¿Qué puede uno decir de una sociedad que permite sus jóvenes se coloquen al frente de la resistencia en contra de un gobierno autoritario? ¿Qué puede uno decir de su dirigencia? Nadie en su sano juicio puede apostar por la muerte de su generación de relevo. Que un músico de la orquesta juvenil, un estudiante, o cualquier muchacho lleno de sueños muera en una trifulca es un horror. Pero lo es más cuando uno escucha en medio de una marcha a un conjunto de personas adultas corear a unos chicos encapuchados, cargados de piedras y con escudos improvisados, llamándoles valientes, vitoreándoles como si de héroes se tratase, alentándoles a dejar los libros para enfrentarse a unos tipos sin sentimientos cargados de bombas lacrimógenas y dispuestos a usar la fuerza. Yo creo que se trata de un acto irresponsable aquel que deja unos muchachos, algunos de ellos menores de edad, al frente de una confrontación.
Más aún, creo que uno debe tener claridad en la dimensión de los asuntos. La acción de protesta tiene rango constitucional. Metaconstitucionalmente siempre existe la posibilidad de convocar la desobediencia civil como un acto de construcción cívica, como la posibilidad de obligar a un gobierno, a cualquier gobierno a escuchar a la sociedad, a reencontrar el camino de la democracia, a cumplir con un compromiso. Eso fue lo que hizo gente como Martin Luther King, Gandhi o el viejo Mandela.
La protesta cívica se realiza a viva voz y con la cara al descubierto. Uno confronta al poder desde su construcción ciudadana, se enfrenta a una injusticia desde su propia construcción cívica y con la convicción de estar haciendo lo correcto. Cuando uno se encapucha para enfrentar al poder estamos en presencia de otra cosa, cambia la dimensión de los asuntos. Se trata de una forma de violencia que justifica la violencia que viene de regreso, se dejan a un lado las posibilidades de la paz.
A uno le causa preocupación la evidencia de que acá no estamos haciendo política. Nos encontramos jugando un juego peligroso sin pensar en las consecuencias que podría tener en el futuro para la construcción de la convivencia colectiva, pero además se trata de un juego suicida. Luego de más de un mes de protestas yo no encuentro evidencias de que el gobierno se haya debilitado tal y como algunos analistas lo preveían. No es casual que ya en el 2010 Teodoro Petkoff nos alertara acerca de la inconveniencia de utilizar la violencia en contra de un gobierno dispuesto a utilizar el poder crudo y rudo en contra de la ciudadanía. La ansiedad de salir de esta locura de hoy para mañana nos ha amarrado a un largo proceso de casi dos décadas. El apuro trae el cansancio, decía mi viejo.
Estamos en presencia de un gobierno represor, de eso no cabe la más mínima duda. He estado en alguna que otra marcha y me asombra el despliegue de fuerza del cual este gobierno es capaz, la cantidad sin parangón de bombas lacrimógenas con las cuales cuenta, el uso de tácticas militares en contra de una población civil y desarmada. Causa temor sentir las bombas lacrimógenas volando por encima de la cabeza, ver el avance de los rinocerontes, sentir la presión del Estado. Ahora bien, yo creo que uno puede perfectamente bien asumir esto como parte de la dimensión asociada con la confrontación política, pero si así lo fuese debe ser el resultado de una decisión realizada por los adultos, por gente capaz de asumir las consecuencias de sus acciones, por gente capaz de dar la cara y cuestionar cívicamente al poder, al autoritarismo.
La política se trata de algo muy serio para dejarlo en manos de niños; no se trata, nunca se trata, de un juego de muchachos, es mucho más que un acto de heroísmo. La política es discurso, a fin de cuentas, no es un acto violento. Solo pueden realizar válidamente discursos aquellos que están capacitados para hacerlo, y solo serán capaces de hacerlo quienes dan la cara. Siempre nos hemos quejado de quienes pretenden permanecer en el poder indefinidamente, de quienes utilizan el poder a su favor. Hay que reconocer que luchar en contra del ejercicio autoritario del poder requiere de mucho más que simplemente un gran corazón. La política es un acto de pensamiento. Pensamiento y acción política, más que improvisación. Responsabilidad de los líderes y de los adultos mucho más que un juego de muchachos.