millennials

Tengo una joven asistente que me asignó la Universidad como apoyo logístico y tecnológico. Ella es veinteañera temprano y cursa octavo semestre de la carrera de Comunicación Social. Es una de los centenares de jóvenes que la UCAB beca a cambio de que trabajen como apoyo administrativo en distintas dependencias, es un horario cónsono con sus estudios.

Ella es una persona muy inteligente y empeñosa. Su promedio de notas en la carrera es de 18,3 puntos. Además, escribe bien, con lógica, elegancia y dominio gramatical. Esta habilidad es realmente muy escasa hoy en día entre estudiantes e incluso profesores. ¿Qué más decir de ella en esta breve semblanza? Que escribe poemas y hace poco participó en el Concurso de Poesía de la UCAB, quedando en el segundo puesto. Pero no se la imaginen como una anémica y pálida constructora de versos. Es multifacética. Practica con tesón tres veces a la semana en las canchas de la UCAB un deporte nada almibarado: el rugby. Yo la catalogo, pues, como un referente de élite en el grupo de los estudiantes que se forman en la UCAB.

Pues bien, hace pocos días, en mi oficina del Centro de Investigación y Formación Humanística (CIFH) de la UCAB, ella me estaba ayudando a producir un flyer sobre un seminario que impartiré con otros profesores del CIFH y entonces le dije que incluyese en él una breve frase, que le dicté, del cineasta Pedro Almodóvar, porque calzaba perfecto con el título y sentido del seminario. En ese momento, ella me dijo, con la honestidad de la que siempre hace gala, que no sabía quién era ese Pedro Almodóvar. El mundo se me vino abajo. Porque me confesaba su total desconocimiento de Almodóvar una estudiante avanzada y aventajada de Comunicación Social. Me lo dice, además, en febrero del 2020 cuando en muchos medios de comunicación el nombre de Almodóvar ha aparecido muchas veces recientemente debido a la nominación al Oscar de la última película que dirigió.

Se me vino el mundo abajo, reitero, porque volví a constatar que los millennials ignoran la historia, toda ella, no solo la de Carlo Magno y Diego de Lozada, Charles de Gaulle o Raúl Leoni. Tampoco le dicen nada los nombres de Margot Benacerraf, José Ignacio Cabrujas, Pedro Almodóvar, Meryl Streep, José Antonio Abreu, Johnny Cecotto o Susana Duijm. Y puedo seguir citando nombres y más nombres, hechos y más hechos históricos. Da igual. Los millennials venezolanos no es que tienen, como se decía antes, “lagunas” en su conocimiento de la historia política, económico-social, cultural y deportiva del mundo y de Venezuela. No, el problema es mayor: ellos carecen de la dimensión histórica y carecen del más mínimo interés por conocerla. Peor aún, creen que no necesitan “mirar a los lados”. Estudian sus profesiones y sus especializaciones y se sumergen en sus aficiones con pasión, pero ignoran casi todo lo que está ocurriendo en el planeta en cualquier campo distinto al de esas aficiones.

En otro tiempo, los abuelos y padres de esta millennials conocían bastante más de todo lo que acontecía en el mundo y nuestro país. Porque compraban la prensa y la hojeaban y así sabían un poco de todo. “Estaban al día” en asuntos deportivos, culturales, económicos, políticos y sociales. En cambio, los millennials no leen prensa y, además, ven muy poco la televisión. Ellos se concentran en “sus” redes sociales y de allí no salen. Pondré dos ejemplos de estudiantes mías en la UCAB que me contestaron, en diciembre del 2017, lo que hacían en “sus” redes sociales.

La primera, me contó que dedicaba 8 horas al día a las redes sociales, desglosando así ese tiempo: “2 horas en Facebook, chateando con compañeros, amigos, parejas. 1 hora para whatsapp, viendo imágenes y hablando con la gente de Facebook. 3 horas para Youtube, viendo videos musicales y series. Y 2 horas a instagram, viendo fotos y colgando fotos”. La otra confesaba, sus aficiones o adicciones: “Whatsapp: la empleo casi todo el día para hablar con amigos. Instagram: de 3 a 4 horas al día para ver imágenes de tipo entretenimiento. Facebook, menos de 1 hora al día, solo para ver algunas cosas al día y sin importancia”.

¿Cuál es el problema de fondo de este modus operandi de los millennials? Transcribiré lo que leí, en febrero del 2018, en la ponencia que presenté en evento realizado en la Academia Nacional de la Historia: “Expreso mi preocupación por lo que está ocurriendo con la primera de nuestra generación digital, atragantada de tecnología sin la orientación de sus padres y educadores. Los nativos digitales, es mi hipótesis, han exagerado enormemente la proporción de sus interacciones con sus iguales, centrando sus comunicaciones en el plano emocional, en desmedro de las maravillosas posibilidades de conocer y entender al mundo y a su patria, al ser humano y su historia, a las realidades nacionales, regional y mundial, a través de múltiples vías. Pero ocurre que estos asuntos muy poco o nada les interesan. Se siguen centrando, con inconsciente egocentrismo infantil, en satisfacer, a través de Internet, tan solo sus gustos y aficiones personales; prolongando excesivamente la etapa lúdica de su existencia. Invierten día a día horas y horas en entretenerse, en distraerse viendo imágenes tras imágenes y leyendo a la carrera frases breves y regularmente insulsas, eso sí, casi siempre con muchas incorrecciones sintácticas y gramaticales. Ellos mismos hacen uso del neologismo procrastinar para denominar ese modo de distraerse y perder el tiempo. Insisto, esta generación esta férreamente en-si-mismada y cada vez se aleja más de cualquier enraizamiento con la historia. Se acerca ella y las siguientes, si se prolongase esta peligrosa tendencia, a ser una generación a-histórica, la de aquellos que no saben de dónde vienen ni qué ocurre en el planeta o en su propia tierra, y tampoco les importa”.

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