El Sombrero, Guárico

Vanessa Moreno Losada / Reynaldo Mozo

Después de una hora y media de rodar desde el terminal de San Juan de los Morros, pasando por los pueblos de Parapara, Toco, Ortiz, Dos Caminos y Tigüegüe, se ve la construcción a medias de una docena de viviendas al lado izquierdo, y las bases de lo que en planos sería una Universidad y un Terminal del lado derecho. Aproximadamente a un kilómetro, la imagen del presidente Hugo Chávez, del gobernador de Guárico, Ramón Rodríguez Chacín y el presidente Nicolás Maduro, se exhibe con la frase de “El Sombrero es territorio de paz”.

Así es la entrada de la población del estado Guárico que vio nacer a uno de los delincuentes más buscados por las autoridades de Venezuela, que en cuatro años logró consolidar un presunto imperio de altas sumas de dinero, armas y droga. José Antonio Tovar Colina, alias “El Picure”, fue ultimado a sus cortos 27 años de edad en un operativo que conjugó a tres cuerpos de seguridad del Estado, incluyendo a un componente militar. Le dieron baja ante los ojos de los habitantes que lo vieron nacer.

Talleres mecánicos y automotrices, restaurantes y cristalerías son los locales que acompañan la entrada del visitante. El viernes 6 de mayo, hombres debajo de los vehículos hurgaban en sus entrañas, mientras que en los locales cercanos los comensales disfrutaban de carne en vara al compás del arpa, cuatro y maraca. Tres días antes, la comunidad había perdido a ocho personas en enfrentamientos intermitentes que duraron 19 horas.

El día oscuro

“Salgan, salgan mamaguevos, los tenemos rodeados”, gritaban funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) a las 8:32 pm. Las patrullas tenían rodeada cuatro manzanas completa de viviendas rurales.

Los vecinos de La Charneca y Juan Ángel Bravo vivieron horas de zozobra y confusión desde la noche del lunes 2 de mayo. Entre sus calles se realizó el procedimiento policial que dio fin a Tovar Colina.

Los disparos empezaron. Algunos vecinos estaban debajo de sus camas, otros trataban de ver por la ventana la situación. “Salí a fumarme un cigarro y vi a dos hombres escondidos, me gritaron: metete pa ‘dentro sapa, y escuché pa, pa, pa pa y salí corriendo pa la casa”, contó Isaura Navarro*, una habitante del sector desde hace más de 40 años.

Pueblo de paz

La tarde del viernes 6 de mayo la gente en El Sombrero caminaba por los alrededores de la plaza Bolívar del pueblo, se reunía a conversar en grupos, compraba alimentos en las panaderías cercanas y se trasladaba de un sitio a otro a pie, en moto o en carro. El reggaeton sin pudor se dejaba escuchar desde los locales comerciales, cuyas paredes tenían pintados los productos que se ofrecían en los anaqueles.

La plaza tiene una estatua del Libertador en el centro y al frente un andamio para ofrendas florales. En una esquina, una escultura emula al puente de El Sombrero, cuya versión real se desplomó en enero de 2015.

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Todo está pintado de amarillo y verde y el piso está cubierto de terracotas. En los bancos grises se sentaban jóvenes y niños con sus computadoras o tabletas Canaima, aprovechando la red de WiFi libre del Gobierno.

Nadie hablaba ya de cómo “el gobierno” (nombre con el que llaman a las autoridades policiales y militares) entró al pueblo, disparó a una veintena de casas, mató a siete personas presuntamente inocentes y se llevó el trofeo: “El Picure”.

Para dar con el paradero de Tovar Colina, los funcionarios de la Policía de Guárico y de la GNB intervinieron el sábado 30 de abril el barrio Bicentenario, a casi dos kilómetros del centro de El Sombrero. Allí ubicaron a Junior Tovar, hermano paterno del delincuente, con quien presuntamente sostuvieron un enfrentamiento. Junior murió en la balacera, en horas de la madrugada del primer día de mayo, día mundial de los trabajadores.

El operativo de búsqueda continuó silente en las siguientes horas y llegó incluso a la casa parroquial Inmaculada Concepción, en el casco central de El Sombrero. “El comandante me mandó a llamar. Me dijo que necesitaban visitar mi casa y les dije que fueran ya, porque ya sabía de los rumores”, narró el padre Orlando Martínez, sacerdote del pueblo desde hace cuatro años.

Cerca de 40 efectivos militares ingresaron armados a la “casa de Dios”. Ellos presumían que “El Picure” estaba escondido en el campanario. Algunos de ellos se persignaron ante el altar, otros pasaron con paso firme y fusiles en mano. Allí no estaba “El Picure”

El padre aseguró que el pueblo se encontraba consternado por las muertes de siete inocentes durante ese procedimiento y la caída de Tovar Colina fue para muchos un respiro.

“El día de la muerte de José Antonio esto parecía una guerra. Una de las plomamentazones fue en la plaza y parecía que había sido dentro de la casa (Casa Parroquial). Esto fue un choque de sentimientos, no sabía si salir a correr o llorar. La gente gritaba. Era horrible. Uno siente pavor y todo pero qué va a hacer uno. Solo hay que encomendarse a Dios”, exclamó Martínez, haciendo gala  de la postura eclesiástica.

Esta no era la primera vez que la iglesia recibía la visita de la autoridad, sin una orden judicial de allanamiento. Hace dos años los funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc) violentaron las puertas del templo.

“Según ellos, me tenían de rehén. Rompieron la puerta y lo que encontraron fue al coro ensayando. Yo estaba visitando un enfermo. Ni siquiera vinieron a disculparse después. Aquí no hay respeto de nada”, espetó.

Después, el silencio

Un Poliguárico aprovechaba que los kioscos de comida rápida prendieron sus bombonas. Los puestos de perros calientes y hamburguesas le quedan a pocos pasos del comando de la institución, a un costado de la Plaza Bolívar. Aún así, portaba su Glock 9mm en el cinto.

Allí la muerte de Tovar Colina era un hecho lejano, pero latente.

El martes 3 de mayo de 12:00 am a 4:00 am, los cortes programados por Corpoelec no fueron un problema para el operativo. Los uniformados estaban preparados y tenían faros para iluminar los caminos de lo que parecía una zona de guerra instalada en el sector Juan Ángel Bravo (a siete cuadras del centro), según relataron los lugareños.

Isaura contó que a media noche escuchó la segunda tanda de tiros. A pesar de la angustia, quería saber lo que sucedía afuera, por lo que tuvo que abrir dos huecos en una lona blanca que funcionaba como pared, para poder curiosear el procedimiento policial que estaba en búsqueda de “El Picure”.

A las 5:00 am no se escuchó el cantar del gallo. El ruido de un convoy alertó nuevamente a los vecinos. Un camión NPR, parecido a un 650 pero con una tela verde, pasó repleto de funcionarios castrenses. Uno de ellos resbaló del vehículo, cayó al asfalto y su fusil paró al piso. “Tuve miedo que por ese accidente se accionara el arma. Gracias a Dios eso no ocurrió”, dijo Isuara.

Su valentía se acabó cuando vio cómo cinco funcionarios sacaron un arma calibre .50 (utilizada solo en conflictos armados) y lo instalaron en el techo del NPR. “Allí sonaron balas de FAL, AK 47, AR 15, P90. Uno sabe porque aquí todos comentan de qué armas son los tiros y también cuando vemos a los de la banda”, explicó.

Una vecina con 50 años sufrió bajas y altas de tensión durante los siguientes tres días, por esas 19 horas de detonaciones.

Algunos dicen que el toque de queda fue por prevención de los habitantes. El martes 3 de mayo nadie salió de sus casas porque “el gobierno” rondaba por el pueblo. Otros indicaron a Efecto Cocuyo que los militares disparaban al aire cuando veían a los habitantes deambular por las calles.

“¡Victoria, victoria!”, “¡lo matamos, matamos a ese mamaguevo!”, “se acabó la leyenda”. Con estas consignas se enteraron los vecinos a las 3:00 pm de que “El Picure” había muerto. Las cornetas de los carros, el rugido de las motos y el silbido de las pistolas acompañaban los gritos. Los funcionarios hacían sonar sus armas de batalla en señal de triunfo.

La vida después de El Picure

En El Sombrero hay comercios de ropa, bisutería y comida. Hay licorerías, charcuterías, zapaterías, peluquerías y panaderías. Funcionan cinco agencias bancarias, cinco escuelas y un liceo; un hospital y un Centro de Diagnóstico Integral (CDI). Todo estuvo abierto el sábado 7 de mayo. Los sitios más concurridos eran los cajeros automáticos y los abastos.

Las patrullas de la GNB, Poliguárico y del Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro (Conas) circularon con sus funcionarios con armas desenfundadas, pero los habitantes no corrían despavoridos para sus casas. Continuaban sus diligencias y sus conversaciones.

El día anterior, en la tarde del viernes 6 de mayo, las cenizas de Tovar Colina fueron entregadas a sus familiares pese a sus denuncias al Ministerio Público de no haber firmado una autorización para ese procedimiento. En la noche, sus dolientes ya estaban en El Sombrero. “No podemos sacarlo para el cementerio porque el gobierno está por aquí”, dijo a Efecto Cocuyo una de las parientes de “El Picure”, quien agregó que pretenden echar los restos al mar.

Como ellos, los allegados de Guillermo, Luis Guillermo, Guillermo José Ascanio, Oswaldo Borges, Rafael Fernéndez, Stanly Fernández, también lloran amargo. Ellos fueron las otras personas a quienes los funcionarios dieron de baja cual delincuentes, pero que el pueblo asegura que eran “sanos”.

“Es verdad, fue una victoria para ellos, pero una desgracia para muchas familias. No me alegro por la muerte de nadie, pero la verdad es que uno siente un alivio porque mataron al desgraciado ese (Tovar Colina)”, exclamó Isaura.

*Nota de los redactores: Los nombres han sido cambiados por seguridad de las fuentes.

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