Carmen Avendaño siente que nunca salió del apagón masivo que afectó a Venezuela el 7 de marzo de 2019. Cada vez que las luces de su apartamento parpadean, junta sus manos y —con su acento maracucho— repite la misma frase: “Dios mío, que por favor no se vaya la luz. Hacénos el milagrito”. Reside en Maracaibo, la capital del estado Zulia y una de las ciudades más afectadas desde ese jueves en el que todo se oscureció.

En el edificio donde vive en la avenida Circunvalación 2, los vecinos llevan la cuenta de los electrodomésticos dañados. De 31 propietarios, 75% tiene algún electrodoméstico que dejó de funcionar como consecuencia de las subidas y bajadas de corriente eléctrica. Avendaño tiene un microondas, tres televisores y tres aires acondicionados inservibles. La reparación de los equipos se le hace imposible: es trabajadora social jubilada de la administración pública y su jubilación no le alcanza.

“Todavía vivimos las secuelas del apagón. Todavía vivimos en el apagón y vivimos sus consecuencias. Nuestra vida ordinaria cambió totalmente. No podemos planificar compras quincenales de comida porque los alimentos se pueden dañar, no podemos ir al médico porque llegamos y no hay luz”, expresa.

Los efectos de ese primer gran apagón nacional que ocurrió el 7 de marzo de 2019 —y que es recordado por todos los venezolanos— aún siguen presentes en las regiones venezolanas, con más énfasis en Occidente y en Los Andes. Mientras algunos aprendieron a vivir en condiciones adversas, otros se mudaron de ciudad o de país.

En el caso de Carmen Avendaño, ahora cada noche está alerta y pendiente de todos sus equipos porque la electricidad “va y viene”. Solo sale por actividades muy puntuales. Cuando lo hace, asegura que ve la ciudad de manera distinta, con menos personas en las avenidas y calles.

“El apagón de marzo nos afectó de una manera emocional, física y material; nos agotó y nos sigue agotando porque el problema de la luz no ha sido superado. Tenemos los mismos apagones y no podemos planificar nada. Nuestro quehacer diario ya no puede ser estructurado”, explica.

Para Ángel Lombardi Boscán, historiador y director del Centro de Estudios Históricos de La Universidad del Zulia (LUZ), Maracaibo salió de la civilización. Fue la primera ciudad de Venezuela en contar con alumbrado público en 1888, pero se sumió en el colapso eléctrico 131 años después. La crisis que padecía desde meses antes del apagón se profundizó, uniéndose así a las fallas en el suministro de agua, en el transporte, en la vialidad y la seguridad.

“Maracaibo se convirtió en una ciudad fuera de la historia. Salió de la historia y entró en una época de premodernidad”, dice. “Es una ironía. Maracaibo fue la primera ciudad que tuvo electricidad en las calles de Venezuela y puede quedar completamente sin electricidad”, agrega.

La migración interna y externa, la deserción estudiantil y las renuncias son fenómenos que Lombardi ha visto de cerca como profesor universitario. Destaca que muchos de sus conocidos no pudieron aguantar las condiciones de vida y se fueron a otros países y otras ciudades de Venezuela.

El historiador considera que los habitantes de Maracaibo se convirtieron en “exciudadanos”: ya no pueden vivir la ciudad como estaba concebida. Un año después del primer megaapagón, resalta que el daño estructural a los marabinos y a los zulianos en general —desde el punto de vista psicológico, antropológico e incluso espiritual— todavía continúa y puede representar una bomba de tiempo.

“Es vivir y padecer todos los días apagones por seis, diez, doce horas en todos los municipios. El daño antropológico grave sobre la colectividad no ha sido medido, y no para”, afirma.

Regresar a la civilización

Marina Suárez* nació en San Cristóbal, en la región andina de Venezuela. Luego de estudiar, se mudó a Caracas, donde trabajó por más de 20 años. En 2019 regresó a su ciudad natal, la capital del estado Táchira, con la intención de establecerse y vivir allá. Luego de pocos meses, no soportó las condiciones de los servicios y en 2020 —a sus 54 años— se devolvió a la capital venezolana.

Cuando llegué a Caracas sentí que vine a la civilización”, dice. Mientras vivía en San Cristóbal, la luz se iba, en promedio, dos veces al día: en ocasiones por racionamiento eléctrico y en otras por simples fallas. “Algunos se acostumbraron. Pero no es solo el problema de la electricidad, es el gas, la gasolina, el aseo urbano, y así la situación se vuelve caótica”, indica.

Ante la falta de gas, algunas personas decidieron comprar cocinas eléctricas. “Si se va la luz y no tienes gas, no puedes comer”, añade Suárez. Actividades más sencillas como ver televisión por cable también se han vuelto difíciles.

“Las personas se vienen a Caracas porque Caracas es como otro país. Allá en San Cristóbal hay gente que no cree que aquí no hay cola por la gasolina, que no se va la luz, que hay gas directo o gas a granel y que no hay tantos problemas con la basura”, cuenta. Su hermano también se mudó de San Cristóbal a Caracas.

Las cicatrices aún no sanan en Caracas

Caracas, a pesar de ser considerada una especie de burbuja, también evidencia secuelas de ese primer apagón. Palo Verde, en el municipio Sucre del Área Metropolitana de Caracas, al extremo este de la ciudad, fue una de las urbanizaciones más afectadas ese mes de marzo en el que Distrito Capital registró 115 fallas eléctricas, según el Comité de afectados por los apagones.

“Los servicios públicos se han deteriorado, pero a raíz de ese apagón se afectaron aún más. Vivimos en una constante zozobra. Ese apagón trajo como consecuencia que se quemaran transformadores en la comunidad. Esa vez, la electricidad la restituyeron por parte, pero hubo casi 20 edificios que permanecieron casi tres semanas más sin electricidad y agua”, cuenta Mayrene De Sousa, habitante del sector.

El protector de su nevera se quemó en uno de los bajones eléctricos. Dos de sus televisores y su microondas también dejaron de funcionar. A una de sus vecinas se le dañó la nevera y los enchufes de su edificio “explotan” con chispazos. Después del apagón masivo del 7 de marzo, de 2019, De Sousa está atenta ante cualquier señal que indique que se puede ir la luz, como el parpadeo de su lámpara.

apagón
La reparación de uno de sus televisores viejos le es impagable | Foto: Mairet Chourio / @mairetchourio

“Si se va la luz, se va la señal telefónica, se va el agua, se va todo y quedamos incomunicados”, señala. Los cortes eléctricos han sido tantos que ya pudo ubicar el único punto de su casa desde donde puede enviar solo mensajes cuando el sector no tiene electricidad.

Cerca de su residencia queda la subestación eléctrica Palo Verde. Asegura que los vecinos escuchan frecuentemente estruendos que provienen de allí y justo después se quedan sin energía eléctrica.

“La vida se nos ha transformado completamente y pensamos que en cualquier momento puede ocurrir de nuevo un apagón así”, indica.

Apagón en Palo Verde
Mayrene De Sousa recuerda la oscuridad que se veía desde su ventana la noche del 7 de marzo | Foto: Mairet Chourio / mairetchourio

Mérida todavía se apaga

La ciudad de Mérida se volvió oscura. Muchos de sus postes eléctricos y semáforos permanecen descontrolados o apagados. Se han ido dañando por los cortes eléctricos que se agravaron después del 7 de marzo de 2019, pero no los han reparado. Algunos comercios cerraron y algunos merideños migraron. Así lo indica Rigoberto Lobo, quien vive en Mérida y dirige la organización no gubernamental Promoción, Educación y Defensa en Derechos Humanos (Promedehum).

Durante el primer apagón de marzo de 2019, en Mérida algunas zonas residenciales fueron víctimas de hurtos de cableado, alumbrado público y transformadores de alto voltaje. Lobo aún recuerda las jornadas de vigilancia nocturna hechas por vecinos y los “toque de queda” organizados por ellos mismos: cerraban las entradas de la zona residencial y a partir de cierta hora —y hasta el amanecer—nadie podía entrar o salir.

Apagón en Mérida
Vecinos fueron víctimas de hurtos de cables y equipos eléctricos durante los apagones | Foto: cortesía Rigoberto Lobo

Después de ese evento, el desabastecimiento de combustible y gas doméstico también incrementó en Mérida. La ausencia de gas y la imposición de racionamiento eléctrico han impedido que muchos puedan cocinar en esas circunstancias. Las compras de alimentos también se han limitado: adquieren alimentos para uno o dos días por temor a perderlos por no poder conservarlos.

“Nuestra vida en Mérida cambió por completo. Nos tomó tiempo aprender a vivir así, sin que eso signifique acostumbrarnos. Pero también nos ha tocado aprender a vivir con el severo desabastecimiento de gasolina”, dice el director de Promedehum.

En 2020, un año después del primer megaapagón, en el municipio Rangel del páramo merideño pueden pasar días en los que suman cortes de luz de 12 horas continuas. De acuerdo con Lobo, los productores agropecuarios igualmente se han visto afectados: pierden sus capacidades para autoabastecerse de electricidad por los elevados costos de mantenimiento para las plantas eléctricas que poseen, por la dificultad para adquirir combustible y para reponer equipos dañados.

“La dinámica de vida está alterada. Muchas personas se fueron del país. Muchas personas también se fueron a Caracas porque esta situación no la aguantaban más”, señala.

La situación en Mérida también ha ocasionado que niños y niñas se estresen por si habrá luz o no y presenten “preocupaciones de adultos”. Tanto la educación continua y el esparcimiento, agrega Lobo, se han modificado por la crisis eléctrica que se agudizó en 2019 aún no termina.

“Todos estamos muy afectados. No hemos aprendido una nueva forma de vivir cuando se nos presenta otra difícil adversidad”, expresa.

apagón en Mérida
Cuando se va la electricidad, merideños “cazan” señal en sus carros en las afueras de las sedes de las telefónicas | Foto cortesía Rigoberto Lobo

*La identidad de la entrevistada fue cambiada por motivos de seguridad.

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