Queda en manos de los demógrafos establecer qué está pasando con la pirámide poblacional venezolana, pero en este país cada día hay más viejos. Así se simple. De tercera, cuarta o quinta edad. Como que si fuese Suiza, cada vez se ven más en los espacios públicos, sobre todo en las zonas de ingresos medios. A muchos, los hijos y otros familiares se le fueron del país. Quizás por eso salen más a la calle o quizás, como gran parte de los jóvenes han emigrado del país, los viejos se notan más.
Los pueblos y ciudades cuyos pobladores son mujeres, niños y viejos es un paisaje social característico de los países europeos en guerra. En Venezuela aún no es así pero, a veces, en algunos lugares, parece.
Además de la visibilidad adquirida por el sector de mayor edad, otro, el de los jóvenes entre 20 y 40 años, deja sentir su ausencia. Sobre todo en los eventos, en los sitios nocturnos, inclusive de trabajo, donde en otro momento era fuerte mayoría, inclusive el público o usuarios exclusivos. En contraparte, los bebés, los niños y niñas menores de 10 años parece que se multiplican, sobre todo entre las familias que tienen menos recursos económicos. En Venezuela no es como en Europa, no.
Esta nueva pirámide poblacional venezolana constituye un reto para las familias, la comunidad y las instituciones sociales. No menciono al Estado -que debería ser el primer enunciado- porque quien lo administra actualmente es tan ineficaz que no se puede esperar nada de él. Comenzando porque el país carece de un sistema de salud eficiente y digno y ese es, precisamente, el servicio que más demandan los sectores de población que van prevaleciendo en el país: los niños y los viejos.
Este tema de la atención de la salud es una de las preocupaciones que se llevan y con la que viven quienes emigran y dejan a los padres, abuelos, tíos en Venezuela. Asimismo, son los emigrados los que hacen que algunos de estos adultos mayores tengan un nivel de vida superior al promedio de la población venezolana gracias a las remesas regulares que les envían y las especiales.
Precisamente, algunos emigrados, sobre todo los de los sectores con menos recursos económicos, se fueron para cumplir la misión de ayudar a su familia desde el exterior. Una decisión muy dura porque implica no solo la lejanía física por un tiempo indeterminado sino la posibilidad de que nunca más vuelvan a sentir el calor de la cercanía física. Queda la opción de continuar viéndose y hablando gracias a los fríos recursos tecnológicos.
La distancia geográfica, esa ausencia de los seres queridos, puede generar en los mayores que se quedan un sentimiento de espantosa soledad pero lo compensa el creer/saber que quienes se fueron están mejor lejos que si estuvieran en Venezuela y que, al menos, le podrán asistir económicamente para las penurias en la última etapa de la vida.
Junto a su población, Venezuela envejece física y funcionalmente. Es un peculiar caso porque el desmejoramiento físico y cognitivo característico del envejecimiento en los humanos suele tener un efecto inverso en las ciudades y países que con el pasar el tiempo y con una buena administración, mejoran su funcionamiento, prosperan y se embellecen.
Afortunadamente, en los venezolanos sigue intacta la disposición de ayuda, de cercanía física, de solidaridad que nos ha caracterizado entre sí y con los extranjeros. Ese es de los recursos inagotables de este país y por ello, el miedo a la muerte de los viejos en soledad, un doloroso problema en países desarrollados por las idas de los más jóvenes, en nosotros, por fortuna, difícilmente se desarrolle.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Este tema de la atención de la salud es una de las preocupaciones que se llevan y con la que viven quienes emigran y dejan a los padres, abuelos, tíos en Venezuela. Asimismo, son los emigrados los que hacen que algunos de estos adultos mayores tengan un nivel de vida superior al promedio de la población venezolana gracias a las remesas regulares que les envían y las especiales.
Precisamente, algunos emigrados, sobre todo los de los sectores con menos recursos económicos, se fueron para cumplir la misión de ayudar a su familia desde el exterior. Una decisión muy dura porque implica no solo la lejanía física por un tiempo indeterminado sino la posibilidad de que nunca más vuelvan a sentir el calor de la cercanía física. Queda la opción de continuar viéndose y hablando gracias a los fríos recursos tecnológicos.
La distancia geográfica, esa ausencia de los seres queridos, puede generar en los mayores que se quedan un sentimiento de espantosa soledad pero lo compensa el creer/saber que quienes se fueron están mejor lejos que si estuvieran en Venezuela y que, al menos, le podrán asistir económicamente para las penurias en la última etapa de la vida.
Junto a su población, Venezuela envejece física y funcionalmente. Es un peculiar caso porque el desmejoramiento físico y cognitivo característico del envejecimiento en los humanos suele tener un efecto inverso en las ciudades y países que con el pasar el tiempo y con una buena administración, mejoran su funcionamiento, prosperan y se embellecen.
Afortunadamente, en los venezolanos sigue intacta la disposición de ayuda, de cercanía física, de solidaridad que nos ha caracterizado entre sí y con los extranjeros. Ese es de los recursos inagotables de este país y por ello, el miedo a la muerte de los viejos en soledad, un doloroso problema en países desarrollados por las idas de los más jóvenes, en nosotros, por fortuna, difícilmente se desarrolle.
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