«He durado tres meses en una mina para poder pagar mis cuentas», cuenta Mireya #Tumeremo

LA HUMANIDAD · 4 ABRIL, 2016 22:59

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Julett Pineda Sleinan | @JulePineda


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En Tumeremo poco importa si uno es bachiller o licenciado; al momento de entrar en una mina, todos se vuelven iguales. Nadie es más que otros, excepto El Topo y sus lugartenientes. De resto, profesores, estudiantes, panaderos y mototaxistas se rebuscan la quincena con la extracción de oro. «En Tumeremo todo el mundo va porque todo el mundo necesita», asegura Mireya*, quien trabaja como cocinera en una mina y perdió a sus dos hermanos en la masacre que hubo el pasado 4 de marzo, cuando fueron asesinadas más de 17 personas.

En su familia, la minería se volvió una tradición porque es lo único que daba de comer. De pequeña, sus padres se divorciaron y Mireya se mudó de San Félix a Tumeremo con su mamá. A veces, la madre se la llevaba consigo a las minas para que fuera aprendiendo cómo trabajar como cocinera. Luego heredaría no solo el apellido, sino el puesto.

«Estoy ahí, quemándome las pestañas», cuenta la mujer. El negocio de la extracción de oro, dice, se volvió familiar: sus dos hermanos y su cuñado eran frecuentes en las minas y tenían molinos. Anteriormente, trabajó ganando sueldo mínimo en hoteles, tiendas y limpiando, pero nunca nada le ha dado tanto como la minería.

«He durado tres meses metida en una mina para poder pagar mis cuentas», afirma. Desde adentro, envía con un mensajero las gramas (gramos de oro) que gana a sus familiares para que las vendan y compren comida. «Siempre sale algo que pagar: que si les provocó comprarse unos zapatos, que si tienen que pagar la universidad y así», dice.

En el diciembre pasado, Mireya se fue a la mina Atenas —la misma de la masacre— a «matar unos tigritos» con sus hermanos y sus hijos, «cada quien trabajaba en un ladito, sin molestar a nadie». Pero la vigilia de Jamilton Andrés Ulloa Suárez, mejor conocido como El Topo, es permanente.

De acuerdo con la mujer, entre unos 15 y 20 hombres armados custodian las minas. «¿A ver, ¿Cuánto llevan?», dicen, vigilando el trabajo de los mineros. Una comisión de 50% queda para El Topo. Antes, cuenta Mireya, el porcentaje que les quedaba a quienes controlan la mina era menos; sin embargo, ha ido aumentando de la forma en la que Ulloa Suárez «le da la gana».

«Todo minero que trabaja, trabaja asustado», afirma la mujer. «¿Y agarraron a El Topo? ¿Lo encontraron? Es lo que siempre pregunta la gente. El día en que le digan a uno que lo agarraron, ese día los mineros se van a quedar tranquilos».

El yugo de la mafia está a la orden del día para quienes viven en Tumeremo y quieren lucrarse de la extracción de oro. Ha habido desplazados por la violencia, pero para la mayoría, irse no es una opción, ni siquiera a otras minas.

En El Callao, otro sector minero que queda a 45 minutos del pueblo donde ocurrió la muerte de los mineros, se encuentran decenas de minas. Algunas de las más famosas son Sosa Médez y La Camorra, que estuvieron en manos de empresas trasnacionales por momentos. Sin embargo, en el pueblo tratan de reducir el trabajo a su misma gente. «Aquí no queremos a nadie de Tumeremo», ha escuchado decir Mireya a quienes buscan probar suerte en terrenos menos hostiles.

En el mítico kilómetro minero, el Km 88, la situación es mucho más tranquila. La cocinera asegura que muchos han optado por irse al pueblo de Las Claritas, cercano al sitio; no obstante, un traslado de dos horas espera a quienes busquen matar la fiebre del oro más hacia el sur. Los pobladores de Tumeremo aseguran que en las minas del lugar no manda el hampa porque están los sindicatos.

Mireya no ha regresado a las minas a trabajar. No sabe si volverá luego de la muerte de sus dos hermanos, pero dice que no tiene miedo de nada, porque «la situación está igual en todas partes». Aunque no tiene la certeza de que logren atrapar a El Topo, lo más probable es que regrese a quemarse las pestañas para ayudar a su familia. Trabajando en limpieza o en hoteles por sueldo mínimo no le dará para pagar el kilo de pollo a 3 mil bolívares, ni un par de zapatos por 10 mil, como se consigue en Tumeremo.

*Nombre ficticio. Prefirió no revelar su identidad por temor a represalias.

LA HUMANIDAD · 4 ABRIL, 2016

«He durado tres meses en una mina para poder pagar mis cuentas», cuenta Mireya #Tumeremo

Texto por Julett Pineda Sleinan | @JulePineda

En Tumeremo poco importa si uno es bachiller o licenciado; al momento de entrar en una mina, todos se vuelven iguales. Nadie es más que otros, excepto El Topo y sus lugartenientes. De resto, profesores, estudiantes, panaderos y mototaxistas se rebuscan la quincena con la extracción de oro. «En Tumeremo todo el mundo va porque todo el mundo necesita», asegura Mireya*, quien trabaja como cocinera en una mina y perdió a sus dos hermanos en la masacre que hubo el pasado 4 de marzo, cuando fueron asesinadas más de 17 personas.

En su familia, la minería se volvió una tradición porque es lo único que daba de comer. De pequeña, sus padres se divorciaron y Mireya se mudó de San Félix a Tumeremo con su mamá. A veces, la madre se la llevaba consigo a las minas para que fuera aprendiendo cómo trabajar como cocinera. Luego heredaría no solo el apellido, sino el puesto.

«Estoy ahí, quemándome las pestañas», cuenta la mujer. El negocio de la extracción de oro, dice, se volvió familiar: sus dos hermanos y su cuñado eran frecuentes en las minas y tenían molinos. Anteriormente, trabajó ganando sueldo mínimo en hoteles, tiendas y limpiando, pero nunca nada le ha dado tanto como la minería.

«He durado tres meses metida en una mina para poder pagar mis cuentas», afirma. Desde adentro, envía con un mensajero las gramas (gramos de oro) que gana a sus familiares para que las vendan y compren comida. «Siempre sale algo que pagar: que si les provocó comprarse unos zapatos, que si tienen que pagar la universidad y así», dice.

En el diciembre pasado, Mireya se fue a la mina Atenas —la misma de la masacre— a «matar unos tigritos» con sus hermanos y sus hijos, «cada quien trabajaba en un ladito, sin molestar a nadie». Pero la vigilia de Jamilton Andrés Ulloa Suárez, mejor conocido como El Topo, es permanente.

De acuerdo con la mujer, entre unos 15 y 20 hombres armados custodian las minas. «¿A ver, ¿Cuánto llevan?», dicen, vigilando el trabajo de los mineros. Una comisión de 50% queda para El Topo. Antes, cuenta Mireya, el porcentaje que les quedaba a quienes controlan la mina era menos; sin embargo, ha ido aumentando de la forma en la que Ulloa Suárez «le da la gana».

«Todo minero que trabaja, trabaja asustado», afirma la mujer. «¿Y agarraron a El Topo? ¿Lo encontraron? Es lo que siempre pregunta la gente. El día en que le digan a uno que lo agarraron, ese día los mineros se van a quedar tranquilos».

El yugo de la mafia está a la orden del día para quienes viven en Tumeremo y quieren lucrarse de la extracción de oro. Ha habido desplazados por la violencia, pero para la mayoría, irse no es una opción, ni siquiera a otras minas.

En El Callao, otro sector minero que queda a 45 minutos del pueblo donde ocurrió la muerte de los mineros, se encuentran decenas de minas. Algunas de las más famosas son Sosa Médez y La Camorra, que estuvieron en manos de empresas trasnacionales por momentos. Sin embargo, en el pueblo tratan de reducir el trabajo a su misma gente. «Aquí no queremos a nadie de Tumeremo», ha escuchado decir Mireya a quienes buscan probar suerte en terrenos menos hostiles.

En el mítico kilómetro minero, el Km 88, la situación es mucho más tranquila. La cocinera asegura que muchos han optado por irse al pueblo de Las Claritas, cercano al sitio; no obstante, un traslado de dos horas espera a quienes busquen matar la fiebre del oro más hacia el sur. Los pobladores de Tumeremo aseguran que en las minas del lugar no manda el hampa porque están los sindicatos.

Mireya no ha regresado a las minas a trabajar. No sabe si volverá luego de la muerte de sus dos hermanos, pero dice que no tiene miedo de nada, porque «la situación está igual en todas partes». Aunque no tiene la certeza de que logren atrapar a El Topo, lo más probable es que regrese a quemarse las pestañas para ayudar a su familia. Trabajando en limpieza o en hoteles por sueldo mínimo no le dará para pagar el kilo de pollo a 3 mil bolívares, ni un par de zapatos por 10 mil, como se consigue en Tumeremo.

*Nombre ficticio. Prefirió no revelar su identidad por temor a represalias.

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