Su mamá ya tenía la corazonada de que José Omar Dávila se convertiría en músico, pero no fue sino en un acto de Navidad cuando terminó de consagrar aquella idea. José Omar apenas se acababa de unir a la Orquesta Juvenil e Infantil Núcleo Mérida, en 2003, cuando tres meses después cambió de puesto para dirigirla. Juguetón, se metió en la parte de atrás y simuló que su batuta llevaba la pauta tras bastidores. El maestro Jesús Pérez lo vio y le dijo que pasara adelante para dirigir la orquesta. La pieza Campanita de Navidad quedó marcada desde entonces en su memoria sin necesidad de partituras. Ahora, religiosamente, todas las navidades la toca. También, por su condición, todas las fiestas decembrinas, bajo su dirección, fueron bautizadas como especiales.

Ningún director de orquesta es igual a otro y José Omar no es la excepción. Antes de nacer el 21 de febrero de 1982, le fue diagnosticado el Síndrome de Down. También antes de nacer, su mamá, Teresa Durán de Dávila, supo que sería músico. De los siete hijos que tuvo, José Omar fue el sexto, y con él en la barriga ya tenía la intuición de que haría de los ritmos y los acordes una carrera.

Desde el comienzo sentí que una voz me dijo que mi hijo sería un gran músico. Cuando nació, recordé esas palabras”, asegura su madre. A partir de ese momento, Beethoven y sus amigos se volvieron una constante en la casa y en los paseos en carro. También algo de Juan Gabriel, lo que ayudaría a José Omar a formar sus gustos musicales.

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Un poco más grande, cuando llegó a los tres años, los potes de mantequilla y de mayonesa se volvieron sus instrumentos predilectos. El rallo de la cocina y los tenedores y cucharas también fueron incorporados desde pequeño en su espectro musical. Años más tarde, cuando se unió a la orquesta, fueron los instrumentos de percusión los que estudió, junto con la dirección. En ese momento cambió los frascos por la marimba, el xilófono y los timbales. De todo lo que toca en Cátedra de Educación Especial y de Ensamble de Percusión, el güiro y la clave son sus favoritos, por lo mismo por lo que jugaba con el rallo.

Hasta 2003 sus padres no tenían un lugar en donde inscribir a José Omar para que practicara. Sin embargo, los toques nacionales del joven director por Valle de la Pascua, Puerto La Cruz, Caracas y Mérida han roto paradigmas. “Cuando abrieron la cátedra, los representantes no creían que sus hijos pudieran hacer música”, explica Teresa Durán. Ahora, asegura, eso ha cambiado con el ejemplo de su hijo. “La gente llora, lo besa, lo abraza. Me dicen ‘quiero llevármelo para mi casa’”, cuenta entre risas.

Antes, José Omar también lloraba de la emoción cada vez que se paraba frente a la orquesta a dirigir. Los nervios y las partituras nunca han sido lo suyo, confiesa, todo lo lleva en la mente. Minutos antes de salir, lo único que lleva consigo es un pequeño ritual: se persigna, le da un beso a su madre y le pide que le bendiga la batuta. Teresa, Dios y la música lo son todo para José Omar.

Cuando no dirige ni toca la charrasca, el joven de 34 años pinta, escribe, canta o lee. La historia y el arte van en segundo lugar, después de la música; pero lo clásico no es lo único que está en su repertorio. Unos venezolanísimos Simón Díaz, Desorden Público y Guaco se asoman entre sus preferencias musicales, aunque Thriller de Michael Jackson se lleva el primer lugar.

Estar al frente es lo que más le gusta, no importa si se trata de una orquesta o de un grupo de conocidos. Los conciertos y las reuniones familiares están bajo la tutela de José Omar. No solo emula al cantante norteamericano con un traje hecho a la medida por su madre, con guante incluido, sino también a los extintos personajes de Radio Rochela o Bienvenido. Goza un puyero cuando imita a Juan Gabriel, ídolo eterno desde que estaba en el vientre de su mamá.

Otro rastro de su extrovertida personalidad y de su faceta de showman lo sacó a relucir su papá, ya fallecido. Locutor y periodista, el padre de José Omar se llevaba a su hijo a los programas que tenía en la televisión y en la radio. En la pantalla, el músico animaba o cerraba el programa; en el estudio, era él quien pinchaba la música. Los boleros era sus predilectos para tocar cuando el letrero al aire estaba encendido.

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En 2010, José Omar se volvió internacional, cuando fue invitado por el Comité de las Olimpíadas Especiales de Figueres, celebradas en Cataluña, España, para tocar frente al público. “Me enamoré mucho de España y de Italia cuando fui”, cuenta el joven sobre su viaje. Desde entonces, tachó uno de los tantos lugares que tenía pendiente por presentarse.

Cuando se le pregunta dónde le gustaría dirigir una orquesta, el músico simplemente dice “lejos, muy lejos de aquí, en todos los países del mundo”. Luego agrega: Estados Unidos, Brasil, Argentina, Alemania y Chile. “Los países en donde la música es muy importante”, precisa. Muy bien guardado, entre sus pertenencias, tiene un mapamundi donde señala los destinos a donde quisiera llevar su batuta.

Magallanero y fanático de la Vinotinto, confiesa que le va a Brasil en los mundiales de fútbol. Sin embargo, en Jordania, su apuesta segura serán las chicas de la sub 17, a quienes recuerda haber alentado durante la final que llevaría al equipo femenino a disputarse un título olímpico.

Al igual que la selección femenina, José Omar cuenta con su fanaticada y persigue un sueño: hacer un mano a mano con Gustavo Dudamel en el Teresa Carreño. Mientras tanto, su próximo concierto será en la Capital, pero en la Universidad Monteávila. Nota a nota, sigue trabajando por tocar con su director favorito y motivar a niños especiales a incorporarse a las orquestas del país. “Me emociona mucho, lo llevo en la sangre”, dice, “desde chiquito, yo soñé con hacer música”.

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