Pasear por las calles españolas sin escuchar el acento venezolano ya resulta extraño. Ir de tapas o de cañas, como allí dicen, sin que en un momento dado surja el tema de Venezuela es más raro todavía. Tú abres El País y no hay día en que no salga alguna información o artículo de opinión sobre Venezuela, a veces incluso los dos juntos, como el domingo pasado, cuando apareció una extensa entrevista a la ex fiscal Luisa Ortega Díaz y, más adelante, un artículo de opinión de Vargas Llosa a página completa sobre el mismo tema.
Venezuela está muy presente en España. «Sobredimensionada», «exceso de información», se quejan algunos cuando ven las caras conocidas de Maduro, Rodríguez Zapatero (que volvió al ruedo a torear no se sabe qué toro) o los rostros de Delcy o Lilian. Los españoles acusan un cierto «cansancio temático». Además, otros asuntos ocupan su interés: Podemos, gran valedor del «proceso bolivariano«, ahora está inmerso en un proceso de renovación interna que cuestiona la jefatura de Iglesias, los partidos del status se enfocan en Cataluña por dos razones: el reciente atentado terrorista y el anunciado referéndum independentista.
De todos modos, los españoles de pronto se acuerdan de Venezuela y preguntan qué pasó finalmente con Baduel; por qué Zapatero se reunió con Leopoldo y acto seguido con Maduro; por qué la MUD acepta participar en unas elecciones regionales a sabiendas de que el Consejo Nacional Electoral está parcializado hacia el gobierno. A todas estas, ¿sigue desaparecido el papel higiénico?
Ante la avalancha de preguntas hay muy pocas respuestas que ofrecer. La incertidumbre parece que viaja con uno en las maletas. Ya no satisface dar explicaciones, que suenan muy trilladas o poco convincentes. Ya no causa asombro decir que para comprar tres huevos hace falta un mes de trabajo. Ya no causan gracia los chistes acerca de Maduro o de las «maniobras militares» de ciudadanos que en su vida han tenido un fusil en sus manos.
El tema de Venezuela, desde lejos, luce como tragicomedia, como farsa sangrienta o como montaje abortado. Cuando uno se adentra en los detalles de la trama, la sonrisa inicial se troca en mueca de desagrado.» Esperpéntico», dice uno que sabe de teatro. Esperpento era una forma teatral atribuida al maestro Valle-Inclán según la cual se deforma la realidad, recargando sus rasgos grotescos, sometiendo a una elaboración muy personal el lenguaje coloquial y desgarrado. En cualquier caso muchos temen -aunque no se atreven a vaticinar- que el desenlace de la obra aparece como trágico.
Asombra escucharse a uno mismo describiendo las miserias de la vida cotidiana, ese grisáceo transcurrir con visos de horror en que se ha convertido la existencia en Venezuela. No se avizora un final feliz. Duele decirlo pero no queda otra opción que admitir, cuando la pregunta se refiere a cómo terminará todo esto, que puede ocurrir lo peor. ¿Guerra civil? Dios no lo quiera, pero los ibéricos entienden de eso ya que la sufrieron hace 80 años y, a estas alturas de la historia, las heridas aún no cicatrizan.
Mientras tanto los españoles disfrutan los estertores de un tórrido verano y se aprestan a regresar a sus hogares y recomenzar la vida «normal». Nunca dejan de quejarse: de la situación económica pero la inflación es del 3 % mientras que la de Venezuela llegará a 2.000 %, según el Fondo Monetario Internacional; se quejan de los políticos pero no hay nadie preso por sus ideas; se quejan de los medios de comunicación pero no hay ninguno que haya tenido que cerrar por falta de papel o por presiones del gobierno.
Los españoles también se quejan –y con razón- de la corrupción. Pero el caso es que hay corruptos presos, como el señor Rodrigo Rato, ex vicepresidente y ex ministro de economía, por los cargos de blanqueo de capitales y apropiación indebida, entre otros. Y, para que se vea que no solo el PP está hasta el cuello en ilícitos, hace poco se conoció que los socialistas José Luis Iglesias Riopedre y María Jesús Otero Rebollada, también fueron sentenciados a años de cárcel y al pago de cuantiosas multas (400 mil euros en adelante) por corrupción durante su gestión en el gobierno asturiano.
Las situaciones son antagónicas y toda comparación es odiosa. Sin embargo los españoles son felices y no se dan cuenta. Como Venezuela alguna vez lo fue. La felicidad entendida, simplemente, como la posibilidad de vivir en un país «normal», que cuando abras un chorro salga agua, cuando acciones el interruptor se prenda el bombillo, cuando acudas a un hospital te atiendan, cuando vayas a hacer mercado haya comida y el dinero te alcance para comprarla y cuando salgas a la calle no te atraquen o te maten. Un país así es impensable mientras quienes hoy usufructúan el poder estén convencidos de que están ahí para llenar sus bolsillos a costa del pueblo.
Foto: EFE
***
Las opiniones emitidas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.
Fiscalía investigará a periodistas César Batiz y Víctor Amaya por supuestos abusos
Cepaz: En enero hubo 79 actos de persecución contra medios, ONG y políticos
Organizaciones de DDHH condenan ataques contra medios de comunicación venezolanos
Machado y Velásquez ratifican que no quieren apoyo del CNE para primarias
Plataforma unitaria y precandidatos opositores rechazan ataques contra Henrique Capriles
Comisión de Primaria pedirá reunión con el CNE para discutir asistencia técnica
Pasear por las calles españolas sin escuchar el acento venezolano ya resulta extraño. Ir de tapas o de cañas, como allí dicen, sin que en un momento dado surja el tema de Venezuela es más raro todavía. Tú abres El País y no hay día en que no salga alguna información o artículo de opinión sobre Venezuela, a veces incluso los dos juntos, como el domingo pasado, cuando apareció una extensa entrevista a la ex fiscal Luisa Ortega Díaz y, más adelante, un artículo de opinión de Vargas Llosa a página completa sobre el mismo tema.
Venezuela está muy presente en España. «Sobredimensionada», «exceso de información», se quejan algunos cuando ven las caras conocidas de Maduro, Rodríguez Zapatero (que volvió al ruedo a torear no se sabe qué toro) o los rostros de Delcy o Lilian. Los españoles acusan un cierto «cansancio temático». Además, otros asuntos ocupan su interés: Podemos, gran valedor del «proceso bolivariano«, ahora está inmerso en un proceso de renovación interna que cuestiona la jefatura de Iglesias, los partidos del status se enfocan en Cataluña por dos razones: el reciente atentado terrorista y el anunciado referéndum independentista.
De todos modos, los españoles de pronto se acuerdan de Venezuela y preguntan qué pasó finalmente con Baduel; por qué Zapatero se reunió con Leopoldo y acto seguido con Maduro; por qué la MUD acepta participar en unas elecciones regionales a sabiendas de que el Consejo Nacional Electoral está parcializado hacia el gobierno. A todas estas, ¿sigue desaparecido el papel higiénico?
Ante la avalancha de preguntas hay muy pocas respuestas que ofrecer. La incertidumbre parece que viaja con uno en las maletas. Ya no satisface dar explicaciones, que suenan muy trilladas o poco convincentes. Ya no causa asombro decir que para comprar tres huevos hace falta un mes de trabajo. Ya no causan gracia los chistes acerca de Maduro o de las «maniobras militares» de ciudadanos que en su vida han tenido un fusil en sus manos.
El tema de Venezuela, desde lejos, luce como tragicomedia, como farsa sangrienta o como montaje abortado. Cuando uno se adentra en los detalles de la trama, la sonrisa inicial se troca en mueca de desagrado.» Esperpéntico», dice uno que sabe de teatro. Esperpento era una forma teatral atribuida al maestro Valle-Inclán según la cual se deforma la realidad, recargando sus rasgos grotescos, sometiendo a una elaboración muy personal el lenguaje coloquial y desgarrado. En cualquier caso muchos temen -aunque no se atreven a vaticinar- que el desenlace de la obra aparece como trágico.
Asombra escucharse a uno mismo describiendo las miserias de la vida cotidiana, ese grisáceo transcurrir con visos de horror en que se ha convertido la existencia en Venezuela. No se avizora un final feliz. Duele decirlo pero no queda otra opción que admitir, cuando la pregunta se refiere a cómo terminará todo esto, que puede ocurrir lo peor. ¿Guerra civil? Dios no lo quiera, pero los ibéricos entienden de eso ya que la sufrieron hace 80 años y, a estas alturas de la historia, las heridas aún no cicatrizan.
Mientras tanto los españoles disfrutan los estertores de un tórrido verano y se aprestan a regresar a sus hogares y recomenzar la vida «normal». Nunca dejan de quejarse: de la situación económica pero la inflación es del 3 % mientras que la de Venezuela llegará a 2.000 %, según el Fondo Monetario Internacional; se quejan de los políticos pero no hay nadie preso por sus ideas; se quejan de los medios de comunicación pero no hay ninguno que haya tenido que cerrar por falta de papel o por presiones del gobierno.
Los españoles también se quejan –y con razón- de la corrupción. Pero el caso es que hay corruptos presos, como el señor Rodrigo Rato, ex vicepresidente y ex ministro de economía, por los cargos de blanqueo de capitales y apropiación indebida, entre otros. Y, para que se vea que no solo el PP está hasta el cuello en ilícitos, hace poco se conoció que los socialistas José Luis Iglesias Riopedre y María Jesús Otero Rebollada, también fueron sentenciados a años de cárcel y al pago de cuantiosas multas (400 mil euros en adelante) por corrupción durante su gestión en el gobierno asturiano.
Las situaciones son antagónicas y toda comparación es odiosa. Sin embargo los españoles son felices y no se dan cuenta. Como Venezuela alguna vez lo fue. La felicidad entendida, simplemente, como la posibilidad de vivir en un país «normal», que cuando abras un chorro salga agua, cuando acciones el interruptor se prenda el bombillo, cuando acudas a un hospital te atiendan, cuando vayas a hacer mercado haya comida y el dinero te alcance para comprarla y cuando salgas a la calle no te atraquen o te maten. Un país así es impensable mientras quienes hoy usufructúan el poder estén convencidos de que están ahí para llenar sus bolsillos a costa del pueblo.
Foto: EFE
***
Las opiniones emitidas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.