Thays y su hija no están solas: la justicia ya es clamor en Buenos Aires

LA HUMANIDAD · 30 ENERO, 2021 19:08

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Maria Laura Chang | @marilachang

Foto por Carlos Iván Suárez

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QUÉ CHÉVERE
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QUÉ INDIGNANTE
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QUÉ CHIMBO

El repudio es generalizado. En redes sociales es tendencia una etiqueta que lo condena. En los chats de Whatsapp se comparte la indignación. Se viraliza un video, que después se muestra en los telediarios de Argentina. La gente sale a protestar a la calle y entonces el caso se cuela en las portadas de los periódicos más importantes. Hay réplicas a escala internacional. Se trata de un crimen: la violación de una joven de 18 años, pero también de una familia venezolana que frente a la adversidad ha encontrado una comunidad de migrantes, un grupo de mujeres y muchas otras personas que apoyan, sostienen, impulsan y amplifican el grito de una madre desesperada: ¡Justicia! 

A Irineo Garzón Martínez lo detuvieron el sábado 23 de enero luego de abusar sexualmente a la hija mayor de Thays. Léase “luego” como inmediatamente después. Cuando la policía llegó a su local, ubicado en Balvanera, una populosa zona de Buenos Aires, ni siquiera había terminado de vestirla. El hombre se tardó 20 minutos en abrir la puerta de la santamaría negra que protege la tienda de uniformes, esa misma que hoy está forrada con afiches rotulados con la frase #GarzónViolador y, cuando lo hizo, ya no pudo esconder nada. Intentó fugarse, pero fue capturado. 

La secuencia a continuación ya se conoce. Como despertando de un mal sueño, o de una oscura pesadilla, en una silla de ruedas, con la voz apenas entendible, ella pronuncia una frase que aún retumba en muchos corazones: “Perdón, mamá”. 

La rabia e indignación se dejan sentir en las manifestaciones

Las circunstancias que llevaron a esa joven a esa tienda ese día no son intrascendentes. En medio de una pandemia el padre de esa familia migrante sufrió un ACV y es hospitalizado: los hijos y la esposa quedan a la deriva y necesitan dinero. No tienen ni tres años en Argentina y se tienen que mudar de provincia a capital para acompañar al señor en el hospital.

Ella empieza la búsqueda laboral por redes sociales. No tiene demasiada experiencia, pero sí la intención de encontrar sustento y salir adelante. Se topa con una publicación: tareas sencillas en una tienda de confección de uniformes. Pide información y los intercambios de mensajes se mudan a la pestaña privada. Allí empieza el acoso: preguntas ajenas al empleo que ella esquiva como puede y continúa la conversación, por necesidad. Se citan en el local para el sábado. Ese sería su día de prueba.

Antes de ir comunica todo a su madre. Toman todas las precauciones: manda fotos e identificación del empleador y del local, avisa cuando llega, le cuenta como está, se acuerda: “No aceptar nada de comer o de tomar”. Pero hace calor veraniego y cuando culmina la jornada acepta un vaso. Ese vaso tiene drogas que la adormecen. Cuando finalmente sale de ese lugar solo ataja a decir “perdón, mamá”, y en el hospital confirman que fue abusada. 

Aunque todo es tan evidente, nada es suficiente para que Irineo Garzón espere su juicio preso. Así lo ordenó la jueza Karina Zucconi, que 48 horas después de la detención, admitió que él saliera en libertad.“No hay de momento elemento alguno que lleve a presumir que el acusado intentará eludir el accionar de la justicia ”, dice. La joven que abusó, mientras tanto, permanece presa de miedo en su casa.

La jueza del caso decidió dejar en libertad al acusado

La indignación revienta, el ardor fluye en grupos de WhatsApp y en redes hasta hacerse viral, y todo se encauza en una protesta que se da la mañana del miércoles, 27 de enero, frente al local en calle Paso al 693. El cielo está gris y hay llovizna. Las banderas tricolores abundan. Los carteles empiezan a repartirse y la etiqueta #GarzónViolador se va pegando en postes y paredes. Se cuchichea con rabia. Se comparte la frustración y alguien dice que hace falta un poco de ruido y el ruido ahora tiene una consigna y en masa gritan: ¡Garzón, violador, a la cárcel agresor! ¡Justicia! 

A los pocos minutos llega Thays Campos, la madre. Junto a ella, cinco chicas jóvenes que, con sus brazos blancos y sus cabellos de colores, la rodean. Son ellas, argentinas, las que evitan que esos micrófonos la golpeen, que esas manos de la prensa lleguen hasta ella. 

Thays quiere alzar su voz, pero le cuesta. Se nota muy cansada, y no es para menos: desde el sábado ha tenido que dar entrevistas y gestionar la ayuda que cientos de personas le han hecho llegar. Si no es por el megáfono nadie la escucha. Ante todos empieza a leer un papel: primero agradece, segundo pide civilidad y tercero exige justicia. Mientras narra los hechos llega el momento de ese día: “Yo traté de ayudarla, de cuidarla, de salvarla”, dice y su voz se entrecorta. Desde lejos, varias voces atinan a gritarle: “Fuerza, Thays. Estamos contigo”. Y rematan: “Fuerza, Thays. No estás sola”. Una mano se posa sobre su hombro y ella prosigue, con esfuerzo, con determinación. Reconoce la celeridad de las autoridades desde que llamó a la línea de emergencia y el buen accionar de la policía, que pudo detener al agresor. Pero entonces, cuando recuerda el fallo que lo tiene libre insiste: “Yo hoy vine a gritar por ella, vine a pedir justicia. Vine a gritar porque ella hoy no puede gritar”. Y todos están con ella, porque Thays ya no está sola. 

Antes de despedirse, porque el agotamiento es tal que le exige irse pronto, le deja un mensaje a la jueza y ese mensaje enarbola a los presentes y les invita a continuar: Nos vamos al Tribunal. 

Esa tarde la fiscal Silvana Russi apeló la decisión que le otorgó la excarcelación a Garzón Martínez. En la nota de prensa dice que consideró que las medidas impuestas por la jueza no son “suficientes para prevenir el peligro de fuga y entorpecimiento de la investigación que se vislumbran en el caso”, por lo que pidió su detención. Pero él sigue libre. 

Mientras tanto, entre cánticos, aplausos y globos, esas mujeres y esos hombres, esos ciclistas y motorizados, esas jóvenes y esas señoras que llegaron para acompañar a Thays, continúan su caminata. Al llegar al Tribunal entonan los himnos de Argentina y Venezuela: todos saben que esto continuará.

Según datos del Sistema Nacional de Información Nacional de Argentina en el año 2018 en el país se cometieron 4.266 violaciones, una cifra superior a las que se registraron en 2017 cuando hubo 3.925.

El lunes se espera que vía Zoom declare Irineo Garzón y  a las afueras del tribunal lo escucharán quienes han decidido recorrer con Thays el camino hacia la justicia de su hija. 

 

 

LA HUMANIDAD · 30 ENERO, 2021

Thays y su hija no están solas: la justicia ya es clamor en Buenos Aires

Texto por Maria Laura Chang | @marilachang
Foto por Carlos Iván Suárez

El repudio es generalizado. En redes sociales es tendencia una etiqueta que lo condena. En los chats de Whatsapp se comparte la indignación. Se viraliza un video, que después se muestra en los telediarios de Argentina. La gente sale a protestar a la calle y entonces el caso se cuela en las portadas de los periódicos más importantes. Hay réplicas a escala internacional. Se trata de un crimen: la violación de una joven de 18 años, pero también de una familia venezolana que frente a la adversidad ha encontrado una comunidad de migrantes, un grupo de mujeres y muchas otras personas que apoyan, sostienen, impulsan y amplifican el grito de una madre desesperada: ¡Justicia! 

A Irineo Garzón Martínez lo detuvieron el sábado 23 de enero luego de abusar sexualmente a la hija mayor de Thays. Léase “luego” como inmediatamente después. Cuando la policía llegó a su local, ubicado en Balvanera, una populosa zona de Buenos Aires, ni siquiera había terminado de vestirla. El hombre se tardó 20 minutos en abrir la puerta de la santamaría negra que protege la tienda de uniformes, esa misma que hoy está forrada con afiches rotulados con la frase #GarzónViolador y, cuando lo hizo, ya no pudo esconder nada. Intentó fugarse, pero fue capturado. 

La secuencia a continuación ya se conoce. Como despertando de un mal sueño, o de una oscura pesadilla, en una silla de ruedas, con la voz apenas entendible, ella pronuncia una frase que aún retumba en muchos corazones: “Perdón, mamá”. 

La rabia e indignación se dejan sentir en las manifestaciones

Las circunstancias que llevaron a esa joven a esa tienda ese día no son intrascendentes. En medio de una pandemia el padre de esa familia migrante sufrió un ACV y es hospitalizado: los hijos y la esposa quedan a la deriva y necesitan dinero. No tienen ni tres años en Argentina y se tienen que mudar de provincia a capital para acompañar al señor en el hospital.

Ella empieza la búsqueda laboral por redes sociales. No tiene demasiada experiencia, pero sí la intención de encontrar sustento y salir adelante. Se topa con una publicación: tareas sencillas en una tienda de confección de uniformes. Pide información y los intercambios de mensajes se mudan a la pestaña privada. Allí empieza el acoso: preguntas ajenas al empleo que ella esquiva como puede y continúa la conversación, por necesidad. Se citan en el local para el sábado. Ese sería su día de prueba.

Antes de ir comunica todo a su madre. Toman todas las precauciones: manda fotos e identificación del empleador y del local, avisa cuando llega, le cuenta como está, se acuerda: “No aceptar nada de comer o de tomar”. Pero hace calor veraniego y cuando culmina la jornada acepta un vaso. Ese vaso tiene drogas que la adormecen. Cuando finalmente sale de ese lugar solo ataja a decir “perdón, mamá”, y en el hospital confirman que fue abusada. 

Aunque todo es tan evidente, nada es suficiente para que Irineo Garzón espere su juicio preso. Así lo ordenó la jueza Karina Zucconi, que 48 horas después de la detención, admitió que él saliera en libertad.“No hay de momento elemento alguno que lleve a presumir que el acusado intentará eludir el accionar de la justicia ”, dice. La joven que abusó, mientras tanto, permanece presa de miedo en su casa.

La jueza del caso decidió dejar en libertad al acusado

La indignación revienta, el ardor fluye en grupos de WhatsApp y en redes hasta hacerse viral, y todo se encauza en una protesta que se da la mañana del miércoles, 27 de enero, frente al local en calle Paso al 693. El cielo está gris y hay llovizna. Las banderas tricolores abundan. Los carteles empiezan a repartirse y la etiqueta #GarzónViolador se va pegando en postes y paredes. Se cuchichea con rabia. Se comparte la frustración y alguien dice que hace falta un poco de ruido y el ruido ahora tiene una consigna y en masa gritan: ¡Garzón, violador, a la cárcel agresor! ¡Justicia! 

A los pocos minutos llega Thays Campos, la madre. Junto a ella, cinco chicas jóvenes que, con sus brazos blancos y sus cabellos de colores, la rodean. Son ellas, argentinas, las que evitan que esos micrófonos la golpeen, que esas manos de la prensa lleguen hasta ella. 

Thays quiere alzar su voz, pero le cuesta. Se nota muy cansada, y no es para menos: desde el sábado ha tenido que dar entrevistas y gestionar la ayuda que cientos de personas le han hecho llegar. Si no es por el megáfono nadie la escucha. Ante todos empieza a leer un papel: primero agradece, segundo pide civilidad y tercero exige justicia. Mientras narra los hechos llega el momento de ese día: “Yo traté de ayudarla, de cuidarla, de salvarla”, dice y su voz se entrecorta. Desde lejos, varias voces atinan a gritarle: “Fuerza, Thays. Estamos contigo”. Y rematan: “Fuerza, Thays. No estás sola”. Una mano se posa sobre su hombro y ella prosigue, con esfuerzo, con determinación. Reconoce la celeridad de las autoridades desde que llamó a la línea de emergencia y el buen accionar de la policía, que pudo detener al agresor. Pero entonces, cuando recuerda el fallo que lo tiene libre insiste: “Yo hoy vine a gritar por ella, vine a pedir justicia. Vine a gritar porque ella hoy no puede gritar”. Y todos están con ella, porque Thays ya no está sola. 

Antes de despedirse, porque el agotamiento es tal que le exige irse pronto, le deja un mensaje a la jueza y ese mensaje enarbola a los presentes y les invita a continuar: Nos vamos al Tribunal. 

Esa tarde la fiscal Silvana Russi apeló la decisión que le otorgó la excarcelación a Garzón Martínez. En la nota de prensa dice que consideró que las medidas impuestas por la jueza no son “suficientes para prevenir el peligro de fuga y entorpecimiento de la investigación que se vislumbran en el caso”, por lo que pidió su detención. Pero él sigue libre. 

Mientras tanto, entre cánticos, aplausos y globos, esas mujeres y esos hombres, esos ciclistas y motorizados, esas jóvenes y esas señoras que llegaron para acompañar a Thays, continúan su caminata. Al llegar al Tribunal entonan los himnos de Argentina y Venezuela: todos saben que esto continuará.

Según datos del Sistema Nacional de Información Nacional de Argentina en el año 2018 en el país se cometieron 4.266 violaciones, una cifra superior a las que se registraron en 2017 cuando hubo 3.925.

El lunes se espera que vía Zoom declare Irineo Garzón y  a las afueras del tribunal lo escucharán quienes han decidido recorrer con Thays el camino hacia la justicia de su hija.