No tiene otro escudo que las notas del himno nacional. Su casco tricolor tiene estrellas pintadas con spray y la capa roja, hacia adelante, la usa de tapaboca. Apunta su arma, un violín que le regalaron hace una semana, en posición horizontal, como para que las notas les lleguen directo al pecho. La escena es tan poética como surrealista. Un joven insiste entre bombas lacrimógenas, gritos, tropiezos y hedor químico, en tocar el instrumento que le cambió la vida. La imagen le da la vuelta al mundo.
Hasta los 17 años, Wuilly Arteaga no tuvo acceso a la televisión, al teléfono, a una computadora o a Internet. Su familia profesa una religión que los obligaba a mantenerse aislados del mundo, recluidos en el templo; solo salían en ocasiones muy puntuales. Asegura que esta creencia no tiene denominación, no tiene nombre conocido; pero en la práctica, vivía encerrado e incomunicado.
Justo antes de cumplir 18, como un acto supremo de rebeldía, el joven buscó trabajo en el lugar en donde se consiguen todas las transgresiones condensadas al alcance de un dedo: un cibercafé.
“Un día estaba trabajando y escuche el dibujo animado de Barbie y El Cascanueces y me empecé a interesar por la música clásica. Busqué videos por Internet. Luego vi un concierto del maestro Gustavo Dudamel y ahí fue cuando comencé a reunir para comprarme mi violín”. Se acercó al Sistema de Orquestas pero era demasiado mayor para ingresar. Entonces, se sentó todas las tardes en una plaza cercana a la sede para practicar; hasta que una profesora lo escuchó, se le acercó y le preguntó: ¿quién eres tú?.
Video: Iván Reyes
La pasión por la música se apoderó completamente de su tiempo. “Estudiaba casi 24 horas al día. Practicaba hasta las 3 de la mañana, mientras mi papá amenazaba con reventarme las cuerdas o me rompía los cd´s”. A los 20 años hizo la audición para la Orquesta Sinfónica Juvenil de Caracas; cuenta con orgullo que viajó por siete países europeos, conoció Nueva York. También llegó a coincidir con Armando Cañizales, el joven asesinado el 3 de mayo, mientras protestaba en contra del Gobierno.
“No lo conocí, pero lo veía siempre. Todas las cosas que me han pasado me han hecho valiente; pero la verdad es que la única vez que sentí miedo fue cuando lo mataron. Parecía que se me iba la esperanza, que me apagaban las luces. Pensé ‘ya ni siquiera la música puede parar esto’. Sin embargo, durante su entierro, la esperanza me volvió”, dice el joven de 23 años que se convirtió en uno de los símbolos de la lucha no violenta del conflicto venezolano.
Video: Iván Reyes
“Nunca pensé que iba a llegar a una manifestación a exponerme tanto y a dar un concierto en esas condiciones. Naturalmente, ningún artista espera tocar en una batalla”; pero en su caso pasó de forma casi natural.
Arteaga tenía un año sin violín. Asegura que lo perdió y no tenía cómo adquirir uno nuevo. En ese tiempo aprovechó para desarrollar otras disciplinas: el canto, el piano, escribió canciones. Se encontró con otras expresiones musicales. Hace dos semanas, aproximadamente, le regalaron un violín en Barquisimeto y es entonces cuando se topa con la protesta que lo lanzaría a la fama.
“Nunca dejé de tocar. Tampoco sentí molestia o coraje por las personas que me estaban lanzando las bombas lacrimógenas. La idea mía es crear paz y unidad. La música no era solo por los manifestantes, sino para Venezuela toda. Esa persona que me está reprimiendo, para ellos también va mi música. Porque lo que quiero es unir. Yo sé que un violín no va a salvar el mundo, pero estoy seguro que mucho hace”, explica al referirse a aquel 9 de mayo cuando fue captado por varias cámaras, mientras interpretaba el himno nacional, en medio de una inclemente lluvia de lacrimógenas y represión.
Antes de eso, ya había acompañado a algunos de los muchachos que manifestaban. Con o sin instrumento se sumaba a las millones de gargantas que se pronuncian en contra de Nicolás Maduro. “Creo que la música, el sonido, les llega, les toca su sensibilidad y piensan más en el objetivo de su protesta: una Venezuela por la que sí vale la pena luchar“.
Pero esta no es la primera vez que el joven ejecutante lleva su arte a la calle. Antes se redondeaba con conciertos improvisados en plazas y avenidas. “La gente anda preocupada por la comida o la inseguridad y de repente, cuando menos te lo esperas, te consigues la música y gracias a eso sonríes y te vuelve la esperanza. Allí es cuando uno se da cuenta de que no hay un arma tan fuerte como la música”.
Considera este período de gran aprendizaje. “Fue una de las cosas más hermosas que he hecho con mi música. Estás tocando para personas que no conoces, gente que aplaudía o lloraba. No es común encontrar estos sentimientos tan auténticos y espontáneos en una sala de conciertos“.
También se topó con personas en situación de calle, a ellos les ofreció conciertos. Para ellos quiere trabajar. Tiene en mente crear una fundación para descubrir el talento escondido de músicos desconocidos y para proveer a los que no tienen nada, de alimento para el alma.
“Con la música tienen una razón más para seguir resistiendo. Ahora mi compromiso es mucho mayor con mi país, voy a seguir en las manifestaciones. Voy a complementar el trabajo musical con el social y voy a servir de puente para los demás. Voy a ayudar de todas las formas posibles a que la resistencia se mantengan firme” dice Arteaga. “Ahora, mas que seguir luchando, voy a insistir para que la lucha se acabe”.