Ajos
Estos días pasados me abrazó la melancolía. Recordé mucho a mi madre, fallecida ya hace unos años. Española, inmigrante de los 50, nacida en Valladolid, Castilla la Vieja. Mi madre parecía un personaje de Almodóvar, recia y dramática a la vez, como “un rioja” sin domar. Frecuentemente se refería a la escasez, al hambre de la postguerra civil española y cómo tenían que llenar la barriga con lo que encontraban. Uno de los platos de los que hablaba despectivamente era la sopa de ajo. Se trataba simplemente de un sofrito de ajo con pimentón español molido, sal, agua caliente y pan viejo. Si había huevos se le “estrellaba” uno, y era entonces más suculenta. Esa sopa era lo que “llenaba las barrigas” con algo caliente cuando no había otra cosa que comer.
Para mi amado hermano y para mí, la sopa de ajo, que una que otra noche hacía a regañadientes mi madre, lejos de ser un castigo de la historia, era una delicia. Ese sabor y olor marcó nuestra infancia.
Hablando con mis hijos y con mi mujer el fin de semana pasado de este plato materno, se me ocurrió que iba a prepararlo para mi familia. A mis hijos no les gustó para nada, mi mujer la sorbió con complacencia.
“Viva la gasolina, viva la gasolina”
Recordar la crisis que vivió mi madre, servir la sopa de mi infancia y compartirla con mi familia, trajo a la mesa una inevitable conversación sobre una de nuestras crisis: la escasez de gasolina.
Esa misma noche, llegaba por tuiter la noticia sobre el desembarque en La Guaira del carguero Beauty One procedente de El Palito, con 60 mil barriles de gasolina y 100 barriles de gasoil, para surtir a la ciudad de Caracas, solamente a la ciudad de Caracas. Al día siguiente, se mencionó que un buque Iraní de nombre Honey había arribado al Puerto de Jose, en Anzoátegui, descargando dos millones de barriles de gas condensado para producir crudo del tipo merey. Dicho buque había logrado burlar las autoridades americanas.
Parias de la banca internacional
El mismo día de la sopa de ajo y del carguero Beauty One, llamaron a mi mujer del Bank of America, para decirle que estaban cerrando sus cuentas, así como bloqueando las tarjetas de crédito de dicha institución. Mi mujer, argentina, producto de la migración forzada por la salvaje dictadura derechista de Videla, no daba crédito al hecho. Aclaro, mi mujer es una connotada psicólogo y psicoterapeuta que recibe ingresos en esas cuentas de sus pacientes, casi todos en la diáspora, a través de los populares “zelles”.
Esto realmente conmocionó, molestó y hasta angustió a mi esposa, probablemente se sintió perseguida, porque una herida como la huida de un régimen dictatorial salvaje y cruel con sabor a desapariciones y muerte, no se cura nunca. Esta vez se sintió perseguida por la banca americana, que es lo mismo que cualquier régimen dictatorial de derecha, cuando se trata de perseguir a alguien en el mundo.
¿Y?
Desde el fin de semana pasado, de sopa de ajo con olor a gasolina y arbitrariedad americana, he rumiado persistentemente sobre lo que nos hemos vuelto los venezolanos. Parias, execrados del sistema financiero internacional, perseguidos por los gringos, sin cuartel ni cuartelillo. Gringos que no terminan de entender que no son los dueños del mundo y que lo que ocurre en Venezuela, política y económicamente, solo lo podemos resolver los venezolanos.
Con cada golpe de timón contra el país, los americanos nos hunden más y más en un Estado fallido que solo afecta al venezolano de a pie, no a nuestros dirigentes ni al régimen. Por ahora prefiero refugiarme en los olores y sabores de las sopas de ajo de mi infancia.
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