Aparentemente, a la especie humana le cuesta mantenerse unida. Es simple sentenciar esta idea cuando vemos en cualquier medio informativo las noticias sobre los empeños de diferentes comunidades regionales de separarse de los Estados a los cuales pertenecen, quiebres de organizaciones políticas y la perdida de la relevancia de los partidos tradicionales. Podríamos desfilar en los reclamos de Escocia para desligarse del Reino Unido, los quebequenses con sus exigencias de independizarse de Canadá, los del Tíbet anhelando desprenderse de China, los catalanes protestando para alejarse del Estado español, la decisión de los británicos sintetizada en el Brexit, la polarización fragmentada en Francia, que ayudó a la elección de Macron, y como producto nacional gozamos el probable quiebre de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). De este modo, tendríamos una lista amplia de movimientos independentistas y rupturas como virus de estos tiempos.
¿Por qué a los seres humanos se nos hace complejo conservar un espíritu de comunidad unida? A pesar de que todos identifican el problema, no necesariamente acuerdan la misma estrategia para resolverlo. La heterogeneidad de las posturas es natural que dificulte las decisiones, más aún cuando se le añaden sus dosis infecciosas de egoísmos, prepotencias e intereses personales que imposibilitan sostener una visión compartida o elaborar una mínima propuesta común.
Y si consideramos que convivimos con diferentes generaciones, entonces le agregamos al cóctel revuelto la pretensión de la nueva generación por modificar los rasgos generacionales de la más avanzada y así atribuirse la corrección de la historia. Sólo pensemos que si existen quiebres entre amigos, cómo no será posible entre personas que nos los une un afecto o todavía más: si la convivencia matrimonial es complicada y los integrantes de la pareja viven sus crisis, imagínense con personas que no actúan bajo los efectos del frenesí amoroso. Ese germen de la fragmentación de agrupaciones humanas está en permanente ataque buscando alojarse donde esté más contaminada la coexistencia.
La multiplicidad de criterios o la complejidad en la selección de tal o cual alternativa para dejar satisfechos a todos ha sido materia para la ciencia social desde hace mucho tiempo. Una forma de resolver estos dilemas de agregación de preferencias y que procure dirimir -con las menores heridas- las decisiones colectivas es el sufragio (a pesar de la paradoja de Condorcet y el teorema de la imposibilidad de Arrow, el voto es el mejor mecanismo para expresar posiciones).
Ahora bien, si se utiliza esta herramienta fraccionada con distinto propósito y dirección, no podremos derrotar todos los elementos irregulares que minimizan el significado del voto, y que finalmente nos seguirá generando la sensación frustrante de asistir a un mero acto de votar pero no de elegir, es decir, dinamitados tampoco será posible.
Adelante si creemos que podemos consolidar el rumbo saludable de una colectividad con actitudes no dialogantes, pero no olvidemos asumir sus consecuencias si nos quedamos sentados para ver como permanecen sonrientes en Miraflores en el 2025 y más allá. Adelante si creemos en la no participación para cambiar el estado de cosas, pero aceptemos si nos quedamos aullando desde la república de Twitterlandia una intervención extranjera. Adelante si consideramos que la mejor opción son las expresiones altisonantes para las primeras planas, pero no estemos en las gradas aupando el fracaso de los esfuerzos del resto.
Esperemos que sólo sea “en esta oportunidad y en estas condiciones que no vamos a participar”, porque abortar totalmente la vía electoral es la nada. Finalmente, sin saber oficialmente cuáles serán los candidatos del PSUV, hagamos el siguiente ejercicio ilustrativo para aterrizar en la realidad política: ¿Te imaginas a Fidel Madroñero en la alcaldía de Maracaibo y en la acera del frente a Néstor Reverol en el Palacio de los Cóndores? ¿Prefieres un Winston Vallenilla en Baruta y al hijo de Luis Reyes Reyes en Iribarren? Es lo que viene al parecer. Y es sin chillar.
Foto: Virus del estafilococo aureus. Science Photo Library.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.
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Aparentemente, a la especie humana le cuesta mantenerse unida. Es simple sentenciar esta idea cuando vemos en cualquier medio informativo las noticias sobre los empeños de diferentes comunidades regionales de separarse de los Estados a los cuales pertenecen, quiebres de organizaciones políticas y la perdida de la relevancia de los partidos tradicionales. Podríamos desfilar en los reclamos de Escocia para desligarse del Reino Unido, los quebequenses con sus exigencias de independizarse de Canadá, los del Tíbet anhelando desprenderse de China, los catalanes protestando para alejarse del Estado español, la decisión de los británicos sintetizada en el Brexit, la polarización fragmentada en Francia, que ayudó a la elección de Macron, y como producto nacional gozamos el probable quiebre de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). De este modo, tendríamos una lista amplia de movimientos independentistas y rupturas como virus de estos tiempos.
¿Por qué a los seres humanos se nos hace complejo conservar un espíritu de comunidad unida? A pesar de que todos identifican el problema, no necesariamente acuerdan la misma estrategia para resolverlo. La heterogeneidad de las posturas es natural que dificulte las decisiones, más aún cuando se le añaden sus dosis infecciosas de egoísmos, prepotencias e intereses personales que imposibilitan sostener una visión compartida o elaborar una mínima propuesta común.
Y si consideramos que convivimos con diferentes generaciones, entonces le agregamos al cóctel revuelto la pretensión de la nueva generación por modificar los rasgos generacionales de la más avanzada y así atribuirse la corrección de la historia. Sólo pensemos que si existen quiebres entre amigos, cómo no será posible entre personas que nos los une un afecto o todavía más: si la convivencia matrimonial es complicada y los integrantes de la pareja viven sus crisis, imagínense con personas que no actúan bajo los efectos del frenesí amoroso. Ese germen de la fragmentación de agrupaciones humanas está en permanente ataque buscando alojarse donde esté más contaminada la coexistencia.
La multiplicidad de criterios o la complejidad en la selección de tal o cual alternativa para dejar satisfechos a todos ha sido materia para la ciencia social desde hace mucho tiempo. Una forma de resolver estos dilemas de agregación de preferencias y que procure dirimir -con las menores heridas- las decisiones colectivas es el sufragio (a pesar de la paradoja de Condorcet y el teorema de la imposibilidad de Arrow, el voto es el mejor mecanismo para expresar posiciones).
Ahora bien, si se utiliza esta herramienta fraccionada con distinto propósito y dirección, no podremos derrotar todos los elementos irregulares que minimizan el significado del voto, y que finalmente nos seguirá generando la sensación frustrante de asistir a un mero acto de votar pero no de elegir, es decir, dinamitados tampoco será posible.
Adelante si creemos que podemos consolidar el rumbo saludable de una colectividad con actitudes no dialogantes, pero no olvidemos asumir sus consecuencias si nos quedamos sentados para ver como permanecen sonrientes en Miraflores en el 2025 y más allá. Adelante si creemos en la no participación para cambiar el estado de cosas, pero aceptemos si nos quedamos aullando desde la república de Twitterlandia una intervención extranjera. Adelante si consideramos que la mejor opción son las expresiones altisonantes para las primeras planas, pero no estemos en las gradas aupando el fracaso de los esfuerzos del resto.
Esperemos que sólo sea “en esta oportunidad y en estas condiciones que no vamos a participar”, porque abortar totalmente la vía electoral es la nada. Finalmente, sin saber oficialmente cuáles serán los candidatos del PSUV, hagamos el siguiente ejercicio ilustrativo para aterrizar en la realidad política: ¿Te imaginas a Fidel Madroñero en la alcaldía de Maracaibo y en la acera del frente a Néstor Reverol en el Palacio de los Cóndores? ¿Prefieres un Winston Vallenilla en Baruta y al hijo de Luis Reyes Reyes en Iribarren? Es lo que viene al parecer. Y es sin chillar.
Foto: Virus del estafilococo aureus. Science Photo Library.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.