A diario, cuando Olga Elena de González se despierta y siente que la invade un sentimiento de rabia e indignación por el asesinato de su esposo, que ocurrió hace seis meses, se pregunta qué le hubiera gustado a él que ella hiciera en estas circunstancias y le pide fuerzas a Papá Dios. Imaginar la respuesta a esa interrogante la impulsó a crear la Fundación Leonardo González Barreto: Sonrisas de Esperanza.

Junto a otros familiares, amigos y vecinos de Leonardo, se han propuesto ayudar a otros y llevar comida a personas en situación de calle, asilos y casas hogares. También reciben y distribuyen donativos de medicinas y prevén juntar juguetes para los niños en diciembre. Ese era el trabajo voluntario que hacía González a la par de su empleo como Gerente de Mantenimiento en el supermercado Kromi Market.

El padre de tres jóvenes fue asesinado el 27 de julio de 2017 en Carabobo, día en el que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) convocó un paro cívico. En el municipio Naguanagua la gente salió a protestar contra el Gobierno de Nicolás Maduro y funcionarios de la policía regional llegaron a dispersar la manifestación. Cuando los uniformados aparecieron, las personas se replegaron, pero González se quedó atrás. Regresó y montó en su carro a un joven de 18 años que también huía de los oficiales. Fue entonces cuando se desató una persecución.

Efectivos de Policarabobo en motos y a pie comenzaron a seguir al vehículo de Leonardo y luego se incorporaron funcionarios de la Policía del municipio Naguanagua. Más tarde justificaron que les había llegado una alerta de secuestro. Testigos relatan que González sacó las manos por la ventana para mostrar que no llevaba armas. El gesto no evitó que los oficiales dispararan 26 veces contra el Chevrolet modelo Spark y que uno de los proyectiles le diera en la espalda al conductor. Mal herido, Leonardo llegó a salir del carro, pero poco después se desplomó. Su acompañante pidió ayuda, pero los oficiales no lo auxiliaron.

El hecho ocurrió a unos 500 metros de su vivienda, en el sector Los Guayabitos. Olga incluso oyó disparos y salió a la calle a preguntar qué pasaba; comentaron que habían atrapado a un ladrón y luego ella regresó a su casa. Minutos después. una vecina la llamó y le preguntó por el modelo del carro de su esposo. Caminaron hasta la esquina y vieron la escena. Al principio no se percató de los disparos en el vehículo, y como Leonardo estaba boca abajo, creyó ver que lo tenían esposado, que se lo llevarían detenido: “Suéltenlo, él no ha hecho nada”, exclamó. Segundos después entendió que estaba muerto.

“Solo podía pensar en cómo se lo iba a decir a sus hijas”, recuerda. En medio de la conmoción impidió que tocaran el cuerpo de su esposo y pidió asesoría inmediata con el Foro Penal Venezolano, quería evitar que pudieran “sembrarle algo”. En el lugar, permanecían funcionarios de Polinaguanagua. El Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas registró los bolsillos de Leonardo, en los que encontró caramelos. “Esa era su única arma”, dice Olga. En el vehículo había chucherías, chocolates, arepas, avena y agua embotellada, que llevaba a las movilizaciones para ofrecerle a los manifestantes o a quien se encontrara con hambre.

Transcurridas 24 horas, el Ministerio Público inició la investigación y junto al Cicpc establecieron el origen de la bala y determinaron la responsabilidad de un funcionario de Polinaguanagua: Ronald Vidal Paternino. El oficial fue imputado “por la presunta comisión de los delitos de homicidio calificado con alevosía y por motivo fútil en detrimento de González Barreto, y el mismo tipo penal, en grado de frustración, en perjuicio del joven de 18 años de edad que acompañaba a la víctima. Adicionalmente, se le precalificaron los delitos de agavillamiento, simulación de hecho punible, omisión al socorro y uso indebido de arma orgánica”, según señala el sitio web de la Fiscalía.

Las evidencias analizadas arrojan que hay alrededor de ocho uniformados más involucrados en el caso. Sin embargo, no se les ha dictado orden de aprehensión. El único detenido tampoco ha sido juzgado. “No se ha dado la primera audiencia, no nos han notificado. El caso está literalmente estancado”, relata Olga.

Desde que las hijas de Leonardo nacieron, producto de una primera relación, él se vestía de Santa en diciembre, con un traje que le mandaron de Estados Unidos. Así les entregaba los regalos. Luego, cuando regresaba como papá, las niñas solían reprocharle: “¿Dónde estabas? ¡Te lo perdiste!”. Actualmente tienen 17, 18 y 24 años de edad y viven desde hace ocho años en el extranjero. El anhelo del gerente era verlas regresar a Venezuela.

“Quería que vivieran en un país libre, donde se les pudiera garantizar su seguridad. Él era un demócrata, por eso se entregó a la lucha y quiso ser un miembro activo de la sociedad civil. Nunca pertenecimos a ningún partido político”, comenta Olga.

Al trabajar en un supermercado, González fue testigo de la degradación social: de las colas, del desabastecimiento, de las necesidades de quienes buscaban alimentos. Desde 2014 era voluntario de la organización Dr. Yaso en Valencia, por lo que también tuvo la oportunidad de visitar hospitales, ver de cerca los problemas que se fueron incrementando en el sistema de salud.

“Mi esposo no perdía tiempo para echarle broma a alguien, era el alma de la fiesta. Cuando entró a Dr. Yaso, uno de sus primeros aprendizajes fue que para convertirse en un payaso debía desconectarse de los sentimientos negativos”, relata Olga. La pareja llevaba 12 años juntos. En diciembre del año pasado, viajaron al Roraima, en el Parque Nacional Canaima. “Pasamos el 24 de diciembre allá arriba, despojados de toda la superficialidad que puede haber… hoy pienso que eso fue un regalo de Papá Dios”, dice.

Olga se refugia en esos recuerdos. La reconforta, en parte, haber conocido gente con gran disposición a ayudar a otros. “En la calle, nos hemos encontrado con personas maravillosas que de alguna manera está haciendo lo mismo que nosotros y digo ¡wao!, este es el país que quería mi esposo, este es el verdadero venezolano,  no que el Gobierno representa. Sino ese venezolano bueno, solidario, dispuesto a colaborar. La Fundación me ha llenado, me ha ayudado muchísimo”, expresa.

En estas vivencias también se ha encontrado con familiares de los presos políticos: “Cuando escuchas los relatos, cuando escuchas las condiciones en las que están estos muchachos, señores mayores, gente decente que está presa, me pregunto si realmente lo mejor fue lo que sucedió. Uno no sabe si mi esposo hubiese podido aguantar todas esas humillaciones y todo ese trato. Me consuelo al saber que está en un lugar mejor”.

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