OPINIÓN · 30 JUNIO, 2017 12:47

Entre autoritarismos te veas

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Ana Julia Niño Gamboa

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QUÉ CHIMBO

En este revoltillo de emociones que somos los venezolanos en los últimos tiempos, debe haber no uno sino varios momentos de reflexión y de respiración profunda, eso seguramente no nos llevará al nirvana pero seguramente evitará ser presa de la violencia del gobierno, caer en la cárcel de la desesperanza y terminar de dar la patada a la civilidad.

El reto es multi-todo, es interno y personal, porque obvio que sobran razones para salir a la calle y querer activar un arma que desaparezca a todo aquel que con uniforme maltrata, veja, viola descaradamente todo signo de respeto por el otro, avalado por el gobierno forajido. Provoca caer en el macabro juego de resolverlo todo a coñazo limpio, bueno, no tan limpio. No falta quien desee tener un gran poder y desaparecer a todo aquel que le resulte incómodo, así como quiere hacer el gobierno. En conversaciones comunes nos damos cuenta de que la mayoría piensa en venganza no en justicia.

Es también un reto social marcar el totalitarismo, el autoritarismo en el que se sobrevive cada día. Es un reto país, ya no basta denunciar al totalitarista Maduro, producto y herencia promovida por el hiperlíder Hugo Chávez. También hay totalitarismo en la violencia de nuestro verbo, en la exigencia de gónadas más hinchadas para restregarlas en la cara de quien quiere ser civil, en el desconocimiento de los ovarios de cualquier mujer aguerrida, porque una mujer así tiene huevos, y los tiene mejor puestos que muchos hombres. Esto, aparte de ser de un machismo intragable, es también muestra del talante a evaluar.

No olvidemos cada acto que hemos aplaudido porque nos sentimos vengados por la violencia con la que alguien responde frente a una acción que nos resulte incómoda o inaceptable. En ese juego macabro hemos caído muchas veces, y le exigimos a los demás que lo jueguen igual bajo pena de ser condenados como pusilánimes, genuflexos o sencillamente pendejos que hablan de paz y civilidad. La masa autoritaria se siente autorizada a condenar.

Aplaudimos el autoritarismo que nos conviene, aquel que se ubica en “el lado correcto de la historia” o condenamos el que nos disgusta, “el de la revolución bonita”. Ambos, como extremos al fin, tienen su violencia muy bien cultivada. ¿Pero qué pasa con lo que navega en el medio? ¿Será acaso ese el espacio hacia donde todos debemos remar para tratar de vivir en una paz medianamente negociable?

Creo que en esa mitad, en ese espacio del medio hay todo por hacer. Por ejemplo, preguntarnos qué es eso que nos identifica como ciudadanos venezolanos y, por favor, trate de no responder desde las bellezas naturales de Venezuela, por favor no diga “soy desierto, selva, nieve y volcán  / y al andar dejo una estela”… Atrévase a más.

¿De qué está llena nuestra ciudadanía, qué toleramos, cuál es ese punto en el que decimos “hasta aquí”? ¿Por qué nos molesta el autoritarismo de Maduro pero igual nos condenamos a sobrevivir en medio de variopintos autoritarismos diarios? Claro que hay muchas respuestas, varios materiales, innumerables características que nos identifican, y habrá que apelar a ellas y a otras nuevas que esta crisis de país ha hecho florecer y que debemos cultivar con compromiso.

Sabemos que hay una cosa ambivalente que nos hace parecer muy democráticos, diversos, receptivos a lo diferente pero que al mismo tiempo podemos actuar con aplastante absolutismo frente a aquel que piensa y actúa distinto.

Vale la pena revisarnos sinceramente. Mientras más sepamos de nosotros es probable que podamos hacer mejor la tarea de corregir algunos despropósitos.

Seguramente debemos reconocernos como diversos y absurdos. Sensibles, nobles y tontos. Trabajadores, divertidos y alcahuetas. Farsantes y de los que comulgan cada domingo. Íntegros pero no tanto como para no aceptar un negocio turbio. Democráticos sólo con los que piensan igual a nosotros. A ver, esta lista puede ser larga. Hágala en silencio.

Me gustaría que la alarma suene fortísimo sobre lo autoritarios que podemos ser. Y nos demos la oportunidad de darle cabida al respeto por el otro.

Tenemos la oportunidad de forjar la identidad venezolana en nuestra ciudadanía, diversa y respetuosa, alejarnos del autoritarismo porque sí, porque puedo. Reconocer que la rabia es buena sólo si la organizas. Dejar de ser una identidad que exista sólo como un proyecto inacabado.

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El reto es multi-todo, es interno y personal, porque obvio que sobran razones para salir a la calle y querer activar un arma que desaparezca a todo aquel que con uniforme maltrata, veja, viola descaradamente todo signo de respeto por el otro, avalado por el gobierno forajido. Provoca caer en el macabro juego de resolverlo todo a coñazo limpio, bueno, no tan limpio. No falta quien desee tener un gran poder y desaparecer a todo aquel que le resulte incómodo, así como quiere hacer el gobierno. En conversaciones comunes nos damos cuenta de que la mayoría piensa en venganza no en justicia.

Es también un reto social marcar el totalitarismo, el autoritarismo en el que se sobrevive cada día. Es un reto país, ya no basta denunciar al totalitarista Maduro, producto y herencia promovida por el hiperlíder Hugo Chávez. También hay totalitarismo en la violencia de nuestro verbo, en la exigencia de gónadas más hinchadas para restregarlas en la cara de quien quiere ser civil, en el desconocimiento de los ovarios de cualquier mujer aguerrida, porque una mujer así tiene huevos, y los tiene mejor puestos que muchos hombres. Esto, aparte de ser de un machismo intragable, es también muestra del talante a evaluar.

No olvidemos cada acto que hemos aplaudido porque nos sentimos vengados por la violencia con la que alguien responde frente a una acción que nos resulte incómoda o inaceptable. En ese juego macabro hemos caído muchas veces, y le exigimos a los demás que lo jueguen igual bajo pena de ser condenados como pusilánimes, genuflexos o sencillamente pendejos que hablan de paz y civilidad. La masa autoritaria se siente autorizada a condenar.

Aplaudimos el autoritarismo que nos conviene, aquel que se ubica en “el lado correcto de la historia” o condenamos el que nos disgusta, “el de la revolución bonita”. Ambos, como extremos al fin, tienen su violencia muy bien cultivada. ¿Pero qué pasa con lo que navega en el medio? ¿Será acaso ese el espacio hacia donde todos debemos remar para tratar de vivir en una paz medianamente negociable?

Creo que en esa mitad, en ese espacio del medio hay todo por hacer. Por ejemplo, preguntarnos qué es eso que nos identifica como ciudadanos venezolanos y, por favor, trate de no responder desde las bellezas naturales de Venezuela, por favor no diga “soy desierto, selva, nieve y volcán  / y al andar dejo una estela”… Atrévase a más.

¿De qué está llena nuestra ciudadanía, qué toleramos, cuál es ese punto en el que decimos “hasta aquí”? ¿Por qué nos molesta el autoritarismo de Maduro pero igual nos condenamos a sobrevivir en medio de variopintos autoritarismos diarios? Claro que hay muchas respuestas, varios materiales, innumerables características que nos identifican, y habrá que apelar a ellas y a otras nuevas que esta crisis de país ha hecho florecer y que debemos cultivar con compromiso.

Sabemos que hay una cosa ambivalente que nos hace parecer muy democráticos, diversos, receptivos a lo diferente pero que al mismo tiempo podemos actuar con aplastante absolutismo frente a aquel que piensa y actúa distinto.

Vale la pena revisarnos sinceramente. Mientras más sepamos de nosotros es probable que podamos hacer mejor la tarea de corregir algunos despropósitos.

Seguramente debemos reconocernos como diversos y absurdos. Sensibles, nobles y tontos. Trabajadores, divertidos y alcahuetas. Farsantes y de los que comulgan cada domingo. Íntegros pero no tanto como para no aceptar un negocio turbio. Democráticos sólo con los que piensan igual a nosotros. A ver, esta lista puede ser larga. Hágala en silencio.

Me gustaría que la alarma suene fortísimo sobre lo autoritarios que podemos ser. Y nos demos la oportunidad de darle cabida al respeto por el otro.

Tenemos la oportunidad de forjar la identidad venezolana en nuestra ciudadanía, diversa y respetuosa, alejarnos del autoritarismo porque sí, porque puedo. Reconocer que la rabia es buena sólo si la organizas. Dejar de ser una identidad que exista sólo como un proyecto inacabado.

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