retrocesos en la lucha por la recuperación de la democracia, uno se pregunta: ¿De verdad creemos que la alternativa opositora puede ganar la presidencial del 2024 generando más desconfianza en los procesos electorales? ¿Ciertamente es beneficioso aniquilar la poca esperanza en el voto? ¿Para qué desprestigiar al árbitro que de todos modos estará en el juego final?
En fin, esperemos que estas declaraciones —algo impulsivas— no terminen perjudicando lo que necesitamos para convertirnos en mayoría política: que todos los que quieren un cambio salgan a votar de forma masiva y entusiasta.
Si no es así, pues la alternativa que va quedando es que canten forfeit de una vez y sigamos estancados en la circular tóxica que ya conocemos.
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