Marilyn Monroe se sube a un autobús sin fijarse adónde la llevará. Solo sabe que su imagen repetida hasta la saciedad ha sido deseada por millones de seres anónimos pero que muy pocos la amaron, si es que alguno lo hizo. Al mismo tiempo, en una habitación no muy lejos de allí, Bob Marley enciende un cigarrillo y aspira el humo con fruición. En el armario reposa la guitarra que no sabe si volverá a tocar.

Miguel Marcotrigiano se arrellana en una cómoda silla, donde hace unos instantes se sentaba un alumno suyo, en el taller de poesía que dicta en la librería Kalathos. Poeta en la madurez de su oficio, este escritor, nacido en Caracas en 1963, ya jubilado como profesor de literatura de la Universidad Católica Andrés Bello, insiste en su vocación docente.

Precisamente del afán pedagógico surgieron los “residuos líricos” que dieron origen a este libro Fosa Común, que se estrena en las librerías bajo el sello editorial Negro Sobre Blanco (NSB) una noble iniciativa editorial en tiempos de crisis que, cual Cid Campeador, adelanta el editor Richard Sabogal.

Pero cuidado, cuando un poeta veterano habla de “residuos”, no se vaya a pensar en minucias, así como tampoco en grandilocuencias. No es otra cosa que una colección de homenajes, y, a la vez, un intento de resurrección de quienes alguna vez extasiaron al poeta con sus voces, aunque no sean estrictamente escritores como es el caso de Norma Jean Baker, mejor conocida como Marilyn Monroe, o Bob Marley.

Los libros, aparentemente mudos en sus estanterías, son testigos de una conversación que esquiva sabiamente la política, a pesar del carácter polémico del título.

–¿Por qué tanta presencia de la muerte desde el título Fosa Común?

–El título es extraído, como suele suceder, de una de las líneas de un poema del libro: la última línea del poema Walter, en el que intento enfrentar mi propio sentir a la experiencia de Benjamin. En este sentido, el libro todo es una “fosa” en la que descansan y conviven las voces de todos los que hablan, dicen, a través de la mía. La muerte, el amor y la escritura (del poema) son los temas más frecuentes en mi poesía. En todos mis libros, desde el primero, están presentes. Si, como dicen, escribir poesía es una suerte de búsqueda y explicación de sí mismo, pues me parece que estos asuntos son fundamentales. Tal vez parezca que lo que digo es simple retórica, lugar común, llover sobre mojado, pero en mi caso es así. No desde una perspectiva abstracta y general, sino desde lo que considero mi propia experiencia de vida. Fosa común, en efecto, está directamente relacionado con este asunto de la finitud de la vida. También con la muerte como tragedia y como decisión propia. Por eso las voces que allí hablan.

Marcotrigiano se inició en la poesía con la publicación de Concierto vegetal a la luz de la luna (1991). Después vendrían De Arcanos y otros signos (1994), El mismo juego (1994), Dípticos (1995), Esta sombra que nos habita (2005), Ocurre a Diario (poesía reunida 2006), Orfandades (2011), La soledad del náufrago (2012). Además poemas suyos han sido incluidos en antologías de Argentina, Colombia, España y Francia.

–Después de tantos libros publicados, ¿qué es lo que consideras que tienes que
decir como poeta?

–Uno siempre tiene que decir y desea decir, desde el primer libro hasta el último. No
pienso en los términos del poeta que tiene algo importante que expresar al mundo, pues
para mí el poema nace de un acto personal, individual, de una particularidad que asume la vida que le ha tocado en suerte.

–¿La poesía es respuesta o pregunta?

–Interrogación. La poesía siempre es pregunta, interrogación. Es, como he dicho,
búsqueda o explicación de sí mismo y, así, no puede ser sino espera de respuesta, más que la respuesta misma. Uno es, en la medida en que las piezas caen en su sitio, mediante el proceso de la palabra. En ella nos reconocemos quienes escribimos y logramos cierta estabilidad, determinado centro desde el cual partir para explicarnos. Las preguntas que hacemos y las respuestas que recibimos son la forma de relacionarnos con el otro, con los demás. Con la escritura sucede algo muy similar. En este libro, por ejemplo, la relación fundamental con las voces es a través de las palabras y el sentido que hay en ellas. Podría verse, así, como una interrogación constante a los personajes que hablan en sus páginas o, quizás, las interrogantes que estos me han planteado.

–Mencionas en el prólogo que “todo lo que llega al papel forma parte del
maravilloso mundo de la ficción”. ¿Cómo te has sentido inventándole vidas a los poetas?

–Lo que invento de esos personajes que hablan es mínimo. Son licencias que me
permito quizás para estar más cómodo ante ellos o para poder colocarme a su enorme
altura. El libro es un homenaje a esas voces. Es cierto, creo firmemente en que todo lo que uno lleva al papel se convierte en ficción, inclusive si se trata de una autobiografía. Cuando uno habla de sí mismo, aun en ese caso, uno imposta la voz, así sea levemente. Finge una vida, se crea un devenir. Esas entidades del libro, por otra parte, tienen una biografía que ha sido reseñada en la historia de la humanidad y, entonces, poco es lo que se puede inventar, fingir de ellas. Y sin embargo, pasa.

–En “el museo que vas siendo”, ¿qué poetas te llegan más y por qué?

–Muchos de los creadores o artistas que están allí en Fosa común, me han
acompañado por varias décadas. Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé (los enormes pre
simbolistas), pero también Gotfried Benn, Celan, Dickinson, Woolf. Tejedor fue una entidad de carne y hueso muy cercana a mí, pero también un escritor obsesionado con la
corrección y la libertad de la palabra. Por eso está junto a esos nombres más conocidos.
Todo forma parte de ese “museo”. Esa palabra, museo, me aterra porque me remite a
colección, a objetos inanimados que, aún siendo importantes, no tienen vida. En ese
sentido, según dices, seríamos una colección de muertos, de palabras de gente muerta.
Me espanta y me fascina a un mismo tiempo.

–En tu inventario no solo hay poetas, sino también una actriz y un músico. ¿Por
qué?

–Me gusta pensar que la vida de todos y de todo es tan importante como aquellas en
las que no dudamos que lo sean: Marilyn Monroe, por ejemplo, podría ser desechada
como creadora por parte de quienes señalan qué es cultura literaria y qué no lo es.
Su
devenir es digno de registrarse puesto que estuvo casada con Henry Miller. Al lado de ese monstruo de la literatura, la gigante del cine o la muchachita boba y bonita, según se vea, escribía sus propios textos en las libretas de los hoteles en que se hospedaba, cuando acompañaba a su marido en las giras. Era una escritora, ella también. Y, quizás, un drama caminante digno de contarse. Robert (Bob) Marley me ha acompañado desde que me hice fanático de su música. Es un artista que se caracteriza por una manera de vivir y una “filosofía” particular. Por eso también entra en ese libro. Lógicamente, pesan más los escritores que los artistas de otros géneros.

El poeta explica que lo que pretendía ser un trabajo de naturaleza académico – pedagógica, terminó convirtiéndose en esos “residuos líricos”.

–Un libro que iba a tener una utilidad para mis alumnos, terminó tomando su propio camino y las voces comenzaron a hablarme, en vez de yo hablar sobre ellas. También hay autores y poetas venezolanos que me marcaron, para referirlo con la manida frase. Esos están consignados en un libro que antecede a este, donde ejercito lo que acá: Dípticos. Ejercicios para enfrentar las vivencias propias a los signos de los otros, publicado en 1995 por Ediciones de la Casa de Asterión y recogido luego en Ocurre a diario (2005).

–¿El poeta es un ser menos solitario cuando se reconoce acompañado por las voces
de otros poetas, aunque estén distantes en el tiempo y en el espacio?

–La soledad del poeta es necesaria para su devenir, como persona y como creador. Se
puede estar rodeado de mucha gente y estar solo al mismo tiempo. Sentirse parte de un
gremio, estar junto a otros como tú, no creo que sea nada reconfortante.

–¿La poesía salva?

–La poesía salva, pero puede ser una trampa mortal. No son, estas, palabras para
escandalizar ni mucho menos. Uno es lo que profiere pero también lo que escucha. Los
poetas suicidas, cuando lo son de verdad y no producto de la causalidad, por ejemplo, han quedado entrampados en la poesía que leen e incluso en la que escriben. Martha
Kornblith, por ejemplo, es un caso que confirma esto que acá digo. Estoy de acuerdo en el valor catártico del poema, pero este –como todo lo que concentra energía–, se transforma. A veces la mutación no trae resultados felices.

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