“Mamá, odio el COVID-19 y todo lo que representa. Quiero que se muera de una vez por todas la gente que se tiene que morir y que me dejen seguir con mi vida. Esta Semana Santa ni siquiera vamos a poder ir a la casa de la abuela como todos los años”.

Este comentario de un adolescente de 15 años expresa mucho del momento que vivimos. Arrastramos un duelo que no se separa de nosotros en nuestro recorrido de la habitación a la cocina, del comedor al baño. Sí, un duelo, por la pérdida de proyectos profesionales, laborales, actividades estudiantiles, la relación con amigos y compañeros. Todo se ha visto postergado. 

El adolescente expresa una de las facetas del duelo: la rabia. A la que van sucediendo la tristeza, la negociación (“viéndolo bien, no está tan mal tener unos días sin agite”), la aceptación. No se dan de forma lineal, se van alternando a manera de “ruleta rusa”.

El coronavirus ha ido paralizando el mundo en tiempos de globalización, y con él nuestras vidas. Esta semana puede ser un buen momento para vernos hacia dentro y analizar el estilo de vida que les estamos inculcando a nuestros hijos.

El consumismo y materialismo se ha hecho razón de vida para sociedades enteras. El “vales cuanto tienes” no da respuesta para momentos como los que estamos viviendo. La espiritualidad juega un papel fundamental en la capacidad de ser persona. Igualmente es un factor protector fundamental para el desarrollo de la resiliencia: esa capacidad de sobreponerse a las situaciones adversas y salir fortalecidos de ella.

Hay personas que desarrollan su espiritualidad a través de las prácticas religiosas; pero va más allá, la espiritualidad tiene que ver con darle un sentido a la vida y está presente en todos, más allá de prácticas y rituales.

Para quienes son creyentes, la Pascua judía o la Semana Santa cristiana es una oportunidad para interiorizar y buscar su real sentido. Una oración, la lectura de pasajes de los evangelios, realizar una oración en familia, tener presente a nuestros seres queridos que están en otras parroquias, ciudades o países, a las personas que perdieron a familiares como efecto de la pandemia.

Espiritualidad en familia

Poder reproducir ritos propios de este tiempo en casa: el lavatorio de los pies, el vía crucis, el encendido de la vela de pascua en medio de las tinieblas puede ayudar a conversar y reflexionar con nuestros hijos sobre el dolor, enfermedad, muerte y la esperanza de la resurrección, de que vendrán tiempos mejores. 

El espíritu de Dios está presente en la conexión que podemos establecer con nosotros mismos y quienes nos rodean. Poder sentir que el amor no está confinado a un lugar y tiempo específico.

En tiempos de incertidumbre y temor como los que vivimos, la fe puede transmitir seguridad y paz a nuestros niños. Una oración al levantarse, agradecer a la hora de comer y orar a la hora de acostarse ayuda a dormir con tranquilidad.

Decíamos que no es potestad de las religiones. Desarrollar en nuestros hijos la posibilidad de relajarse, respirar, meditar, agradecer y valorar la vida, respetar y disfrutar de la naturaleza, conectarse con las expresiones artísticas, la música, pintura, danza, participar como voluntario en alguna iniciativa social para ayudar a otros niños, mascotas… son vías para cultivar su ser y su espíritu.

En un mundo donde las tendencias suicidas y las autoagresiones de adolescentes y jóvenes  crecen año a año, convirtiéndolas en un problema de salud pública, nos llama a una profunda revisión sobre un estilo de vida que los está dejando sin razones para vivir.

Cultivemos el desarrollo espiritual en la familia para formar niños que tengan recursos para transitar los caminos de la vida. El COVID-19 nos obliga a repensarnos y recrearnos. Esta Semana Santa puede ser un espacio para pensar qué debemos hacer diferente para ser mejores personas. 

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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