Acabo de culminar la lectura del libro “Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar” del escritor sudafricano John Maxwell Coetzee. La versión en español de este libro fue gracias a Debate, en 2007, y debo reconocer que este libro estuvo en las librerías de Venezuela hace algo más de una década gracias a Sergio Dahbar, en su intento de entonces por publicar libros sobre periodismo y comunicación.
En mi caso, al leer a Coetzee cumplí una suerte de asignatura pendiente. El libro ha estado conmigo efectivamente por muchos años y cada cierto tiempo lo colocaba entre las cosas pendientes por leer. Su lectura ha coincidido además con una nueva ola de censura en Venezuela, promovida desde el poder por el régimen de Nicolás Maduro.
El libro recoge una serie de ensayos del premio nobel de literatura (2003) que fueron escritos en varios momentos y que en su edición original fue publicado en 1996. La disección histórica que hace Coetzee de la censura está muy centrado en la literatura, principalmente, aunque aborda otras aristas.
Lo que me resultó más significativo es la condición de hermanos siameses que terminan teniendo dos regímenes de signo ideológico, aparentemente distinto, pero que en el fondo al busca silenciar a la disidencia terminan siendo muy semejantes. Coetzee aborda en ensayos diferentes el modelo de censura de la antigua Unión Soviética (URSS), poniendo especial foco en los años en los que Stalin se impuso férreamente (1922-1952). Por otro lado, en otros ensayos, revisa el modelo de aceitada censura que se implantó en Sudáfrica, su país, con el Apartheid entre 1948 y 1992.
Cuando se terminan las páginas del libro es terrible darse cuenta de que la censura no tiene signo ideológico, y que en verdad es una herramienta de aquellos que quieren perpetuar su poder.
El libro de Coetzee termina siendo perturbador, debo confesarlo, y allí radica su gran valor. No es un texto panfleto para condenar la censura, aunque sin duda al culminar la lectura uno aborrece aún más cualquier esquema censurador en la vida pública. En un articulado análisis, en el que emplea incluso fuentes del área psicológica y psiquiátrica, el escritor se pone en los zapatos tanto del censurador como del censurado.
¿Qué se esconde detrás del Stalin censurador al extremo de asesinar a quien lo cuestionara en público? ¿Cuáles eran las pretensiones de los escritores rusos que le desafiaron? ¿Qué proceso interior vivieron los escritores que debieron desdecirse públicamente de su crítica a Stalin para poder salvar su vida?
Es a esos ítems a los que apunta de forma polémica Coetzee. En ningún modo justifica la censura, pero quiere escudriñar en por qué quienes tienen poder absoluto y control sobre la sociedad le temen tanto a la crítica. Ese temor, esa inseguridad, sin duda, reflejan parte de las contradicciones de quienes se quieren mostrar fuertes e inmunes en público.
También revisa el autor casos de escritores que optan por desafiar la censura. No hay para ellos un panegírico, no. Desmenuza Coetzee las posibles motivaciones de aquellos que usando la escritura pretendieron ser más poderosos que el poder político real.
El libro de Coetzee tiene múltiples vertientes de análisis y de acercamiento al fenómeno de la censura. Para mí resultó la más enriquecedora el doblez entre censurado y censurador. El papel de aquellos que deciden seguir escribiendo, comunicándose, sabiendo que su mensaje es revisado por censores y que por tanto deben cuidar sus palabras.
No todos los que saben censurados aceptan la censura. Algunos optan por el silencio, por retirarse en espera de que el régimen que los vigila y escruta cese para poder manifestarse libremente. Hay otros, sin embargo, que se colocan en la dinámica de seguir diciendo aún bajo un régimen de censura.
Esos, según Coetzee, terminan incorporando otro yo, la psiquis del censurador. Se creen en la capacidad de poder entender la lógica de la censura; y, en verdad, al operar bajo esas reglas del juego en su propia psiquis se instala también la del censurador.
A todo lo que apunta Coetzee, y esa es mi conclusión, es que cuando impera la censura nadie se salva. Ni siquiera aquellos que censuran o quienes creen que al seguir manifestándose (bajo el esquema impuesto desde el poder) son libres. No, nadie es libre.
* * *
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores
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Acabo de culminar la lectura del libro “Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar” del escritor sudafricano John Maxwell Coetzee. La versión en español de este libro fue gracias a Debate, en 2007, y debo reconocer que este libro estuvo en las librerías de Venezuela hace algo más de una década gracias a Sergio Dahbar, en su intento de entonces por publicar libros sobre periodismo y comunicación.
En mi caso, al leer a Coetzee cumplí una suerte de asignatura pendiente. El libro ha estado conmigo efectivamente por muchos años y cada cierto tiempo lo colocaba entre las cosas pendientes por leer. Su lectura ha coincidido además con una nueva ola de censura en Venezuela, promovida desde el poder por el régimen de Nicolás Maduro.
El libro recoge una serie de ensayos del premio nobel de literatura (2003) que fueron escritos en varios momentos y que en su edición original fue publicado en 1996. La disección histórica que hace Coetzee de la censura está muy centrado en la literatura, principalmente, aunque aborda otras aristas.
Lo que me resultó más significativo es la condición de hermanos siameses que terminan teniendo dos regímenes de signo ideológico, aparentemente distinto, pero que en el fondo al busca silenciar a la disidencia terminan siendo muy semejantes. Coetzee aborda en ensayos diferentes el modelo de censura de la antigua Unión Soviética (URSS), poniendo especial foco en los años en los que Stalin se impuso férreamente (1922-1952). Por otro lado, en otros ensayos, revisa el modelo de aceitada censura que se implantó en Sudáfrica, su país, con el Apartheid entre 1948 y 1992.
Cuando se terminan las páginas del libro es terrible darse cuenta de que la censura no tiene signo ideológico, y que en verdad es una herramienta de aquellos que quieren perpetuar su poder.
El libro de Coetzee termina siendo perturbador, debo confesarlo, y allí radica su gran valor. No es un texto panfleto para condenar la censura, aunque sin duda al culminar la lectura uno aborrece aún más cualquier esquema censurador en la vida pública. En un articulado análisis, en el que emplea incluso fuentes del área psicológica y psiquiátrica, el escritor se pone en los zapatos tanto del censurador como del censurado.
¿Qué se esconde detrás del Stalin censurador al extremo de asesinar a quien lo cuestionara en público? ¿Cuáles eran las pretensiones de los escritores rusos que le desafiaron? ¿Qué proceso interior vivieron los escritores que debieron desdecirse públicamente de su crítica a Stalin para poder salvar su vida?
Es a esos ítems a los que apunta de forma polémica Coetzee. En ningún modo justifica la censura, pero quiere escudriñar en por qué quienes tienen poder absoluto y control sobre la sociedad le temen tanto a la crítica. Ese temor, esa inseguridad, sin duda, reflejan parte de las contradicciones de quienes se quieren mostrar fuertes e inmunes en público.
También revisa el autor casos de escritores que optan por desafiar la censura. No hay para ellos un panegírico, no. Desmenuza Coetzee las posibles motivaciones de aquellos que usando la escritura pretendieron ser más poderosos que el poder político real.
El libro de Coetzee tiene múltiples vertientes de análisis y de acercamiento al fenómeno de la censura. Para mí resultó la más enriquecedora el doblez entre censurado y censurador. El papel de aquellos que deciden seguir escribiendo, comunicándose, sabiendo que su mensaje es revisado por censores y que por tanto deben cuidar sus palabras.
No todos los que saben censurados aceptan la censura. Algunos optan por el silencio, por retirarse en espera de que el régimen que los vigila y escruta cese para poder manifestarse libremente. Hay otros, sin embargo, que se colocan en la dinámica de seguir diciendo aún bajo un régimen de censura.
Esos, según Coetzee, terminan incorporando otro yo, la psiquis del censurador. Se creen en la capacidad de poder entender la lógica de la censura; y, en verdad, al operar bajo esas reglas del juego en su propia psiquis se instala también la del censurador.
A todo lo que apunta Coetzee, y esa es mi conclusión, es que cuando impera la censura nadie se salva. Ni siquiera aquellos que censuran o quienes creen que al seguir manifestándose (bajo el esquema impuesto desde el poder) son libres. No, nadie es libre.
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