Por:
Benedicte Bull, profesora de la Universidad de Oslo, Noruega
Manuel Sutherland, Centro de Formación e Investigación Obrera (CIFO), Caracas
Antulio Rosales, profesor de la Universidad New Brunswick, Canadá
En Venezuela han venido surgiendo nuevos fenómenos económicos en los últimos años: los llamados bodegones, las diversas formas de hacer pagos, la nueva informalidad, los nuevos actores ilegales y la expansión de la minería en el sur del país. Ya la bandera del socialismo ha quedado en el pasado, pero, ¿Cómo podemos caracterizar el sistema económico que rige actualmente en Venezuela?, ¿Quiénes lo controlan?, ¿Hacia dónde de dirige?
En un intento por explicar más a fondo estos cambios, hemos realizado una investigación de campo como parte de una colaboración entre la Universidad de Oslo en Noruega y el Centro de Investigación y Formación Obrera (CIFO) en Venezuela. Nuestro análisis busca desentrañar uno de los fenómenos fundamentales para comprender los cambios económicos actuales del país, enfocándonos en el consumo, después de años de escasez y en medio de una de las hiperinflaciones más dilatadas de la historia. Se trata del fenómeno de los bodegones. Llevamos a cabo entrevistas con 81 encargados de bodegones en seis estados del país, y más de 100 clientes.
Esta investigación devela el surgimiento de un capitalismo fragmentado y descentralizado que genera nuevas y más profundas desigualdades.
Los bodegones: el rostro de la nueva desigualdad
La aparición y expansión de los denominados bodegones es un fenómeno de reciente data. Nuestra investigación revela que casi la mitad de estos establecimientos tiene menos de dos años, mientras que un 20% tiene entre dos y tres años. Se trata de un fenómeno reciente que da cuenta de la apertura focalizada de la economía y en la que nuevos comerciantes han incursionado, ya que en su mayoría los propietarios no tienen experiencia previa en el sector o su experiencia es muy reciente.
La coexistencia de distintos medios de pago es un elemento central de la nueva economía. Un poco menos de dos tercios de los negocios indican que el uso del bolívar -en efectivo, puntos de venta o transferencias- representa el medio de pago más usado, mientras que un tercio afirma que la moneda que más recibe es el dólar estadounidense –en efectivo o por transferencias electrónicas (Zelle)-. Las entrevistas revelan que los montos medios y altos han sido tomados casi exclusivamente por el dólar, mientras que en el menudeo sigue dominando el bolívar, posiblemente por la escasez de billetes de baja denominación y la consecuente dificultad para los negocios dar cambio justo a las ventas más pequeñas. Esta escasez es tal que ha surgido un mercado de venta de dólares de baja denominación, donde este tipo de billetes se venden por encima de su valor nominal.
La coexistencia de distintos mecanismos de pago genera importantes retos. El permitido pero informal uso del dólar dificulta calcular el valor real de la economía y complica las formas de contabilidad de los negocios y del Estado, que está dejando de percibir ingresos por la vía de impuestos en divisas, por la dificultad de armonizar una contabilidad que refleje ese ingreso. Esta opacidad genera nuevas desigualdades y profundiza la incapacidad estatal que ha visto mermada su inversión social y respuesta ante las necesidades de la población. Más aún, en la política gubernamental de “llenado de anaqueles” con mercancías importadas, se han concretado eliminaciones de impuestos, aranceles y tributos a las mercancías importadas, que entran a rivalizar, y en muchos casos desplazar, a una famélica industria nacional que sí debe pagar tributos. Así las cosas, las importaciones “door-to-door” (sin nacionalización) ingresan al bodegón sin pagos arancelarios, controles sanitarios y de calidad requeridos. Esto lleva al consumo de mercancías con “pronto vencimiento”, fecha de caducidad borradas o, en casos más graves, mercancías de calidad cuestionable por estándares aduaneros elementales.
Con esta política comercial somos testigos de un proteccionismo a la inversa: facilidades a la importación de mercancías terminadas que los industriales locales no gozan. A través de los bodegones se constata una apertura fragmentada con la importación masiva de mercancías, insólitas ventajas tributarias y arancelarias, la dolarización de sus mercancías y, en algunos casos, de los salarios.
No todos los actores del sector privado tienen igual acceso a mecanismos de importación y financiamiento en divisas que permita aprovechar estas ventajas. Es notoria la dificultad burocrática que se impone como barrera para hacer negocios en Venezuela: una infinidad de procesos jurídicos se requiere para abrir un comercio, tener licencia de expendio de licores, permiso para importar alimentos, etc. A fin de cuentas, tener vínculos con autoridades que ofrezcan permisos, licencias y un sinfín de autorizaciones se torna una necesidad. Es decir, quien no tenga conexión con las elites del poder, parte con desventaja comercial.
La desigualdad se traduce en formas de remuneración opacas. Frente a la destrucción del salario mínimo formal, la capacidad de negociación de los trabajadores de los sectores con flujo en dólares es limitada. Aunque los bodegones reciban, en total, más divisas que bolívares, sólo un escueto 12% paga a sus asalariados su sueldo en divisas. Estos negocios suelen pagar una cantidad en bolívares a sus trabajadores equivalente a las dividas acordadas (Ver gráfico 2, a continuación).
Según los resultados de nuestro estudio, alrededor del 90% de los trabajadores de los bodegones gana menos de 60 dólares mensuales y que el 65% gana menos de 40$ mensuales. Los beneficios de devengar remuneraciones en divisas son reales, especialmente como forma de protección frente a la inflación y al compararlos con los salarios del sector público. Al sumar los bonos de alimentación y transporte que el gobierno ahora cancela, la remuneración mínima integral en el sector público es cerca de 20 veces más baja a la que ofrece un bodegón. (Ver gráfico 3,abajo)
¿Cómo caracterizar la nueva economía venezolana?
Como recién ha señalado Andrés Cañizález, históricamente las elites venezolanas habían estado preocupadas por la apropiación de la renta proveniente de la industria petrolera. Períodos como el actual, de “vacas flacas”, eran vistos como transitorios, en espera de una nueva subida de precios del petróleo y la vuelta triunfal del rentismo. Sin embargo, con los cambios en la economía global, la transición hacía energías renovables y la destrucción de la industria petrolera venezolana, las transiciones actuales pueden persistir.
Los bodegones nos muestran una pieza del gran rompecabezas que es la economía fragmentada venezolana hoy.
Se trata de una economía dirigida por una lógica capitalista de índole mercantil, importadora y rapaz. El colapso del Estado como proveedor de servicios y como distribuidor de la renta que nutría a un empresariado comisionista y gestor, abre paso a nuevos elementos que buscan dirigir el proceso económico en un país con un PIB, que se ha contraído en dos tercios en los últimos seis años, y que sobrevive en las ruinas de su capacidad productiva. Mientras que grupos relacionados con el gobierno siguen en control de varios sectores, lo hacen en formas descentralizadas e informales. De estas relaciones surgen nuevas elites especializadas en negocios que otrora estaban en manos de transnacionales o de grupos tradicionales de poder y, en medio de estas transformaciones, emergen nuevas y severas desigualdades. Los bodegones nos dan un vistazo a estas nuevas relaciones y desigualdades.
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