Civiles, Arístides Rojas

Por más que muchos venezolanos de buena voluntad se hayan empeñado en destacar la obra de los próceres civiles de la patria, desgraciadamente lo que prevalece en el alma colectiva es la gesta de los guerreros. Incluso, del propio Bolívar se destacan con más frecuencia sus virtudes militares que las republicanas. Siempre será poco lo que podamos señalar de nuestros hombres de ciencia, de nuestros intelectuales del siglo XIX, una centuria que parece haberse ido en una sola refriega de caudillos militares, pero que, en verdad, también fue un siglo de luces civiles nada despreciables.

Bastan los apellidos Bello, Toro, González, Ramos, Blanco y, también, el muy destacado Rojas. Arístides Belisario Rojas Espaillar nació en Caracas en 1826 y, como muchos de sus compatriotas, es venezolano de primera generación. Sus padres vinieron de su Santo Domingo natal a establecerse, a partir de 1821, al pie del Ávila. José María de Rojas y Dolores Espaillar se hacían llamar, y no tardaron mucho en ver las puertas del país abiertas para sus sueños. Entre las muchas empresas que capitaneó el viejo Rojas, la del Almacén Rojas, fundado en 1838, fue la de mayor notoriedad. Allí creció Arístides: muy cerca de la magia de la publicación y de la cháchara de los visitantes ilustres que acudían al almacén en busca de pertrechos.

A los 18 años comienza Rojas sus estudios de filosofía, pero luego los abandona para abrazar los estudios de medicina, que impartía en Caracas el doctor José María Vargas. En 1852, a la edad de 26 años, obtiene el título de médico y se va a Betijoque y Escuque a cumplir con la debida pasantía rural. Tres años después regresa a la capital a enterrar a su padre y a su hermano. La infaltable ha tocado la puerta de su casa. En 1857 lo encontramos haciendo maletas para embarcarse con rumbo a los Estados Unidos; luego lo recibe Francia y, finalmente, Puerto Rico, en donde permanece varios años sin poder regresar a Venezuela, dados los peligros que implicaba la Guerra Federal.

Siete largos años emplea Rojas en hacerse un médico de mayor experticia. Regresa en 1863, con la firma del Tratado de Coche y la conclusión de la guerra, a vivir con su madre y a darle salida a sus primeros trabajos de divulgación científica, acogidos por la prensa de entonces. También pertenece a sus años del regreso la instauración del famoso desván, que con tanta maestría pintara Arturo Michelena. Allí, en el alto de la casa paterna, Rojas va a escribir su obra.

El enamorado creador tardía

Cuenta 43 años cuando el amor sonríe desde un nombre: Emilia Ugarte, la nueva dueña y señora del imperio del desván. Arde Rojas en la expresión del amor menos comedido, pero quiere el destino que su mujer muera al dar a luz una hija que también se la lleva Dios. Desde entonces y hasta su muerte, nuestro cronista se entrega al llamado de una sola pasión: la investigación y la escritura.

Se traza un plan ambicioso para sus próximos 30 años, y comienza a cumplirlo con la rigurosidad de los elegidos. Su primer libro es publicado en 1876, cuando Rojas es un hombre que frisa los 50. Un libro en prosa. Miscelánea de literatura, ciencia e historia, se titula, y alcanza casi  600 páginas. Lo antecede un prólogo de José Antonio Calcaño, escrito en la residencia temporal del poeta caraqueño en Liverpool. En este libro primero, Rojas no comete los pecados en que suelen incurrir los primerizos: el volumen no es otra cosa que una selección de su inmensa producción hemerográfica. La labor antológica es suya, y gracias a ella puede advertirse la variedad de los afanes que tocaron su puerta. Estampas costumbristas, pasajes naturalistas impregnados del olor de la sustancia poética, historia patria salpicada de graciosas anécdotas.

Afirma uno de sus biógrafos, Arturo Uslar Pietri, que con la publicación de este libro queda saldada la pulsión poética del científico: “En esa obra culmina su entusiasmo de poeta de la ciencia y queda en los comienzos del camino que lo va a llevar más tarde a cultivar, cada vez con mayor dedicación, la leyenda histórica y la sabiduría popular.” (Uslar Pietri, 1995: 194)

Pedro Grases, autor de su bibliografía completa, afirma con razón que Rojas fue un autor de monografías, recogidas luego en libros. La observación no es baladí, incluso cuenta con el aval de lo señalado por el propio Rojas, que pensaba que este era el mejor método de trabajo: ir estudiando temas que desembocaran en monografías, que luego recogidas en volúmenes formaran una suerte de mosaico, de rompecabezas de la historia de Venezuela.

La verdad es que eso fue don Arístides Rojas: un autor de monografías, en muchos casos de universos temáticos nunca antes tocados. En este sentido, Rojas fue un pionero de la monografía en Venezuela y, también, el primero que abrazó las nuevas tendencias historiográficas de su tiempo, inspiradas en el método científico que busca el detalle. No olvidemos que el proto-historiador que es Rojas, es médico.

Tres años después de publicado el primer libro muere la persona a quien está dedicada la obra: su madre. Para un hombre acosado por la muerte de sus seres queridos, este nuevo deceso lo golpea acremente. El fallecimiento de la madre viene a significar para don Arístides el comienzo de su etapa más productiva, y el fin de sus años de siembra. En 1878 da a la luz pública su segunda obra: Estudios indígenas. Contribución a la historia antigua de Venezuela. Sus desvelos por desentrañar el alma de la venezolanidad lo han conducido hacia los estudios indígenas, así como a la investigación de las raíces de nuestras oleadas migratorias.

En 1874, culmina el estudio El elemento vasco en la historia de Venezuela y recibe una distinción de la Universidad Central de Venezuela en atención a la importancia de este trabajo, recogido en Estudios históricos. Orígenes venezolanos.

Sus Estudios indígenas constituyen un aporte para su momento, cuando los estudios antropológicos y etnológicos eran escasísimos en Venezuela. Fue un intento encomiable y valioso el de Rojas, valido de su instrumental positivista, el de incursionar científicamente en territorios casi desconocidos como lo era el de los estudios indígenas. Por supuesto, sus observaciones han sido superadas en el tiempo, pero ¿cómo no reconocer el esfuerzo y el aporte? La monografía sobre los vascos en Venezuela es pionera, también; en ella se detiene en la peripecia de Lope de Aguirre, la gesta económica de la Compañía Guipuzcoana y la familia Bolívar, así como la participación de descendientes de vascos en la guerra de independencia. Es un texto breve y preciso, como solían ser sus trabajos monográficos.

Durante estos tiempos de incansable labor prepara, todos los años, el Almanaque para todos que edita la empresa de los hermanos Rojas. Su devoción por la divulgación del conocimiento científico encuentra cauce en la amistad con el maestro Adolfo Ernst, y éste lo invita, en 1867, a formar parte de la junta directiva que funda la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales. Sin embargo, Rojas no llega a compartir totalmente las visiones darwinistas de la sociedad que animan a Ernst; en Rojas prevalece un fervor cristiano que le impide abrazar teorías exclusivamente positivistas o científicas, pero no por ello deja de nutrirse de los aportes del maestro de origen alemán. Hacia los años finales de su vida, don Arístides fue inclinándose exclusivamente hacia los temas históricos, especialmente hacia el trabajo con las leyendas populares. Encontraba a la sombra de estos árboles una más cabal expresión para su vena de escritor.

Cuando Uslar Pietri hace el balance de su obra, afirma: “Poesía de la ciencia, poesía de la historia, poesía del saber popular, han sido los grandes temas de su vida y de su obra. La emoción de belleza que brota de ellos es la que su espíritu busca y en la que se complace con lenta y serena delectación.” (Uslar Pietri, 1995:198) Ciertamente, ése fue el espíritu que animó la obra de Rojas, y ese espíritu se detuvo con énfasis sobre las vicisitudes de la vida en el valle de Caracas. Su proyecto caraqueño era ambicioso, pero los años no le fueron suficientes para cumplirlo en su totalidad.

El aguijón de la historia

En el prólogo de Manuel Bermúdez que antecede el título Crónicas y leyendas, publicado por Monte Ávila Editores en 1976, se ofrecen noticias sobre el origen de Crónica de Caracas. Precisa el excelente prologuista que Enrique Bernardo Núñez tuvo el encargo, en 1946, por parte del Ministerio de Educación y la Biblioteca Popular Venezolana, de hacer la selección de los textos caraqueños de Rojas para formar el pequeño volumen, además de redactar la brevísima introducción. De modo que lo que conocemos hoy como, muy divulgado por lo demás, Crónica de Caracas no fue obra de Rojas la escogencia.

Seguramente Núñez tuvo que sujetarse a prescripciones de espacio, de lo contrario no se entiende que haya dejado crónicas principales de lado. Ello puede comprobarse al leer las crónicas caraqueñas que recoge Bermúdez en su selección de 1976 (Crónicas y leyendas) que no pudo escoger Núñez. Con esto no pretendo otra cosa que señalar que convendría hacer una nueva edición de Crónica de Caracas, que incluyera un mayor número de textos caraqueños de Rojas. Si las razones de espacio se impusieron en 1946, no tendrían por qué imponerse hoy en día, cuando es un hecho incontestable que las crónicas de Rojas son valiosísimas. Mientras esto ocurre, si es que llega a ocurrir, nos referiremos a la Crónica de Caracas que preparó Enrique Bernardo Núñez.

Evidentemente, entre los documentos más abundantes que halló don Arístides para su trabajo está el religioso. Buena parte de sus crónicas, cuando se refiere a los dos primeros siglos de fundada Santiago de León de Caracas, se fundamentan en hechos recogidos por la curia. De allí que no pueda sorprendernos que abunde el autor en los pormenores y los por mayores de la jerarquía eclesiástica. Nos serán familiares tanto la actuación destacada de un obispo como la desfavorable en que haya podido incurrir. También se detiene en las consecuencias de tres terremotos devastadores: el de 1641, el de 1766 y el de 1812. A estos tres les siguen los de 1900 y 1967 que, obviamente, don Arístides no pudo padecer.

Así como la chispa poética no abandona al cronista, tampoco lo hace su sana afición por los números y las estadísticas, como el buen científico que era. Enumera con precisión la cantidad de templos que se levantan en Caracas y maneja con exactitud el origen de la devoción que en ellos se ofrece. Abunda en detalles reveladores sobre la conducta de los caraqueños; un buen ejemplo de ello es su observación sobre los entierros: Pero hay un signo distintivo que ha caracterizado en toda época los entierros de Caracas y es la conversación, que se anima a proporción que el acompañamiento se acerca al templo de la parroquia. El murmullo de la concurrencia es tal, que una persona situada en el dormitorio más retirado de la calle, puede asegurar, por el ruido que produce la conversación, que un entierro pasa.

Por este camino de la pequeña historia o de la historia de costumbres domésticas, el lector va entrando en un universo de noticias reveladoras, afirma Rojas: “La vida caraqueña la sintetizaban, en pasadas épocas, cuatro verbos que eran conjugados en todos sus tiempos; a saber: comer, dormir, rezar y pasear.” (Rojas, 1994: 19).

Esta Caracas de costumbres distendidas, en lo que al trabajo se refiere, es la misma que recibe a Humboldt. Si bien al barón lo sorprende la ilustración de algunos buenos burgueses caraqueños, no deja de afligirlo lo que el mismo Rojas comenta: ningún caraqueño quiso acompañarlo en su ascensión al Ávila, a ninguno pudo sacar el alemán impenitente de sus cómodas costumbres, por lo visto.

No hay hecho significativo que a Rojas se le escape. No pasa por alto la discreta pero hermosa gesta del café en el valle de Caracas. Señala entonces el papel preponderante de Blandín, y de los padres Mohedano y Sojo. No pasa por alto la exquisita manifestación de la música en Chacao, ni las efusiones líricas de Antonio Ros de Olano, nacido en Caracas y consagrado en sus poderes líricos en la península ibérica. La nodriza de Bolívar, el corazón de Girardot, las predicciones de Saturnino con motivo del terremoto de 1766, y así muchísimos hechos que forman el tejido anecdótico y legendario de la ciudad capital son registrados por el cronista atento a los detalles.

Al regresar al río vital de Rojas nos acercamos a sus años finales. Siente que se le viene encima el corte, y palpita en sus desvelos el hecho de no haber concluido su obra. Apura el paso. Deja de lado los reconocimientos de la vejez, en aras de no perder ni un segundo de sus días de trabajo. La Academia Nacional de la Historia, recién fundada, piensa en el nombre de Rojas como uno de los primeros en sumarse al cuerpo colegiado, y así se lo ofrecen. El cronista declina en favor de otros que, según él, lo merezcan con mayor justicia. En el fondo, Rojas se niega a perder el tiempo apoyando los codos en las largas mesas de la tertulia académica, no porque sea desdeñable, de hecho no lo es, sino porque la urgencia de su obra por terminar es mayor que la de los reconocimientos y los méritos. Entonces afirma con legitimidad: “Nos place ser humildes.”

El desván se ha llenado de cacharros. La pasión del coleccionista que habita en Rojas no ha cedido ni un segundo. La situación económica del maestro es comprometida y, a la vez, la empresa que se ha trazado espera de su tiempo y sus fuerzas. El gobierno que preside Raimundo Andueza Palacios lo contrata para que termine de organizar sus obras. El primer tomo del proyecto contratado aparece en 1891, Estudios históricos. Orígenes venezolanos, en medio del mayor entusiasmo de Rojas, que ve posibilidades de coronar sus ingentes esfuerzos. Pero la providencia dispone otra cosa y en 1892  hay un cambio de manos del poder con Joaquín Crespo y las esperanzas de don Arístides se desvanecen. Los libros de Rojas por publicar quedan suspendidos en la polvareda de la otra guerra civil. Triste, aún le quedan fuerzas para continuar publicando sus investigaciones históricas en los periódicos de la época.

La muerte le toca la puerta el 4 de marzo de 1894, cuando alcanza la muy respetable cifra de 77  años de edad. Con el paso del tiempo, si bien sus trabajos de divulgación científica han ido lógicamente perdiendo validez, no así las crónicas y las leyendas históricas que tan sabrosamente adelantó. Entre ellas, como hemos dicho antes, brillan sus crónicas de Caracas. Éstas son documentos indispensables para comprender el desarrollo anímico y cultural de la ciudad en que vivimos. Hasta el momento de su muerte parece recogido por una de sus crónicas: habría detallado el trance en que el cuerpo inerme de sí mismo reposaba en un féretro en el desván. El mismo sitio donde el amor lo visitó fugazmente y siguió de largo, el mismo sitio donde su madre consoló sus años de calamidad y de lucha.

¿Qué pasó con lo escrito por Rojas y no publicado? Nos informa Grases que esos papeles no se perdieron, que están a buen resguardo, pero con una dificultad prácticamente insalvable: la endemoniada caligrafía de Rojas. La tarea de entender su letra es tan ardua que apenas una persona paciente, el notable bibliógrafo Manuel Segundo Sánchez, se animó a descifrar un texto y casi lo logra, pero quedó escaldado y desestimulado para avanzar con la labor. Allí están, entonces, los papeles de Rojas.

¿Algún día se publicará la totalidad de sus investigaciones monográficas? No parece probable. En otro sentido, se ha cumplido su última voluntad: Rojas ordenó que se quemara su obra inédita a su muerte, pero no le hicieron caso. No obstante, salvo un libro que dejó preparado, Folklore venezolano, y editado muchos años después (en 1967), lo que no fue publicado en prensa permanece de acuerdo con su voluntad, oculto. No ardió en la pira que él deseaba para su trabajo, si no que se sumergió en su caligrafía críptica.

¿Qué lleva a un autor a ordenar la quema de sus obras inéditas con posterioridad a su muerte? Difícil saberlo, pero pareciera fruto de una depresión psicológica, de una melancolía crónica. En todo caso, la obra de Rojas en buena medida sigue bajo el agua y conocemos la punta del iceberg. Sabemos de la magnitud de su trabajo porque él mismo había organizado la publicación de su obra, cuando el gobierno de Andueza Palacio ordenó su publicación. Dice Rojas, entonces, que serán 17 volúmenes, así: “Estudios históricos. Orígenes venezolanos (2 vol), Estudios indígenas (2 vol), Humboldtianas (1 vol), Leyendas históricas de Venezuela (5 o 6 vol), Siluetas de la Guerra a Muerte (1 vol), Literatura de la Historia de Venezuela (1 vol), Revolución de 1810 (1 vol), Correspondencia inédita de Bolívar, con notas ilustrativas (1 vol), Caracas (1 vol), Folklore venezolano (1 vol).”

De los 17 alcanzó a publicar en vida 5, el de Folklore venezolano es póstumo, como señalamos antes. Ceñidos al tema histórico, en resumen, dejó: Un libro en prosa. Miscelánea de literatura e historia (1876),  Estudios indígenas (1878), dos volúmenes de Leyendas históricas (1890-1891) y Estudios históricos. Orígenes venezolanos (1891), además de los muchos ensayos publicados en prensa y luego recogidos en alguna edición especial, como es el caso de “El constituyente de Venezuela y el cuadro de Martín Tovar y Tovar que representa el 5 de julio de 1811” o la recopilación hecha por Eduardo Röhl de sus Humboldtianas, en 1924.

Por otra parte, la recopilación más significativa, aunque incompleta, es la antología que hicieron los hermanos de Rojas y se publicó en 1907 en la editorial Garnier de París, nos referimos a su Obras Escogidas. En tiempos recientes, además de las publicaciones de la OCI (Oficina Central de Información) de 1972, se ha reimpreso varios veces su Crónica de Caracas, de acuerdo con la selección de Enrique Bernardo Núñez, hecha en 1946.

Hemos de concluir señalando que es probable que la escogencia del título “Leyendas históricas” por parte de Rojas haya atentado contra la mejor lectura de su obra por parte de historiadores modernos. No deja de ser contradictorio que el primer autor de monografías con sesgos científicos de nuestra historiografía, acentuara la condición legendaria de algunos de sus trabajos, desdiciendo con ello de su condición científica, máxime cuando en verdad muchas de sus monografías no son propiamente anecdóticas sino verdaderos estudios breves de determinados aspectos históricos. Por supuesto, hay trabajos suyos anecdóticos, pero no todos toman este derrotero. También muchos de ellos son, exactamente, crónicas, hay otros que son estudios. En fin, lo recomendable es leer los trabajos de Rojas sin atender a estos títulos que predisponen, confunden y tergiversan, en el peor de los casos.

Cerremos estas líneas con palabras de Rojas. Nos referimos al primer párrafo de sus Estudios históricos. Dice: “La monografía histórica, es decir, el trabajo intelectual que tiene por objeto el esclarecimiento de hechos consumados, ya en el orden político de toda sociedad, ya en el estudio de personajes y episodios, de épocas, de los orígenes y conquistas de un pueblo, en el desarrollo creciente de la humanidad; tal es el campo donde, de un siglo a hoy, cosecha opimos frutos el estudio ayudado de la observación y sagacidad, inspirado por el amor a lo grande y a lo bello, sostenido por la constancia, ayudado del espíritu filosófico y del criterio recto, y siempre tras los más puros ideales de la conciencia para premiar virtudes eximias, rendir culto a la verdad, y homenaje a los espíritus elevados que han desaparecido al choque de las convulsiones humanas.” Como vemos, todo un proyecto de trabajo que Rojas cumplió minuciosamente, por más que buena parte de su obra permanece encerrada en los códigos indescifrables de su caligrafía.

Bibliografía

  • Arráiz Lucca, Rafael. “Arístides Rojas: titán civil del silgo XIX” en El recuerdo de Venecia y otros ensayos. Caracas, editorial Sentido, 1999.
  • Blanco,  Andrés Eloy. Vargas, el albacea de la angustia. Caracas, Ministerio de Educación, 1947.
  • Bermúdez,  Manuel. “Prólogo” en Crónicas y Leyendas de Arístides Rojas. Caracas, Monte Ávila Editores, 1979.
  • Grases, Pedro. Bibliografía de Don Arístides Rojas (1826-1894). Caracas, Biblioteca Nacional, 1976.
  • Rojas, Arístides. Crónica de Caracas. Caracas, Fundarte, 1994.
  • ———–Contribuciones al folklore venezolano. Caracas, Fundación Shell, 1967.
  • ———–Estudios históricos. Orígenes venezolanos. Caracas, Imprenta y litografía del Gobierno Nacional, 1891.
  • ———–Estudios indígenas. Contribución a la historia antigua de Venezuela. Caracas, Imprenta Nacional, 1878.
  • ———–Un libro en prosa. Miscelánea de literatura e historia. Caracas, Rojas hermanos editores, 1876.
  • ———–Leyendas históricas de Venezuela. 1-2 series. Caracas, Imprenta de la Patria, 1890-1891.
  • ———–Obras escogidas. París, Garnier hermanos, 1907.
  • ———–Humboldtianas. Caracas, tipografía Vargas. Recopilación de Eduardo Röhl, 1924.
  • Saturno Canelón, Juan. Arístides Rojas: mensajero de la tolerancia. Caracas, Litografía El Comercio, 1944.
  • Uslar Pietri,  Arturo. Letras y hombres de Venezuela. Caracas, Monte Ávila Editores, 1995.
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