¿Preparándose para la guerra?
privados de libertad en la frontera en acto chavista

En Caracas, una banda de delincuentes arremete contra otra. Mata y calcina a buena parte de sus contrincantes y como que si nada.  El motivo, parece ser, un ajuste de cuentas por el asesinato de dos funcionarios policiales. Sí, de funcionarios policiales.  Algo huele mal en este caso:  ¿malandros vengando muerte de “pacos”? ¿Así na´má?

La mezcla de malandros y policías es una bomba de alto poder explosivo en términos de seguridad pública.  Se es de un bando o del otro, pero de los dos al mismo tiempo expresa la debilidad, en este caso, en Venezuela, de una de las instituciones pilares de cualquier sociedad: la policial.  Esa cuya misión es proteger a la ciudadanía.

Entre la podredumbre social en la que Venezuela está sumida  uno, a veces no sabe bien a quién temerle más, si a un asalto de malandros o a un procedimiento policial.

Con frecuencia los agentes policiales, en supuestas labores preventivas, tanto en redadas en las zonas populares como en alcabalas móviles, transforman la misión de resguardo de la ciudadanía en un resuelve personal.  Aplican la  matraca o mordida bajo cualquier excusa. Ya no piden  bolívares porque, de acuerdo a los tiempos en Venezuela,  ¿para qué?  Ahora van directo por un producto, el celular o dólares.

Además de esos procedimientos, agentes policiales, de cualquier cuerpo, aparecen directamente involucrados en delitos con demasiada frecuencia.  La corrupción va por dentro.

Cualquier conducta delictiva en funcionarios policiales es un hecho muy grave. La ciudadanía se siente amenazada por los funcionarios llamados a protegerla.  Los sentimientos de impotencia, indefensión y rabia en la gente se extreman.

Por supuesto, esa no es la conducta de todos los agentes policiales nacionales pero el que solo unos cuantos la ejecuten sirve para desprestigiar a la institución y amedrentar a la ciudadanía.

La gente en Venezuela está cansada, dolida, asustada de tanta sangre derramada por la violencia delincuencial y la política.  Uno de los objetivos prioritarios de cualquier gobierno debería ser disminuir los índices de violencia en el país.  La amenaza constante a ser atacado o perder la vida cuando se sale a la calle o aún estando en casa,  es devastadora.

Y ahora, a esa violencia cotidiana en la que el país está sumido y que le ha robado vidas, productividad, espacios y reducido el tiempo diario parece que se sumará otra fuente de violencia: la de un posible enfrentamiento armado entre tropas extranjeras y nacionales, léase: guerra.

Si hasta ahora hemos estado mal en Venezuela con los conflictos internos, un conflicto armado externo, no solo militar sino con componentes civiles, nos pondrá peor. Aunque los belicistas no lo crean.

Sorprende la ligereza con la que algunos venezolanos desde el exterior e internamente, aúpan, e inclusive rezan, para que ese conflicto armado se produzca lo más pronto posible.

Junto a los cantos de guerra se oyen tantas voces clamando venganza a los responsables de la situación actual. Pero una vez que la sangre producto de ese conflicto comience a derramarse, quién sabe cuándo se detenga.

En estos tiempos de predominio de lo virtual, de lo intangible, de la rapidez, la invasión y consecuente guerra quizás sea fulminante. Así en cuestión de horas se produzcan las lesiones y muertos propios de estos eventos y ya. Pero pudiera ser que no.  Amanecerá y veremos.

En situaciones de conflicto un grave error es subestimar al contrincante.

Sin embargo, no creo que en Venezuela se produzca una guerra semejante a la civil española en el siglo pasado u otras más recientes como las que sufren Afganistán o Irak años después de la invasión extranjera. Pero mi creencia se basa en el deseo de que no sea así.  Quién quita y si lo es.

Llamar la guerra no es verla llegar

Por lo pronto me gustaría que quienes están fuera del país y otros adentro, no auparan la invasión, una guerra entre bandas de mayor dimensión.  De ser así, todos saldríamos perdiendo.

Guerra es destrucción, pérdida de vidas, lesiones físicas y psicológicas para siempre.  Quien no ha vivido una guerra de verdad, no tiene idea de lo que significa.  Y algunos de quienes no la hemos vivido no queremos vivirla.

Yo, como muchos otros venezolanos que estamos en Venezuela no quiero invasión alguna llámese como se le llame.  Tampoco la desearía si estuviera fuera.  Con el padecer cotidiano en este país nos basta.

Por demás, no creo en pajaritos que hablan ni en preñaos.  Guerra es guerra.

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