Civiles: José Gil Fortoul, positivismo, historia y poder
Jose Gil Fortoul, otro de los civiles que hicieron historia Credit: Shari Avendaño @shariavendano

Nació en Barquisimeto el 29 de noviembre de 1861, pero su infancia y adolescencia transcurrieron en El Tocuyo, su “pueblo”. Murió en Caracas, en 1943. Sus 82 años los podemos organizar en tres etapas perfectamente diferenciadas. Una primera (1861-1886) que abarca su formación en El Tocuyo (primaria y bachillerato) y el traslado a Caracas a estudiar Derecho en la Universidad Central de Venezuela, de donde egresa titulado.  Don Egidio Montesinos, el legendario educador tocuyano que dirigía el colegio La Concordia, dejará huella indeleble en la formación del niño y el adolescente. El sabio alemán Adolfo Ernst hará lo mismo en la universidad, donde el joven asiste de oyente a sus clases científicas y hace del Positivismo su atalaya para observar la realidad. De estas aguas positivistas bebió joven Gil Fortoul y no las abandonó nunca, como veremos a lo largo de este ensayo.

La segunda (1886-1909) es su etapa de creación intelectual. Ocurre en su totalidad en Europa, donde se desempeña como Cónsul de Venezuela en Burdeos, Liverpool, París, Trinidad y Encargado de Negocios de la Legación en Berlín. En este período se casa y tiene tres hijos. También, se aficiona fervorosamente a los deportes: practica la esgrima casi cotidianamente y la equitación con mucha frecuencia, así como el golf. En el epistolario con su entrañable amigo Lisandro Alvarado alude con frecuencia a la necesidad de practicar deportes. Será sustancia de su psicología el ejercicio deportivo y la competencia, así como el monóculo y la pipa.

La tercera (1909-1943) es la de la administración del poder político a la sombra del dictador tachirense y el retiro de la vida pública, después de la muerte de Juan Vicente Gómez en Maracay. En esta se desempeñó como Ministro de Instrucción Pública, Senador, Presidente del Congreso Nacional, Presidente de la República y Director de El Nuevo Diario, siempre bajo las órdenes del general Gómez. Su obra literaria e histórica la escribe y publica durante la segunda etapa de su vida, esta es la que nos interesa particularmente.

Durante la etapa de hombre público fue muy poco, casi nada, lo que escribió de importancia. Peor aún, la vorágine diaria lo sustrajo de una tarea pendiente: la culminación de su Historia Constitucional de Venezuela. Cuando quiso emprender la tarea, las fuerzas no le daban: la vida se le había ido en otros menesteres. Consignemos los títulos de su obra escrita y detengámonos en lo que nos llama especialmente.

Antes de irse a Europa, Gil Fortoul publicó un canto dedicado a la obra de Cristóbal Colón en América, La obra de Colón y su influencia en los destinos del mundo (1883) y un poemario sin fecha conocida: La infancia de mi musa. Ya en París publica Recuerdos de París (1883), la novela Julián (1887), Filosofía Constitucional (1890), Filosofía Penal (1891) y El humo de mi pipa (1891). En Liverpool edita un curiosísimo tratado sobre la esgrima, La esgrima moderna: notas de un aficionado (1892) y la novela ¿Idilio? (1892). De vuelta en París, publica el texto Pasiones (1895) y su primer libro de reflexiones sobre la historia: El hombre y la historia (1896). El primer tomo de su Historia Constitucional de Venezuela fue publicado en Berlin en 1907 y, a partir de 1930, se publica en tres tomos en Caracas. Toda su obra de importancia fue escrita en Europa.

En la tercera etapa de su vida, la del ejercicio del poder en Venezuela, tomado como estaba por la vida pública nacional, alcanzó a redactar discursos, artículos de prensa y algunos otros temas misceláneos. En estos años recoge estos textos en los libros Discursos y palabras (1915) y Sinfonía inacabada y otras variaciones (1931). Su caso reafirma lo ya sabido: que el servicio diplomático deja tiempo para escribir, y que el servicio público nacional dificulta hasta la desaparición el trabajo del investigador.

El hombre y su historia 

En El hombre y su historia  Gil Fortoul trabaja la interpretación del pasado con el instrumental positivista. Uslar Pietri en su ensayo “El despertar positivista” explica con claridad en que consistió el positivismo en suelo patrio. Afirma: “Era una tentativa de limitar la esfera del saber a los hechos, negando la posibilidad de ningún conocimiento que se apartara de ese campo. No querían nada con el qué y el porqué de la Metafísica, ni con el para qué de la Teología, sino que se encerraban tenazmente en el cómo de los fenómenos perceptibles por los sentidos.” (Uslar Pietri, 1995: 212).

En otras palabras: asumían el método de las ciencias naturales como el único y lo aplicaban a la historia y a la sociedad, dando nacimiento a la Sociología. Hoy en día las creencias positivistas llevan a dibujar una sonrisa en el rostro por su ingenuidad y sus pretensiones autoritarias y hegemónicas, pero entonces representaron un paso importante para el debilitamiento del pensamiento mágico, de la hagiografía, de la lírica mitológica en la descripción y análisis de los hechos históricos.

En Venezuela los positivistas iniciales se nuclearon alrededor de 1862. Entre ellos estaban Rafael Villavicencio, Agustín Aveledo, Arístides Rojas, Adolfo Ernst. Este último, como señalamos antes, fue el que influyó en la formación de Gil Fortoul. De hecho, el propio discípulo lo reconoce expresamente en el Discurso que pronunció en 1931 en la Universidad Central de Venezuela, con motivo del centenario del nacimiento de Ernst. Dijo: “Estudiante aquí de ciencias políticas, y aficionado ya también al estudio del organismo humano, la curiosidad me llevó un día a oír en calidad de alumno libre, el curso de Historia Natural (como se decía entonces), y desde la primera lección de Ernst comprendí que cuanto aprendiese en las cátedras puramente jurídicas y no obstante la competencia de profesores renombrados, sería insuficiente para encaminar mis ambiciones juveniles a una actividad que no resultase estéril en la vida intelectual y en la venidera vida pública. Por largos años le escuché al pie de su cátedra luminosa, y por más largos años después, hasta su muerte, le seguí de cerca o de lejos, con mi gratitud y mi cariño. Perdónese esta nota personal: la debía el discípulo a la memoria del maestro y del amigo…” (Gil Fortoul, 1941: 195-196).

En verdad, El hombre y su historia y otros ensayos es una suerte de anteproyecto, de preparación para la escritura de Historia constitucional de Venezuela. En tal sentido puede tenerse como un resumen de lo que luego va a desarrollarse extensamente, siempre dentro del período republicano que, naturalmente, es el constitucional. Se inicia con un capítulo sobre “la raza” y otro sobre “el medio físico”, congruente con la visión determinista de la dinámica social, fundamentada en las tesis positivistas del autor.

Leídas hoy resultan exageradas en su fe científica, en la traslación de la lógica de las leyes naturales a las relaciones sociales y la historia, pero recordemos que entonces apartarse de la hagiografía o la teología (confundidas ambas con la historia) era un paso hacia adelante. Puede afirmarse que este libro es el primero de nuestra historiografía  fundamentado en las tesis positivistas. Poco tiempo después vendrán los de Laureano Vallenilla Lanz.

Historia Constitucional de Venezuela

Por otra parte, El hombre y su historia ofrece una singularidad: va más allá de 1863, año en que concluye su Historia Constitucional de Venezuela, y alcanza hasta 1893; de modo que en este libro se puede anticipar lo que habría escrito extensamente su autor si hubiera terminado su Ópera Magna. Aquí están las líneas gruesas de lo que no se extendió luego. Veamos ahora su trabajo mayor.

El 30 de noviembre de 1898 el presidente Ignacio Andrade firma un Decreto ordenando el pago de 36 mil bolívares en honorarios profesionales a favor de Gil Fortoul para que escriba “la Historia Constitucional de Venezuela, desde 1811 hasta nuestros días, con una amplia introducción acerca del movimiento etnológico y sociológico de la Conquista y la Colonia…” (Gil Fortoul, 1979: 10). La suma no era nada despreciable, por cierto, y tampoco la envergadura del proyecto. El primer tomo se publicó en Berlín en 1907, el segundo en 1909, en la misma imprenta de Carl Heymann. Luego, en 1930 se publica por primera vez en Venezuela, en la imprenta de Parra León hermanos, con anexos documentales que llevan la obra a ocupar tres tomos.

En carta a Lisandro Alvarado le explica el proyecto. Afirma: “El primer tomo, que terminaré en estos días, comprende la colonia, la independencia y Colombia. El segundo, según mi plan, la oligarquía “conservadora” (30 al 48), la oligarquía “liberal” (explicaré estos títulos en su tiempo y lugar) del 48 hasta el comienzo de la guerra federal, en que vuelve todo a la anarquía, y la federación hasta 1870. El tercero comprenderá la autocracia y los gobiernos últimos. Desdeño en lo posible la historia militar, y procuro tenazmente descubrir y señalar la evolución social y legislativa.” (Gil Fortoul, 1979: 12).

Como hemos advertido antes, el tercer tomo jamás lo escribió. ¿Por qué no lo hizo si vivió hasta 1943? Tiempo tuvo, por más que empleara muchos años en el ejercicio de cargos públicos, pero cuando se retiró de la vida política los años pesaban mucho y sus energías habían disminuido notablemente. De modo que después de la introducción sobre la conquista y colonia, el período constitucional estudiado va de 1811 a 1863, siendo la Constitución de 1858 la última que trabajó.

En todo caso, no lo publicó, pero sospechamos que sí avanzó mucho en su escritura. Esto lo deducimos de un diálogo con un periodista, publicado por la revista Bitácora, en 1943. A una pregunta responde Gil Fortoul: “Mire, amigo, ojalá pudiera decirle todo, pero usted sabe que la prudencia es buena consejera. En mi Historia Constitucional (se refería a la parte inédita) hay cosas que causarán mucha sorpresa. Ya lo verá… ya lo verá… espere un poco.” (Díaz Sánchez, 1965: 267). Ignoramos hasta donde llegó con la escritura, también desconocemos el destino de esos papeles. ¿Se conservan?

Hasta el momento del Decreto de Andrade contamos con un abogado venezolano que escribió poemas juveniles, proto-novelas de juventud, un manual de esgrima, artículos de prensa y tres libros bajo la égida del positivismo: los dos de filosofía y el que hemos comentado. Su aporte a la historiografía venezolana está por fraguarse. Y si medimos el resultado de su trabajo por la aceptación por parte de los lectores, pues mereció la pena el esfuerzo.

La Historia Constitucional de Venezuela de Gil Fortoul forma parte de una reconocida tradición de historias nacionales de largo aliento que se inicia con La historia de Venezuela de Fray Pedro de Aguado (siglo XVI), sigue con Noticias historiales de Venezuela de Fray Pedro Simon (siglo XVII), Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela de José de Oviedo y Baños (siglo XVIII) y el Resumen de la historia de Venezuela de Ramón Díaz y Rafael María Baralt (siglo XIX). Naturalmente, la de Gil Fortoul atiende menos al período colonial que al independentista y al republicano hasta la fecha que alcanzó a historiar. En relación con la historia de Baralt, nuestro autor no escatimó en elogios. Afirmó: “El más ilustre de los historiadores patrios, ilustre por la belleza clásica de su estilo.” (Gil Fortoul, 1979: 22)

La estructura de la obra se articula en Libros. Son cinco. Libro I: La Colonia, Libro II: La Independencia, Libro III: La Gran Colombia, Libro IV: Reconstitución de la República. La Oligarquía Conservadora. Libro V: La Oligarquía Liberal. Como vemos, Gil Fortoul se hace eco de una denominación inexistente en términos oficiales: “La Gran Colombia” y acuña las denominaciones “Oligarquía conservadora y liberal” para los gobiernos presididos por las fuerzas de ambos partidos históricos.

Los documentos oficiales emanados del Congreso de Angostura en 1819 creando la República de Colombia no aluden a esta denominación. En ningún documento oficial se mencionó así a la República. Bolívar durante el período de existencia del proyecto integracionista se refirió a los colombianos, que incluía a los venezolanos y a los quiteños. No obstante, la denominación se hizo moneda común hasta nuestros días, ya que permite referirse a un período de nuestra historia en el que Colombia incluyó a sus vecinos, distinto del que se inició en 1830, luego de la desintegración y, especialmente, a partir de 1863, cuando dejó de llamarse Nueva Granada para llamarse otra vez Colombia, a secas. En cuanto al vocablo oligarquía, la verdad es que se aviene perfectamente con lo que se fue tejiendo alrededor de los gobiernos de Páez y Monagas, así como en los de Soublette y el otro Monagas, el hermano menor.

Gil Fortoul trabaja con las constituciones de 1811, 1819, 1821, 1830 y 1857 y 1858, no alcanza a auscultar la de la federación, la de 1864. Revisa las de Roscio (1811) y Bolívar (1819), la cucuteña (1821), la valenciana paecista (1830), la de Monagas (1857) y la de  Julián Castro (1858), con la que se elige a Tovar, el primer presidente en ser escogido por voto directo. No obstante, por más que su historia aluda de manera específica a las constituciones, no sería exacto afirmar que su historia es una exégesis jurídica constitucionalista, escrita desde la perspectiva de un abogado. En verdad, se trata de una historia que prefiere ordenarse sobre la base de la civilidad y no sobre las piedras de las batallas y otros acontecimientos guerreros y, para ello, escoge la columna vertebral de los hitos constitucionales.

En este sentido podemos afirmar que Gil Fortoul logra su cometido cuando en los prólogos de 1909 y de 1930 establece los linderos de su tarea. Afirma: “Yo buscaré inspiración en otras fuentes y caminaré por otra senda. Me fijaré más en las obras de la inteligencia y en los trabajos de la paz. En medio de los innumerables combates hubo siempre hombres que pensasen, escribiesen, hablasen y legislasen, y una parte del pueblo cultivó los campos, abrió caminos, transportó y exportó productos, conservó, en suma, los elementos constitutivos de la patria.” (Gil Fortoul, 1979:23).

Luego, en el prólogo de 1930, da otra vuelta de tuerca sobre el mismo tema y señala: “La República venezolana nació en el cerebro de sus próceres criollos. La propaganda europea y panamericana de Miranda; el programa de la rebelión de Gual y España y sus compañeros de prisión, en el destierro y en la horca; la diplomacia revolucionaria de 1808 a 1810; las teorías constitucionales del Congreso de 1811, significan mucho más que las guerras posteriores, como que en todas aquellas ideas estaban ya el alma y el impulso de las sucesivas batallas y victorias.” (Gil Fortoul, 1979: 28).

Como vemos, nuestro autor se aparta enfáticamente de la historiografía militarista y escoge un derrotero que lo distingue señaladamente: la búsqueda de las trazas de civilidad en medio del fragor de las innumerables batallas. Además, para el momento en que se publica la Historia Constitucional de Venezuela la tarea que se propone su autor es la menos transitada. La exaltación de la heroicidad guerrera abundaba para entonces, el análisis de la faena civil escaseaba. El propio autor lo apunta como si tuviera el florete en la mano en una de sus contiendas de esgrima: “Deseo, por otra parte, que la presente Historia resulte más útil que atractiva” (Gil Fortoul, 1979, 23). ¿Estaba pensando en Eduardo Blanco y su Venezuela heroica? Seguramente, y en otros también.

Uno de los mejores ensayos valorativos de la obra de Gil Fortoul es obra de Ramón Díaz Sánchez. Se titula “Gil Fortoul, un positivista” y en él se alude a los aportes de nuestro autor en las polémicas históricas. Afirma: “Comencemos por observar el concepto que se ha formado de España como potencia conquistadora y colonizadora de los pueblos americanos. En este particular es quizá el más radical de nuestros historiadores y su posición es de franco rechazo frente a la tesis filial, panegírica y emotiva que en su tiempo se esforzaba en contrarrestar la vieja leyenda negra con una novedosa leyenda blanca o dorada.” (Díaz Sánchez, 1965: 242).

En efecto, Gil Fortoul blandía florete ante la leyenda dorada, y abonaba el terreno de la leyenda contraria, aunque no en grado sumo, sino atemperado por la ecuanimidad. Pero le salía al paso a lo que consideraba un desafuero: ver en el proceso sangriento de la conquista una cruzada pacífica de evangelización. Por otra parte, Díaz Sánchez señala que el estilo  de Gil Fortoul le recuerda al de Ernest Renan, pero no halla reconocimiento por parte de nuestro autor de esta posible influencia. A esta agudeza de Díaz Sánchez se suma otra: la visión aristocratizante del mundo por parte de Gil Fortoul, que la emparenta con la de Bolívar, matizándolo.

Por último, todo indica que la vida caraqueña en ejercicio del poder político no fue “miel sobre hojuelas” para las arcas de Gil Fortoul. Cuando abandona la Presidencia de la República, nos informa su biógrafa Lucía Raynero, sus deudas ascendían a 50 mil bolívares, una verdadera fortuna para la época. Ello conduce a Gil Fortoul a solicitar por carta una ayuda del dictador. Dice: “Yo soy quizás el único de sus viejos amigos que carece todavía de un techo propio, y como usted sabe que no quiero ausentarme más para vivir en el extranjero, me colmaría Ud. de felicidad facilitándome en cualquier forma, los medios para comprar esa casa. Ud. como amigo generoso siempre me ha ayudado, y no debo vacilar hoy en escribirle esta carta.” (Raynero, 2009: 97). Afirma Raynero no tener constancia de haber recibido la ayuda requerida, pero en 1936, cuando el pueblo saqueó las casas de los gomecistas la suya, en el Country Club, fue objeto de la turbamulta, según la biografía de Raynero. ¿Era una casa alquilada o propia? No lo sabemos y tampoco importa demasiado. El caso de Gil Fortoul es el típico de un intelectual muy bien dotado, que se avino con gobernantes dictatoriales, y nos obliga a valorar su obra con independencia de sus procederes políticos.

En torno a la personalidad de Gil Fortoul se ha ido tejiendo una leyenda con la que, sus tres biógrafos (Penzini Hernández, Polanco Alcántara y Raynero) no han contribuido, pero si la transmisión oral y el periodismo. De su personalidad puede afirmarse (con base en múltiples testimonios) que estaba dominada por un pésimo humor que lo llevaba a destruir los objetos que le rodeaban cuando algo lo contrariaba, que era enamoradizo hasta el delirio y lograba ser correspondido. De las pasiones que despertaba, la periodista Maruja Dagnino al hacer su semblanza, afirmó: “Era introvertido, aunque mujeriego. Tal vez la clave de su éxito con las mujeres fue haber tenido un miembro muy bien dotado, y una indiferenciada sensibilidad para la belleza de las mujeres y de las rosas.” (Dagnino, 2002: 112). Además, consta que se batió a duelo en el bosque de Boulogne, en París, con el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo. Los dos salieron heridos, pero Gil Fortoul precisó mejor la estocada y resultó vencedor, sin necesidad de quitarle la vida a su contendor. Como vemos, este larense histórico no sólo es el autor de la Historia Constitucional de Venezuela sino un personaje de película, como Rufino Blanco Fombona o José Antonio Ramos Sucre.

Bibliografía

  •  Dagnino, Maruja. “Apasionado Gil Fortoul” en 50 Imprescindibles, curaduría de Jesús Sanoja Hernández. Caracas, Fundación para la Cultura Urbana, 2002.
  • Díaz Sánchez,  Ramón. “José Gil Fortoul, un positivista” en Diez Rostros de Venezuela. Caracas, Editorial Lisbona, 1965.
  • Felcie Cardot, Carlos. Epistolario; Gil Fortoul en la intimidad y en la diplomacia. Caracas, Italgráfica,1974
  • Gil Fortoul, José. El hombre y la historia y otros ensayos. Caracas, Editorial Cecilio Acosta- Impresores Unidos, 1941.
  • ————Historia Constitucional de Venezuela. México, Editorial Cumbre, 1979.
  • Penzini Hernández,  Juan. Vida y obra de José Gil Fortoul (1861-1943). Caracas, edición del Ministerio de Relaciones Exteriores, 1972.
  • Plaza,  Elena. José Gil Fortoul (1861-1943). Los nuevos caminos de la  razón: la historia como ciencia. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1988.
  • Polanco Alcántara, Tomás. Gil Fortoul: una luz en la sombra. Caracas, editorial Arte, 1979.
  • Raynero, Lucía. José Gil Fortoul. Caracas, Biblioteca Biográfica Venezolana, El Nacional- Fundación Banco del Caribe, 2009.
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