Paulatinamente, cierto sector que adversa al gobierno de Nicolás Maduro se frota las manos deseando el caos. Esto bajo la lógica de que a mayor caos, mayor probabilidad de desplome y expulsión de Maduro. Sin embargo, los hechos han dicho lo contrario. A medida que surgen nuevas crisis, mayor ha sido el control autoritario y la cohesión de sus filas internas. Y —aparentemente— también es una regla general por estos tiempos de coronavirus.

Como lo comenta Patrick Gaspard, pareciera que también el autoritarismo se hizo viral. Así, detalla como China asume prácticas de mayor censura y control. El gobierno húngaro ha aprovechado la consternación del coronavirus para agilizar la aprobación de una ley que le otorga facultades que rayan en la figura característica de un dictador supremo. Las autoridades keniatas y nigerianas han actuado con sobreuso de la fuerza pública. Trump se toma todo personal y arremete agresivamente contra aquellos que hacen preguntas incómodas y elige opciones que desune al mundo contra la COVID-19. Y, por si fuera poco, semanas atrás el Departamento de Justicia solicitó al Congreso poderes especiales para detener a las personas de forma indefinida sin juicio.

Igualmente, da la impresión de que en tiempos de crisis, los gobiernos —sobre todo aquellos con tendencia autoritaria y populista— en lugar de reconfigurar sus decisiones, aplican más dosis del mismo antídoto. Apelan a su naturaleza, se aferran a lo que saben hacer antes que cambiar su actitud predominante, o por lo menos intentar innovar en algún aspecto. Básicamente, no hay desbarajuste que los enderece.  

El caos no debilitará a Maduro

Todos aquellos que persisten en gozarse el desgobierno siguen teniendo malas noticias. Maduro y sus amigos por interés nos tienen en su palma y, lamentablemente, continuarán afianzándose aplicando mayores grados de control social. Sencillamente, esta situación caótica no debilitará a Maduro, al contrario, lo afirma. 

Para aquellos que creen que las desgracias vendrán acompañadas del anhelado cambio sociopolítico y económico, les recuerdo que es poco probable que los países pobres y violentos emprendan su rumbo hacia la construcción de una democracia estable. Hay amplia evidencia que sugiere que la pobreza, lejos de acelerar los cambios, más bien los detiene. (Clonazepam) Como referencia tenemos a Cuba, Corea del Norte, Congo, Chad, Guinea, Haití, Libia, Nicaragua, Ruanda, Siria, Yemen, entre tantos otros ejemplos dolorosos. En estos países, la pobreza —simplemente— empuja a sus ciudadanos a la conformidad, al sometimiento pleno y, finalmente, a la resignación. 

Uno puede estar en desacuerdo con las erráticas medidas de Maduro para resolver los principales problemas nacionales, pero coger palco ligando más calamidad no cambiará el curso de nuestra realidad. Cuidado con lo que deseamos porque tenemos todas las fichas puestas para ser los próximos libios, sirios o yemeníes del mundo.

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