Cuando tuvo que elegir un transporte escolar para sus hijos, Mercedes* se decidió por un conductor que tenía 18 años prestando el servicio en la urbanización donde ella vive en Caracas, un señor en el que otros padres confiaban.
Con el tiempo, el señor Alberto* se hizo cercano a ella, le brindó apoyo por ser madre soltera. “Comía en mi casa, me daba la cola a mí hasta donde lo necesitara”, recuerda la mujer.
Incluso cuando ella se retrasaba en el trabajo, él le decía que podía esperarla y se quedaba con los niños (una niña de cuatro años de edad y un niño de seis años), junto con otros de sus compañeros.
Un día, la mamá de Mercedes encontró a su nieta tocándose la vagina. Cuando le preguntó quién le había enseñado eso, la niña dijo el nombre del chofer. Pasadas unas horas la familia puso la denuncia y a los tres días lo encarcelaron.
Oír cómo su hija narraba todo lo que le había hecho aquel hombre fue un golpe durísimo para Mercedes. “Yo sentía que eso pasaba nada más en las películas, que eso no podía pasarme a mi ni ninguna persona cercana”, dice.
Al conocerse lo sucedido, otros casos de niños del transporte salieron a la luz. Tras la experiencia ella misma conoció más historias de abuso; una amiga le confesó que su papá la violó de niña y ella creyó que era normal lo que hacía.
“Es algo que está oculto, que pasa más de lo habitual y nadie dice nada”, opina Mercedes.
A otros padres solo les diría que estén atentos a los cambios de comportamiento en sus hijos. Recuerda que la niña se había puesto agresiva. También confiesa que ahora siente que “no se puede confiar en nadie”.
Por otro lado, está convencida de que en la escuela deberían incorporar una materia sobre cómo reconocer el abuso.
Depredadores sexuales
El director de la Fundación Habla, Julio Romero, explicó a Efecto Cocuyo que alrededor del 90% de los agresores sexuales suelen ser parte del círculo cercano de las víctimas.
Algunos “estudian a toda la manada” para identificar, por ejemplo, si los hijos hablan con sus padres y hacen experimentos antes de concretar el abuso, que se puede traducir en un acto continuado.
Otro factor de riesgo ante este delito es la falta de información, y el hecho de que la sociedad no sepa detectar con facilidad las situaciones de abuso.
Por esta razón, muchas víctimas reconocen que vivieron estas situaciones en su etapa de adultez.
“Es más común de lo que la gente piensa, muchos no sentían que en ese momento vivían un abuso. Dicen que creían que sabían de abuso y en realidad no, como el caso de los comentarios sexualizados o los tocamientos”, refiere el abogado e investigador.
Advierte que, además, el abuso sexual contra niños y adolescente puede abrirse espacio entre un núcleo familiar que no se comunica.
Niñas, niños y adolescentes que son “ensimismados, personas calladas, que no se comunican con nadie y tienen una actitud introvertida”, también pueden ser más vulnerables ante los depredadores sexuales.
Forzar el afecto
El especialista ejemplifica cómo un comportamiento común que, sin saberlo, podría llegar a ser contraproducente.
“Muchas veces los padres obligan al niño a dar muestras de afecto que no quieren, como cuando insisten: ‘anda, dale un beso a tu tía o a tu tío’. Con eso enseñamos que, aunque no te guste, si es lo que se espera de ti, debes hacerlo, debes darle esa muestra de afecto”.
La misma escena es citada por Daniella Inojosa. La integrante de la ONG Tinta Violeta considera que forzar a los niños a besar o abrazar a los demás cuando estos no lo desean, les envía el mensaje de que “deben someter su cuerpo a lo que quieren los adultos, porque si no se molestan”.
Educación deficiente y estigmatización
Inojosa, defensora de los derechos de las mujeres, también considera que la información es clave para prevenir delitos sexuales contra menores de edad.
Cuestiona que el sistema educativo venezolano no aborde la salud sexual y reproductiva desde edades tempranas, ya que este conocimiento ayudaría a prevenir el abuso.
“Se deja la salud sexual en manos de la familia, una familia que atraviesa una crisis profunda. En el 40% de los casos las madres son el sostén del hogar: deben cuidar a los hijos, mantenerlos y trabajar en la calle”.
Aún así, expone, cuando se conoce sobre casos de abuso “la primera que va presa es la madre… la sociedad le recrimina no haber cuidado lo suficiente a la hija, pero no le recrimina al victimario abusar de la niña”.
Ante la ausencia de información suficiente, desde Tinta Violeta y el colectivo Araña Feminista impulsaron la campaña en redes sociales #LeCreemosAlasNiñas.
“Las niñas están siendo abusadas en sus hogares… muchas madres o tías no les creen si lo cuentan porque viven una situación de violencia con la persona agresora, una correlación afectiva. También ocurre que es difícil para una familia asumir que hubo el abuso, la sociedad te estigmatiza”, dice Inojosa.
Además, advierte que es importante reconocer ese abuso que se ha naturalizado, “los pequeños micromachismos… cosas que son muy sutiles. El piropo es acoso callejero, tú tienes derecho a andar por la calle sin ser vista como un pedazo de carne”.
Para Romero, hay tres actores fundamentales en la prevención del abuso sexual contra niños, niñas y adolescente en el país.
Considera que el Estado debe construir políticas públicas en la materia. Para ello, afirma, debería buscar apoyo en la academia, como factor generador de investigación.
En tercer lugar, vuelve a mencionar a la familia: “en la medida que estemos mayormente informados, podríamos generar defensas ante este tipo de situaciones, saber cómo hablarles a las niñas, niños y adolescentes sobre el abuso”.
*Los nombres han sido cambiados.
Este reportaje es parte de una serie de tres textos; este domingo 19 de julio se publicará el tercero