Las luces del tren se ven a lo lejos del túnel. El repentino viento, que agita el cabello de la joven que espera, anuncia la llegada del metro a la estación La California. En el reloj negro que se ve a lo alto de la pared del andén, los números rojos indican que es la 1:08 de la tarde de ese lunes. Luego de dos horas de trayecto por las 22 estaciones de la línea 1, se verían al menos cuatro vendedores de dulces y personas dedicadas a pedir dinero dentro del Metro de Caracas.

En el vagón un hombre lucha contra el sueño. Al llegar a Petare, se despierta y saca una colonia de su bolso que se echa varias veces. Una pasajera se tapa su nariz por el penetrante olor que deja el usuario al pararse de su asiento y salir del tren, como lo hacen la mayoría de los usuarios. Al final del andén están reunidos tres hombres y una mujer con cartones de galletas Susy, Samba y caramelos. Las puertas se cierran y el destino ahora es Palo Verde.

Como está casi vacío se puede ver cómo se retuerce, encoge y alarga hasta que se detiene en la última parada hacia el este. El conductor sale de su cabina y entra uno nuevo al otro extremo. A los seis minutos (1:21 pm), el metro retoma su marcha dirección Propatria. En Petare, se montan dos de los hombres que antes estaban reunidos en el andén. Los dos entran por puertas diferentes.

El moreno, de camisa de rayas rosadas, tiene un bolso tejido colgado de lado del que saca unas galletas Samba de fresa que ofrece a los pasajeros. Se baja en la estación Los Cortijos y es ahí donde el otro entra en acción y dice en voz alta: “Bueno, yo lo estaba pensando. ¿Cómo lo hago?, desde que me monté lo estaba pensando”… Los pasajeros se miran asustados ante la intervención del hombre de estatura pequeña, cabello a la altura de los hombros, manos sucias y ojos rojos. “A mí no me gusta quitar lo ajeno, por eso vengo a pedir. Tengo tres días en Petare y no conozco a nadie. Mi hijo de 15 años está en Barlovento y tiene cáncer linfático. Si me pueden ayudar con lo que puedan”. Son muchos los que sacan billetes de 20, 50 y hasta de 100 bolívares cuando el hombre, de actitud amenazante, finaliza el discurso.

Tras un pequeño retraso en Parque Carabobo y escuchar varias conversaciones subterráneas, en la estación Caño Amarillo entró una mujer de al menos 50 años de edad con los zapatos y los pantalones rotos. “Buenas tardes, yo vivo en Valencia y me vine a hacer unas terapias. Me dijeron que me tengo que quedar una semana aquí en Caracas y…ya va” interrumpe su discurso porque las puertas del metro están abiertas y va pasando un funcionario de la Policía Nacional Bolivariana (PNB). “Por favor, con lo que me puedan ayudar”. Esta vez no son muchos los que se animan a darle dinero, y en la misma estación sale diciendo: Dios los bendiga.

En Plaza Sucre un joven que entra al vagón. Lleva una bolsa de caramelos que comienza a ofrecer entre la gente. De vuelta a la estación de Chacao, no se montó nadie más hasta las 3:08 pm, hora en la que terminó el recorrido ese lunes.

Efecto Cocuyo hizo el mismo viaje por todas las estaciones de la línea 1 durante dos días más a diferentes horas. En un promedio de dos horas al día se ven al menos cuatro pedigüeños desde Palo Verde hasta Propatria. Las estaciones con mayor presencia de mendicidad son: Petare, La California, Los Cortijos, Miranda, Altamira, Chacao, Sabana Grande, Colegio de Ingenieros, Bellas Artes, Caño Amarillo, Agua Salud, Plaza Sucre, Pérez Bonalde y Propatria.

metro (1)

A las 9:20 de la mañana del martes, un hombre de lentes y bastón ingresó al tren en la estación Los Cortijos seguido de un joven moreno y alto que le fungía de lazarillo y recogía el dinero que les daban. Una mujer de la tercera edad, de blusa roja -al igual que el cabello y uñas-, va predicando y suelta: ¿Por qué no dejas a tu papá en la casa y sales tú a trabajar en vez de andar pidiendo? El joven moreno se voltea y observa detenidamente a la viejita. Ella le dice: “Dios te ama, Cristo te ama. Él todo lo perdona”.

“Yo no confío en esos ciegos, porque la otra vez un señor en la avenida frente a mi casa estaba pidiendo con los lentes oscuros, el bastón. Yo le di diez bolívares y cuando pasó la avenida vi cómo agarró el bastón con las dos manos y pasaba la calle mirando a todos lados. Me dio una rabia”, cuenta una señora mientras ve la escena.

Un vendedor de caramelos, que también se montó en Los Cortijos, saluda en la estación de Miranda a un joven que acaba de entrar con un récipe médico en la mano derecha.

—Panita—

—¿Cómo estás hermanito? —

Tras el saludo, explica que es epiléptico y que le hacen falta 4.000 bolívares para completar el dinero de su tratamiento. Los billetes de 2, 5, 10 y 20 bolívares se los pasa a una pasajera –que no conoce- para que “por favor, cuéntamelos para saber cuánto me hace falta”.

Once estaciones más hacia el oeste, en Caño Amarillo, un muchacho moreno, de gorra verde y zapatos deportivos, entra con una guitarra. “Amarte como te amo es complicado, pensar como te pienso es un pecado (…) Yo solo quiero darte un beso y regalarte mis mañanas…” canta con una voz afinada. Al poco tiempo los jóvenes en el metro se entusiasman y también cantan. Se baja en la próxima estación con una abundante colaboración recibida.

Un violinista, un vendedor de Susy, otro de caramelos y “una enferma mental”, como se definió la joven al ingresar en la estación Pérez Bonalde, se observaron en el recorrido del miércoles. A las 11:18 de la mañana en el tren que se dirigía a Palo Verde, una muchacha –de unos 20 años- de cabello pegado por la grasa, suéter naranja, blue jeans y sandalias gastadas, no podía mantener el equilibrio en el vagón y pedía dinero porque “soy una enferma mental y no puedo mantenerme”. Uno de los pasajeros miró a una niña que se mostraba sorprendida por lo que veía y le dijo: “esas son las drogas. Estudia mucho para que no te pase eso”.

Plan Tren Seguro

Desde el año 2010, según la jefatura de prensa del Metro de Caracas, se lanzó el Plan Tren Seguro para evitar la mendicidad y buhonería dentro del sistema. Más de 24 funcionarios, entre guardias patrimoniales y PNB, forman parte del operativo.

En julio de 2015 fue relanzado en la línea 2 y un total de 131 personas (58 por mendicidad, 53 por buhonería y 20 por cantar dentro del metro) fueron detenidas y  trasladadas a la oficina de Patrullaje y Vigilancia de la PNB, ubicada en la estación La Hoyada, donde recibieron una charla de orientación.

Amedrentar es un recurso para obtener más

El sociólogo José Hernández indica que la crisis económica del país ha hecho que aumente la cantidad de personas que recurren a pedir en las zonas urbanas. “Utilizan cualquier tipo de recurso, pero el amedrentamiento es el más usado universalmente cuando quieren obtener mayor cantidad de dinero”.

“Esa actitud amenazante que pueden emplear algunos provoca miedo. Hay miedo en las calles, en la camionetica, y en el metro. Eso puede producir una neurosis colectiva”, precisó Hernández.

Vanessa Arenas / @VanessaVenezia

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