Un reciente estudio elaborado en conjunto por la Universidad de Oslo en Noruega y el Centro de Investigación y Formación Obrera (CIFO) en Venezuela investigó cómo el auge de los supermercado de lujo, llamados bodegones en Venezuela, ha cambiado la economía nacional y se transformó en un fenómeno digno de evaluarse.
Para hablar sobre los pormenores de esta investigación de campo, el espacio #ConLaLuz conversó este martes con uno de los propulsores de este trabajo, el economista Manuel Sutherland, quien entrevistado por Luz Mely Reyes, directora de Efecto Cocuyo, aseguró que ese trabajo, de cerca de 50 gráficos y con encuestas a 100 consumidores y 83 bodegones a escala nacional, reflejó el surgimiento de un capitalismo fragmentado y descentralizado que genera nuevas y más profundas desigualdades.
«En algunos estados fronterizos como Táchira, Zulia o Bolívar hay fuertes mafias de lavado de capital en las que algunos bodegones están involucrados, lo que dificultó que accediéramos a datos de los bodegones en esas regiones», fue parte de lo que detalló en la entrevista.
Según Sutherland, el análisis que se hizo busca desentrañar uno de los fenómenos fundamentales para comprender los cambios económicos actuales del país, enfocándonos en el consumo, «después de años de escasez y en medio de una de las hiperinflaciones más dilatadas de la historia».
Sobre si este fenómeno podría hacer que, a corto plazo, Venezuela pueda ver resurgir su economía nuevamente, indicó que si dan las condiciones esto podría ser posible, aunque la hiperinflación existente no cederá espacios.
«El año que viene Venezuela pudiera tener un repunte muy fuerte, algo parecido a lo vivido en 2004, pero si las cosas realmente cambian. ¿Y cómo pueden empezar a cambiar? Con un acuerdo humanitario, político, más allá de la diatriba y el conflicto que existe: también con un plan de estabilización macroeconómica radical o profundo, que cambie el modelo existente, salga del rentismo y se convierta en un estado que impulse la producción», resumió.
Esta investigación, añadió Sutherland, develó también el surgimiento de un capitalismo fragmentado y descentralizado que genera nuevas y más profundas desigualdades, pues si bien circulan medianas o altas cantidades de dólares en efectivo, ni siquiera los empleados de estos establecimientos se ven beneficiados en sus cuentas personales.
«A pesar que los bodegones manejan gran cantidad de dinero en divisas, los empleados que trabajan ahí ganan en promedio 60 dólares mensuales. La desigualdad se traduce en formas de remuneración opacas. Frente a la destrucción del salario mínimo formal, la capacidad de negociación de los trabajadores de los sectores con flujo en dólares es limitada», dijo.
Indicó también que parte del éxito de los bodegones también se refleja en que reciben el visto bueno de comunidades o autoridades regionales y municipales, pues aportan en ciertos casos ayudas a las zonas donde están ubicados.
«Hay bodegones que han aplicado presión a alcaldías o entes públicos para mejorar calles o postes, porque les impiden trabajar. Muchas contribuyen con el asfaltado», asegura.
Vea el programa aquí:
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Un reciente estudio elaborado en conjunto por la Universidad de Oslo en Noruega y el Centro de Investigación y Formación Obrera (CIFO) en Venezuela investigó cómo el auge de los supermercado de lujo, llamados bodegones en Venezuela, ha cambiado la economía nacional y se transformó en un fenómeno digno de evaluarse.
Para hablar sobre los pormenores de esta investigación de campo, el espacio #ConLaLuz conversó este martes con uno de los propulsores de este trabajo, el economista Manuel Sutherland, quien entrevistado por Luz Mely Reyes, directora de Efecto Cocuyo, aseguró que ese trabajo, de cerca de 50 gráficos y con encuestas a 100 consumidores y 83 bodegones a escala nacional, reflejó el surgimiento de un capitalismo fragmentado y descentralizado que genera nuevas y más profundas desigualdades.
«En algunos estados fronterizos como Táchira, Zulia o Bolívar hay fuertes mafias de lavado de capital en las que algunos bodegones están involucrados, lo que dificultó que accediéramos a datos de los bodegones en esas regiones», fue parte de lo que detalló en la entrevista.
Según Sutherland, el análisis que se hizo busca desentrañar uno de los fenómenos fundamentales para comprender los cambios económicos actuales del país, enfocándonos en el consumo, «después de años de escasez y en medio de una de las hiperinflaciones más dilatadas de la historia».
Sobre si este fenómeno podría hacer que, a corto plazo, Venezuela pueda ver resurgir su economía nuevamente, indicó que si dan las condiciones esto podría ser posible, aunque la hiperinflación existente no cederá espacios.
«El año que viene Venezuela pudiera tener un repunte muy fuerte, algo parecido a lo vivido en 2004, pero si las cosas realmente cambian. ¿Y cómo pueden empezar a cambiar? Con un acuerdo humanitario, político, más allá de la diatriba y el conflicto que existe: también con un plan de estabilización macroeconómica radical o profundo, que cambie el modelo existente, salga del rentismo y se convierta en un estado que impulse la producción», resumió.
Esta investigación, añadió Sutherland, develó también el surgimiento de un capitalismo fragmentado y descentralizado que genera nuevas y más profundas desigualdades, pues si bien circulan medianas o altas cantidades de dólares en efectivo, ni siquiera los empleados de estos establecimientos se ven beneficiados en sus cuentas personales.
«A pesar que los bodegones manejan gran cantidad de dinero en divisas, los empleados que trabajan ahí ganan en promedio 60 dólares mensuales. La desigualdad se traduce en formas de remuneración opacas. Frente a la destrucción del salario mínimo formal, la capacidad de negociación de los trabajadores de los sectores con flujo en dólares es limitada», dijo.
Indicó también que parte del éxito de los bodegones también se refleja en que reciben el visto bueno de comunidades o autoridades regionales y municipales, pues aportan en ciertos casos ayudas a las zonas donde están ubicados.
«Hay bodegones que han aplicado presión a alcaldías o entes públicos para mejorar calles o postes, porque les impiden trabajar. Muchas contribuyen con el asfaltado», asegura.
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