Quizás fue alrededor de las diez de la noche del día de la elección presidencial USA 2106, cuando la victoria de Donald Trump empezaba a hacerse evidente. Fue entonces cuando las orejas de las señoras “encuestas” comenzaron a picar. Ya entrada la madrugada, las pobres damas se retorcían en el piso rascándose cual ataque de prurito acuagénico. Aquello ha durado horas y es muy probable que no pare en un buen tiempo.

“Las encuestas se equivocaron”, repetían una y otra vez en CNNe. “Esto ha sorprendido, tanto al equipo de Clinton como al de Trump”, remataron en algún momento. Entonces aparecía analista tras analista, en su mayoría periodistas, explicando el por qué los sondeos habían fallado. La discusión giraba en torno a una sentencia firme. Solo faltaba la condena. Ahora bien, seamos un poco más justos con las damas y analicemos la situación sin partir de sentencias ligeras. La pregunta justa es: ¿las cifras que exhibían las encuestas daban cuenta de la realidad?

La consideración de partida es que los estudios de opinión político electoral, diseñados y ejecutados con basamento científico, son herramientas complejas que apoyan la comprensión del terreno en el que se desenvuelve o se desenvolverá una batalla electoral. Esta información es utilizada entonces en el diseño y ajuste de campañas, con el objetivo de “vender” un candidato al mayor público posible. “Quién va ganando y cuánto a cuánto“, es lo que se conoce como el efecto “carrera de caballos”, y es solo un elemento más en la batería de variables que se miden y analizan en un estudio. El asunto es que ese número (quién va ganando y por cuánto) es el más “comercial” y por lo tanto el que mayor atención recibe. Mientras menos preparada está una persona en el manejo de información estadística, su análisis y conclusiones se restringen en mayor medida a esa cifra de manera aislada, aumentando a su vez la posibilidad de que la opinión que de ello se desprenda sea errada.

Este es un hecho que no va a cambiar. No importa lo que digamos; así seguirá siendo por los siglos de los siglos. Hablemos entonces de las principales cosas a tomar en cuenta al tratar de construir toda una historia alrededor de ese “cuánto a cuánto”.

Primero. Las cifras que produce una encuesta provienen de una fórmula matemática llamada “estimador”, desarrollada a partir de consideraciones teóricas inherentes al diseño con el cual se seleccionó y midió la muestra. En dos platos: la cifra que usted ve procura estimar la realidad para brindar una idea de cómo es esta. Cuando las últimas encuestas mostraban que la intención de voto por Clinton era de 47,2% y la de Trump 44,2%, en ningún momento pretendían decir -porque sencillamente no pueden hacerlo- que esa era la realidad exacta del momento, sino que la misma se encontraba en torno a ellas. Ese “en torno a” es cuantificable en estudios científicos y depende de todos los factores que definen el diseño muestral. Más claro: el 47,2% es un número de referencia, y la verdadera estimación a analizar es un intervalo alrededor de él.

Segundo. Las cifras que usted ve son estimaciones de un punto en el tiempo de una realidad dinámica. Por eso siempre se utiliza el símil de “fotografía” de un momento. Si usted toma la foto de alguien o de un lugar hoy, no necesariamente permanecerá así en el tiempo. Incluso en minutos alguien puede entrar a una peluquería y cambiar de look. Ya comentamos que durante una campaña electoral las fotografías sirven para saber qué se ve feo y entonces tomar correctivos. Los candidatos tienen equipos dedicados a ello: “¡El FBI investiga a Clinton! ¡Hay una grabación de Trump en la que menosprecia a las mujeres! ¡Rápido, control de daños, contraataca!” Las matrices se mueven, se acomodan. El fenómeno electoral es entonces un ente vivo y los estudios de seguimiento mostraron que en las últimas semanas la brecha Clinton-Trump se estaba cerrando. Es decir, las aguas no estaban en calma, sino en franco movimiento. Entonces, ¿por qué esperar que el último día se quedaran tranquilitas, congeladas?

Existe otra serie de consideraciones técnicas con las cuales no los voy a aburrir. Las dos arriba mencionadas son quizás las más importantes para lo que queremos ilustrar, por lo que lo dejaremos hasta aquí.

Ahora bien, nada de eso serviría de explicación si el resultado de una elección es completamente distinto a las tendencias que mostraban los últimos sondeos. Si algo así sucede, hay dos alternativas: 1. ocurrió algo que impactó de manera significativa la matriz de opinión; 2. ocurrió algo que afectó técnicamente la concepción del estudio. En el primer caso, lo ocurrido tiene que ser público y notorio. Imaginemos que un día antes de las elecciones se hacen públicas una serie de fotografías de alguno de los candidatos abrazado con Bin Laden sosteniendo un souvenir de las torres gemelas. No hace falta explicar lo que ocurría con el nivel de voto de ese candidato.

El segundo caso es más complejo. Se habla de voto oculto, de errores en el diseño de la muestra, de manipulación de cifras, entre otra serie de situaciones sospechosas. Si esto fuese así, hay algo que debe quedar claro: estos percances no corresponden a problemas en la teoría estadística, sino a problemas de ejecución, es decir, errores humanos (o mala intención). Porque hasta el voto oculto es un fenómeno que puede ser medido, o al menos es un reto que debe ser afrontado conscientemente.

En el caso Clinton-Trump ninguna de estas dos cosas parece haber ocurrido. Y es que las estimaciones del voto popular mostraron bastante bien la realidad del momento. La diferencia de la estimación puntual y el resultado “final” para ambos candidatos es razonable: Clinton 47%-48%= -1% y Trump 44%-47%=-3%. Agregue a la lectura que los mismos sondeos que arrojaron estas cifras venían mostrando que la matriz de opinión estaba algo inquieta, con tendencia a cerrar la brecha en las últimas dos semanas (¿lo del FBI quizás?). Agregue también, si quiere seguir en la onda de comparar encuestas contra resultados, que Clinton, hasta el cierre de estas líneas, parece haber ganado el voto popular, tal como “vaticinaban” -sarcasmo- los estudios. Entonces, ¿eran equivocadas las cifras que mostraban los sondeos? Al menos en el voto popular, no way.

Por último, debemos mencionar un aspecto importante. La elección en los EEUU no se gana con el resultado del voto popular, sino por la suma de votos electorales. Una buena parte de los estados quedaron en manos de quien se esperaba. Algunos como Wisconsin, Michigan y Pensilnvania fueron ganados por Trump y finalmente marcaron la diferencia, que por cierto, los estudios previos a la elección también daban como cerrada. Algo que sospechamos, y que podremos corroborar una vez los resultados sean definitivos, es que la abstención final jugó en contra de Clinton. Pero eso lo podremos comentar en otro artículo.

Analizar estudios de opinión no es cosa sencilla. Por algo hay profesionales que viven de ello. La gente se divierte jugando con los números y eso está bien. El problema aparece cuando personas con el poder y la responsabilidad que da un micrófono juegan con estos números sin estar debidamente preparados, incurriendo en errores por desconocimiento, y luego enfilando las baterías de manera desacertada contra la herramienta científica -o contra las empresas que las ejecutan-, cuando la falla se encuentra en ellos mismos. Esto es algo que tampoco parece que vaya a cambiar. Por algo la prestigiosa empresa Gallup International decidió hace años no hacer públicas las cifras “carrera de caballos”, desplegando en su página únicamente indicadores variados de análisis del panorama electoral.

Foto: lapagina.com.sv

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