Apagón en Caracas

Eran la 1:21 pm cuando la docente Diana Guanda, de 31 años de edad, vio un extraño titileo en los bombillos del aula donde da clases, en el Ministerio de Transporte Terrestre. Después de al menos cinco fallas, que parecían rápidos pestañeos, la luz no regresó. Algunos alumnos gritaron y otros –cuenta- lo tomaron como un bochinche. “¡Se fue la luz otra vez!”, dijo uno de ellos.

Y es que, explica la profesora, ya muchos están acostumbrados.

Guanda denuncia que la crisis eléctrica afecta al sector educativo porque se paralizan los programas del período escolar.

“Cuando ocurren los apagones tenemos que sacar a los niños al patio. Todo se paraliza. Los padres tienen que buscar la manera de buscarlos”, explica mientras espera por abordar una camioneta en la avenida Baralt hacia La Pastora, luego de haber tenido la suerte de conseguir transporte superficial desde La Florida. “Por cosas de la vida lo conseguí”, dice orgullosa.

Neida Romero vive en Los Valles del Tuy y el apagón de este lunes 25 de marzo la obligó a quedarse en la casa de su hija, en el centro de Caracas. Teme por sus electrodomésticos, pues el megaapagón del 7 al 12 de marzo le dañó su nevera, una reparación para la que tuvo que pedir 300.000 bolívares prestados.

“El apagón me agarró en el Metro, en la estación Colegio de Ingenieros. Allí esperamos media hora y nos desalojaron. Desde allá me vine caminando hasta la Baralt”, añade.

A Johandry Barreto, de 19 años de edad, se le dañó el wifi. También cuenta que la luz de las lámparas titiló por unos segundos hasta que se apagó por completo. “Tenía siete años con ese aparato. Creo que ahorita debe costar como 150 dólares”, lamenta la estudiante, que perdió su jornada de clases de este lunes.

“Vengo caminando desde San Martín. Iba a agarrar Metro pero no pude por el sabotaje que hacen. No pude agarrarlo tampoco en La Paz. El problema con esto es que quitan después a cada rato el agua o se daña el ascensor. El presidente ya había dicho que iban a seguir con el saboteo”, agregó Rómulo Prado, de 63 años.

Manuel Seijas iba a Metrocenter con su pareja pero al llegar ya estaba cerrado. “Quería pasar la tarjeta por un punto, pero la luz me obligó a suspender la salida”, narró el ciudadano de 26 años.

Para el profesor José Quintero, quien da clases de Derecho en la Universidad Central de Venezuela (UCV), el apagón significó suspender su jornada laboral, pues apenas ocurrió fue desalojada la casa de estudios.

Advierte que el problema es que ahora tendrá que diseñar actividades complementarias para que no se retrase el semestre.

“Las materias se retrasan cuando esto ocurre, porque no se pueden cumplir los lapsos. Claro, el trabajo complementario depende de la materia, eso es algo que no se puede hacer en las asignaturas científicas, porque son obligatoriamente prácticas”, explica.

En la avenida Sucre de Catia se formó una larga marcha de personas que no podía abordar camionetas en vista del cierre del Metro. La mayoría iba apurado, para evitar que los agarrara la noche. Otros, que trabajan en la propia zona del oeste de Caracas, tuvieron que movilizarse unos pocos kilómetros

Es el caso de Yamileth Medina, miliciana y profesora de Derecho en la Universidad Experimental de la Seguridad (Unes), en Gato Negro. Tuvo que caminar hasta Agua Salud para poder abordar el Metrobús que va hacia el Lídice, donde había una larga cola pasadas las 3:00 pm.

Cuenta que en la casa de estudios no hay planta eléctrica, así que el rector ordenó a estudiantes, profesores y personal administrativo y obrero a irse a sus casas. “Estaba en pleno salón y nos pidió salir de la universidad. Esta situación atrasa más el país porque afectada las actividades de toda índole”, señala.

Franklin Salinas, también miliciano, añade: “Lo único que puedo decir es que saliendo de Plaza Sucre hice una compra y se fue la luz. Tuve que caminar hasta acá para agarrar Metrobús”.

A las 3:26 pm volvieron a aparecer unas pocas luces brillando en la avenida Sucre de Catia. A esa hora aún no se había activado el Metro de Caracas, visible desde la vía. Carmen Espino, de 28 años, dice que desde el apagón anterior “le quedó como un trauma”. Por eso siempre trata de estar preparada, con bastantes velas, el celular cargado y una linterna con batería.

Lo mismo hace Yaneth Morales, que trabaja en Bello Monte. Pero advierte: “Nosotros no deberíamos pasar por este tipo de situaciones”.

Fotos: Iván Reyes 

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