La deserción de profesores y estudiantes universitarios en el país es un hecho palpable, sin embargo el vaso también esta medio lleno. Pese a las limitaciones y nuevos retos que surgen, hay quienes siguen haciendo país desde la academia, formándose o desarrollando su carrera docente, tratando de imponerse a la crisis política, económica y social.

Patricia Rodríguez, de 22 años de edad, es de las que se sienten “extraterrestre” porque no quiere de irse del país como muchos. Se declara una enamorada de Venezuela, contagiada por el cariño que su abuelo, un inmigrante español, le tenía al país. “No me veo en ningún otro sitio”, dice.

Desde pequeña quiso estudiar en la Universidad Simón Bolívar (USB), donde egresaron sus padres. Hoy cursa cuarto año de Ingeniería Electrónica. Desde que ingresó en 2013, cada año algún acontecimiento ha paralizado las actividades: paro de profesores por salarios, fallas graves en los servicios y protestas antigubernamentales en el país.

En su experiencia universitaria lidia con laboratorios con equipos obsoletos en una carrera “del futuro”. También con que a veces no hay agua y suspendan clases porque el olor de los baños llega a los salones y resulta insoportable. Cree que la calidad se ha visto afectada porque no se puede exigir a un estudiante que esté despierto toda la mañana cuando no tiene comida.

No obstante considera que estás dificultades representan “un valor agregado” y pudieran fortalecer quienes se siguen esforzando. Sostiene que el país se puede recuperar y quiere participar en el proceso. Por hacerlo, fue detenida el 29 de junio de 2017 junto a otros compañeros de la USB por participar en una protesta contra el Gobierno de Nicolás Maduro.

“Lo malo siempre hacen más ruido, pero hay gente que sigue apostando por Venezuela y por eso el autobús (del transporte universitario) sigue estando lleno”, expresa.

Concluye que quedarse es una decisión muy personal, no juzga a quien se va, pero ella se aferra a los motivos para no salir del país. “No concibo que un país se pueda quedar solo. Si todos nos vamos, ¿quién va a reconstruir el país? Creo que si todos aportamos, si seguimos juntos es más fácil continuar”, concluye.

José Miguel Tovar, de 25 años de edad, cursa tercer año de Ingeniería Eléctrica en la USB. Entró a la carrera en 2012 y, desde entonces, se esfuerza para avanzar en sus estudios y trabajar. Mientras, ha vivido de cerca la involución de algunos servicios.

Él solía tomar el autobús de la Simón en la parada Bellas Artes, cerca de su residencia, que trasladaba a estudiantes, profesores y trabajadores a la sede de Sartenejas hasta el mediodía. Ahora, esa ruta opera hasta las 9:00 am por lo que, pasada esa hora, debe ir a Coche donde ha sido víctima de la inseguridad. Aún así, asiste a clase.

El joven tiene compañeros que viven en Maracay y La Victoria, en Aragua, que también resultan afectados si los repuestos de los vehículos no se consiguen y las rutas interurbanas se paralizan; simplemente no tienen cómo llegar al campus.

Recuerda que era usuario fijo del comedor cuando ofrecían “sopa, seco, jugo, fruta y pan”. Pero desde 2016 este  servicio se fue deteriorando, en parte porque el Ministerio de Educación Universitaria no cumple con la entrega regular de los proteicos y el “costo bandeja” es de 10.000 bolívares. Ahora José Miguel lleva su almuerzo o sale antes para comer en su hogar.

Sin embargo, el estudiante planea culminar su carrera en la USB porque considera la universidad “mantiene su eslogan de excelencia“, tiene valores y es ejemplo de una institución responsable, donde las autoridades rinden cuentas de lo que acontece.

“Ese dar respuesta te da esperanza de que sí es posible, de que estamos en la misma Venezuela, con la crisis más aguda, pero hay gente que puede trabajar excelente. Eso te motiva a seguir adelante que simplemente con poner un poquito de su parte podríamos mejorar bastantes cosas”, señala.

Aunque también padece hacer prácticas con equipos desactualizados, cuenta que tiene compañeros egresados a los que esas circunstancias les enseñaron la cultura de “resolver” con lo que se tenga a la mano.

Confiesa que sí ha pensado en migrar luego de graduarse, aunque no descarta continuar una especialización en el país. Celebra que aún muchos profesores, incluso jubilados, siguen guiando y dando su aporte día a día para formar a los profesionales del futuro.

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