A 212 años del suceso histórico del 19 de Abril de 1810, publicamos nuevamente el ensayo sobre la vida del padre José Madariaga, figura clave de este acto proindependentista, incluido en el libro Civiles, del historiador Rafael Arráiz Lucca.
La vida de José Cortés de Madariaga está poblada de acontecimientos tan azarosos que bien podría ser un desafío para los astrólogos. Nació en Santiago de Chile el 8 de julio de 1766 y falleció en Río Hacha en la primera semana de marzo de 1826. Precisar el día hasta ahora ha sido imposible, así como ubicar el lugar exacto donde reposan sus restos. Murió a los 60 años, de causa también desconocida. Esta bruma que imanta su fallecimiento no hay manera de despejarla, ya que los registros de Río Hacha fueron consumidos por el fuego y la partida de defunción del chileno no aparece.
Algunos señalan que la manigua sepultó la tumba donde podría estar enterrado y ahora no se sabe dónde reposan sus restos, si es que alguna otra calamidad no los mudó de sitio. Otros dicen que reposaban en una ermita en el cementerio local, pero que ésta se derrumbó hace años y las osamentas se las llevó el agua corriente; y no faltan quienes apuntan que están en algún recodo de la plaza de Padilla. Tres hipótesis sin corroborar, pero que revisten menor importancia frente a otros enigmas que nos esperan en su peripecia vital.
Su padre, Francisco Cortés Cartavio, había nacido en Trujillo (Perú) y casó con una señorita principal de la sociedad chilena: María Mercedes de Madariaga y Lecuna. La pareja tuvo diez hijos, de los cuales José Joaquín Cortés de Madariaga fue el cuarto. La familia era católica en grado superlativo, al punto que no fue José el único sacerdote de los hermanos; también lo fue el mayor, Francisco, así como María Encarnación fue monja y Pedro, fraile. Si la vocación religiosa acompañó a cuatro de los Cortés de Madariaga, la distinción social cabalgaba parejo.
De modo que no hay manera de señalar una infancia sufrida que nos conduzca a hacer la apología del hombre que “vino de abajo” o se “hizo solo”. Por el contrario, la singularidad de su periplo reside en la parábola contraria. Más aún, su familia dibujará la parábola contraria, ya que de la opulencia pasaron a bordear la indigencia, por circunstancias que sería innecesario relatar, pero que ocurrieron cuando ya el niño José había franqueado la puerta de la primera juventud.
Es poco lo que se sabe de su infancia, más allá de una caracterización que no nos resulta cierta: “de salud delicada y enfermiza en su infancia”. La experiencia nos lleva a saber que cuando se dice esto, que es muy común entre los biógrafos de antes, es porque no se conoce verdaderamente la infancia del personaje. De cualquiera puede decirse esto. Lo que sí puede afirmar es que el ambiente en que creció Don José fue forzosamente católico, lo que ha debido trazarle unos límites signados por la obediencia, cierto autoritarismo paterno, encierros, prevenciones y las otras prácticas comunes de su tiempo en un ámbito eclesial. Tan es así que fue entregado al obispo Manuel Alday para que viviera con él, en condición de familiar y asistente, durante años, antes de ordenarse sacerdote, así como educando en asuntos religiosos. La muerte de Alday impidió que fuese él quien ordenara al discípulo, cosa que hizo su sucesor: Blas Sobrino y Minayo.
La suerte no acompañó al futuro canónigo Cortés en Chile. Una vez ordenado, sus aspiraciones dentro de la jerarquía eclesiástica no le fueron complacidas. Se le negó la Cátedra de Moral y se le obstaculizó la de Maestro de Sentencias. Luego, en 1798 se le complicó la Cátedra de Decretales, discutida por otro sacerdote de mayor peso político. Ya a los 28 años las barreras que se le habían atravesado en el camino le han podido llevar a pensar que Chile no era su espacio propicio.
Fue entonces cuando, en 1794, Cortés tomó una decisión que cambió su vida para siempre: irse a España para gestionar personalmente la decisión, por parte del Rey, de su destino como pastor de almas. Ignoraba al embarcarse en Buenos Aires, después de remontar la cordillera entre Santiago y el puerto, que jamás regresaría a su ciudad natal. Estaba concluyendo la primera etapa de su vida. Por cierto, casi la misma edad en que Andrés Bello abandonó Caracas para siempre. Curiosa simetría: Bello se va de 29, Cortés de 28. Bello se realiza en Londres y Santiago, años después; Cortés en Cádiz, Caracas, Ceuta, Kingston y Río Hacha.
La experiencia europea
La mayor parte de sus años españoles los pasó Don José en casa del escritor chileno Nicolás de la Cruz, en Cádiz. Allí, al parecer, entró en contacto con las logias masónicas lautaristas que Francisco de Miranda animaba desde Londres, creadas a partir de 1797. De aquellos años, lamentablemente, nada se conserva como prueba documental de su participación en ellas; evidentemente, se trataba de unas sectas masónicas que se protegían bajo el manto del secreto y difícilmente dejaban rastros escritos. Suponemos que formó parte de ellas porque él mismo aludió a su vieja amistad con Miranda muchos años después (1811), en San Carlos, en el llano venezolano, pero no faltan detractores del canónigo que lo niegan. Aquellas logias se denominaban lautaristas por Lautaro, naturalmente, el aborigen rebelde chileno que enfrentó con éxito a los españoles en el siglo XVI, pionero de las luchas por la independencia. Lo que tramaban las logias era la libertad de las provincias españolas en América.
Por supuesto, en aquellos años el sacerdote viajó por Europa. Estuvo en Londres, París y Roma. En esta última el Papa lo nombró Protonotario Apostólico: una distinción señalada que confiere la Iglesia Católica a sus hijos predilectos. Antes, por Cédula Real del 17 de agosto de 1800 el Rey de España decidió en torno a la disputa que trajo a Cortés a la península. Para su querellante Eizaguirre se otorgó una Fiscalía y para Don José “una prebenda de merced en el coro de la Catedral de Santiago.” Como vemos, no se le otorgó la cátedra universitaria que buscaba denodadamente desde Chile, pero se le dio una canonjía, lo que le confirió el título de Canónigo.
¿Por qué no regresó de inmediato a Chile a ejercer su canonjía? No contamos con explicación documentada, pero sospechamos que su inmersión en el mundo conspirativo le había abierto los ojos en torno a muchos aspectos antes desconocidos y, pareciera que el deseo de ejercer en su ciudad natal aminoró o fue trocado por otro. No faltan quienes apuntan que se trató de una decisión de Miranda, quien al enterarse de la vacante de la canonjía de la Catedral de Caracas trabajó para que se le otorgara a Cortés, en vez de la de Chile.
Pero Vicuña Mackenna apunta lo contrario, dice que llegó a Costa Firme, en Venezuela, fruto de un naufragio que lo aventó y estando en Caracas se produjo el cambio de canonjía. ¿A quién creerle? En todo caso, el 6 de mayo de 1803 se expidió nueva Cédula Real que le otorgaba la canonjía de la catedral de Caracas, ciudad en la que ya estaba, según Vicuña como consecuencia de un naufragio, según los seguidores de “teorías de la conspiración”: una trama urdida por el Precursor. Nosotros, humildemente, creemos más en el accidente marítimo.
La hipótesis del naufragio la refrenda el propio Cortés en 1817, en manifiesto escrito en Jamaica y dirigido a los chilenos, donde explica porque finalmente jamás llegó a su país. Suscribe la tesis del naufragio y el enamoramiento que le produjo Caracas. No obstante esta tesis, no podemos olvidar que la otra era inconfesable, ya que la masonería era anatema para la Iglesia Católica, así como la conspiración contra la corona española en América. Imposible que Cortés suscribiera la tesis de muchos historiadores venezolanos, que interpretan su llegada a Caracas como parte de la conspiración mirandina.
En caso de ser cierta su filiación secreta con Miranda, esta no operó eficientemente en 1806, cuando el Precursor llegó a Ocumare y Coro y no halló respaldo de nadie, fracasando en la intentona, como sabemos. De ser cierta esta relación secreta, Cortés ha debido estar esperando a su Precursor y, por el contrario, no se le acusó entonces de connivencia con el caraqueño. Algunos historiadores proclives a la fábula lo imaginan tejiendo una red de relaciones en silencio durante ocho años (1802-1810), pero la verdad es que no hay pruebas de tal tejido. Si hay constancia de que era un canónigo respetado y querido, con buena amistad con los mantuanos (la élite caraqueña que lideró la gesta de independencia) y que, llegado el momento, actuó a favor de sus convicciones liberales.
El 19 de abril de 1810 en Caracas
La participación de Cortés de Madariaga el 19 de abril de 1810 fue más allá de la anécdota con que suelen reducirla los libros de historia signados por la elementalidad. En aquella oportunidad en que el Capitán General Vicente Emparan, sostenido por la Regencia en ausencia de Fernando VII, quien había abdicado a favor de José Bonaparte en los sucesos de Bayona, salió al balcón a preguntarle al pueblo reunido en la Plaza Mayor de Caracas si quería seguir siendo gobernado por él, el pueblo dijo no, ya que el canónigo hizo la señal negativa con la mano detrás de la cabeza de Emparan.
El Capitán General sale a consultar al pueblo después de que Cortés ha dado un discurso imprecatorio de su autoridad en el Cabildo, en el que también ha zarandeado a los cabildantes, intentando despertarlos para que entiendan la importancia de la coyuntura y pide la renuncia de Emparan. Su argumento es contundente: no puede gobernar Emparan en nombre de un Rey depuesto, la soberanía está en manos del Cabildo. Ante la embestida de Cortés, Emparan se siente acorralado y cree resolver la situación preguntándole al pueblo reunido en la plaza (a quien cree su seguidor) y, en efecto, éste iba a decir que sí quería continuar bajo su mando, pero la autoridad del canónigo, detrás de Emparan, moviendo las manos en señal de desaprobación, salvó la situación a favor de los juntistas, como señalamos antes.
Su participación en los hechos que se suceden también es principal. El Cabildo reunido forma la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, que se propone gobernar en ausencia del Rey a quien se le había entregado la soberanía. Se forma gobierno de inmediato y muy pronto se convocan a elecciones de diputados en las provincias restantes que suscribieran esta tesis. De allí surgió el Congreso que se tornó constituyente y fundó la República de Venezuela el 5 de julio de 1811.
El Tratado Lozano-Cortés: el primero firmado entre Colombia y Venezuela
Entre las autoridades estaba Cortés, en su condición de diputado por el Clero y el Pueblo ante la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII. Las nuevas autoridades le encargan a Cortés de Madariaga una misión principal: viajar a Bogotá a enterar a los neogranadinos de la situación venezolana y firmar un tratado entre ambos gobiernos, ya que los sucesos del 20 de julio en Bogotá eran de tal naturaleza similares a los de Caracas, que se hacía necesario el vínculo formal y jurídico entre ambas naciones en trance idéntico.
Circula la hipótesis que señala la escogencia de Cortés como una manera de alejar al canónigo de los asuntos caraqueños, ya que al parecer su vehemencia no era bien vista en aquellas circunstancias. No sabemos si esto es cierto, pero el chileno acepta el encargo con orgullo y parte de Caracas el 21 de diciembre de 1810 rumbo a la sabana de Bogotá. Por otra parte, no fue esta la única misión: Juan Vicente Bolívar y Telésforo Orea van a los Estados Unidos; Vicente Salias y Mariano Montilla a Curazao y Jamaica y Andrés Bello, Luis López Méndez y Simón Bolívar viajan a Londres. Sin embargo, de la única misión que queda firmado un Tratado es de la de Cortés, ya que se trata de Nueva Granada y Venezuela, naciones hermanas.
Estando en San Carlos, en enero de 1811 en camino a Bogotá, se entera de la llegada de Francisco de Miranda a Caracas, procedente de Londres. Viene con el objeto de terciar a favor de la creación de la República, y Cortés lo secunda y avala con fervor desde una escala de su viaje. En esta ciudad llanera pronunció una arenga que es necesario reproducir: nada más diciente de su carácter que estas palabras, así como de su mirandismo militante: “¡Siempre colonos! ¡De día en día más degradados, más oscurecidos, más miserables! ¿Qué pueblos son éstos condenados por el destino a una perpetua servidumbre? No, no hay destino: la Divina Providencia dirige todas las cosas, y no es la voluntad del Ser Supremo que los pueblos sean esclavos… La mano invisible nos ha conducido al hombre que necesitábamos: devuelve a los patrios lares el genio extraordinario de la guerra y el consejo: Miranda está entre nosotros… Yo me glorié de ser americano cuando vi, cuando traté a este hombre…”
Recordemos que Miranda llega a caracas en diciembre de 1810, después de haber recibido en Londres, en su casa de Grafton Way, a la delegación venezolana citada antes, enviada por la Junta a explicarle al Reino Unido la situación venezolana. Recordemos que la alusión que hace Cortés de su trato con Miranda ha debido ocurrir en Londres, aunque su influencia la sintió en Cádiz, cuando supo por primera vez de las logias lautarinas. El mirandismo de Cortés es indudable, anotémoslo.
En su paso por Mérida Cortés es arrestado por el obispo realista, pero logra zafarse y sigue su camino. En Pamplona escribe y envía un oficio a Bogotá, avisando de su pronta llegada y el objeto de su visita. Desde la ciudad se expiden oficios de alborozo por su próximo arribo y se designan comisiones para recibirlo. El canónigo llega a la ciudad a mediados de mayo de 1811 con la credencial firmada por el entonces presidente de la Junta en Caracas: Martín Tovar Ponte. Pero más interesante aún es la misiva que llega firmada por Miranda el 22 de enero de 1811 y dirigida a la Junta Suprema del Nuevo Reino de Granada. En ella se lee: “El canónigo doctor D. José Cortés de Madariaga, que hace poco tiempo salió de esta ciudad para esa capital, y va encargado de una importantísima comisión, dirá a V.A. cuanto yo podría sugerir en ésta, acerca de una reunión política entre el reino de Santa Fe de Bogotá y la Provincia de Venezuela, a fin de que, formándose juntas un solo cuerpo social, gozásemos ahora de mayor seguridad y respeto, y en lo venidero de gloria y permanente felicidad.” Como vemos, una prueba más de la idea integracionista mirandina original, luego retomada por Bolívar.
El Tratado se firma el 28 de mayo de 1811 y se refrenda el 7 de junio del mismo año entre Cundinamarca y Venezuela y se denomina “Tratado de Alianza y Federación”, lo que señala su espíritu liberal en la medida en que el Federalismo es expresión de la impronta liberal. En él ya está la modalidad Departamental que luego acogió Bolívar en clave centralista, no federativa como sí se consagra en este Tratado. Se lee en el texto: “Habrá amistad, alianza y unión federativa entre los dos Estados, garantizándose mutuamente la integridad de los territorios de sus respectivos Departamentos, auxiliándose mutuamente en los casos de paz y guerra, como miembros de un mismo cuerpo político, y en cuanto pertenezca al interés común de los Estados federados.”
Es evidente que la integración que están acogiendo los firmantes del Tratado, Jorge Tadeo Lozano y José Cortés de Madariaga, es federal. Muy distinta a la que asumió Bolívar a partir de 1819, siempre en concordancia con su impronta radicalmente centralista.
Una semana después de refrendado el Tratado (el primero que firman las proto-repúblicas de Colombia y Venezuela), Cortés emprende el viaje de regreso. Parte el 14 de junio de 1811 y toma un camino diferente al que escogió para venir a Bogotá. De su viaje queda constancia en un texto intitulado Diario y observaciones del Presbítero José Cortés de Madariaga en su regreso de Santafé a Caracas, por la vía de los ríos Negro, Meta y Orinoco, después de haber concluido la comisión que obtuvo de su Gobierno para acordar los Tratados de alianza entre ambos Estados. Llega a Caracas hacia finales de año, cuando ya la República es un hecho y la reacción realista, también. Entonces se pone a las órdenes del General Miranda, a quien muy pronto le encargaran en condición de Generalísimo la defensa armada de la República naciente.
Huelga referir aquí los episodios que condujeron a la pérdida de la República de Venezuela en julio de 1812, así como no es el espacio para narrar los hechos lamentables en que Bolívar y sus compañeros entregan a Miranda en manos de Monteverde el 31 de julio de 1812. Por su parte, Cortés de Madariaga intenta escapar de las manos del feroz español y no lo logra. Es hecho preso junto con Juan Germán Roscio, Juan Pablo Ayala, Juan Paz del Castillo, José Mires, Manuel Ruiz, José Barona y Francisco Isnardi, a quienes Monteverde denomina “los ochos monstruos” en carta enviada a la Regencia sustituta de Fernando VII. Dice: “Presento a V.A esos ochos monstruos, origen y primera raíz de todos los males y novedades de la América, que han horrorizado al mundo entero; que se avergüencen y confundan delante de la majestad y que sufran la pena de sus delitos…”
Preso en Ceuta
El canónigo pasa cuatro meses en las mazmorras de La Guaira, de allí es enviado a Cádiz, donde transcurren siete meses de encierro y, finalmente, es destinado a Ceuta, en el norte de África, donde cumple la condena. De Ceuta logran escaparse a Gibraltar cuatro de los “ocho monstruos”: además de Cortés, Roscio, Paz del Castillo y Ayala, pero el Gobernador británico de Gibraltar los apresó de nuevo y los entregó a sus carceleros, para no entrar en conflicto con las autoridades españolas, aparentemente. Nueva desgracia. No obstante, Thomas Richards, un comerciante inglés que iba y venía de Cádiz, amante de la causa independentista americana (¿sería masón?), abogó por ellos en Londres y logró el respaldo de las máximas autoridades. Estas, después de meses de negociaciones, lograron la libertad de los fugitivos de Ceuta. A todas luces, fue una concesión de España ante las peticiones de Gran Bretaña.
El 21 de noviembre de 1815 salieron en libertad. Habían estado presos un poco más de tres años. Cortés zarpó de Ceuta hacia Londres y de allí hacia Saint Thomas y luego a Jamaica. Allí está a comienzos de 1816. Los británicos le han hecho saber a diferentes patriotas, incluido Bolívar, que la constitución de un Gobierno era una formalidad indispensable para un reconocimiento internacional. Cortés se toma muy en serio esta sugerencia y se desplaza a Margarita, a donde llega en abril de 1817 con un proyecto in pectore. Busca de inmediato al Libertador de Oriente, Santiago Mariño, y le formula su propuesta.
El Congreso de Cariaco
El canónigo le propone regresar al esquema federal de la Constitución de 1811 y a Mariño le parece bien, ya que era más proclive a cualquier forma constitucional que mejorara su situación en desmedro de la de Bolívar. Deciden, entonces, organizar el Congreso (entre el 8 y el 9 de mayo de 1817) y nombrar autoridades sobre la base de las instituciones de cinco años antes. Se forma un triunvirato integrado por Fernando Rodríguez del Toro, Francisco Javier Mayz y Simón Bolívar (sin consultarle, obviamente). Mariño es designado Jefe Supremo del Ejército y Luis Brión de la Armada. En la asamblea estuvieron presentes Francisco Antonio Zea, Diego Bautista Urbaneja, Luis Brión, Manuel Isava, Diego Vallenilla, Francisco Xavier y Diego Alcalá, Manuel Maneiro, Francisco de Paula Navas y, por supuesto, Cortés de Madariaga.
Bolívar en cuanto se enteró de la ocurrencia del Congreso y del proyecto federal, que fueron concebidos sin su consentimiento, los desechó rotundamente con su silencio. Como era de esperarse y, en lo sucesivo, ya apuntalado el caraqueño en Guayana, después del fusilamiento de Piar (el 16 de octubre de 1817), dominando un vasto territorio y con el apoyo de una mayoría que no siguió a Mariño y a Cortés en la aventura, el Congreso de Cariaco y sus decisiones fueron quedando en el olvido, en letra muerta.
En carta fechada el 6 de agosto de 1817 y desde Angostura, Bolívar se dirige a Martín Tovar Ponte, su viejo amigo, y le dice que por fin se cuenta con “Guayana libre e independiente” y le relaciona lo que esto significa para el futuro de sus proyectos. En cuanto a Cariaco, afirma: “El canónigo restableció el gobierno que tu deseas y ha durado tanto como casabe en caldo caliente. Nadie lo ha atacado y él se ha disuelto por sí mismo. En Margarita lo desobedecieron; en Carúpano lo quisieron prender; a bordo lo quisieron poner en un cañón, se entiende para llevar azotes; aquí ha llegado y aun no se le ha visto la cara porque sus individuos se dispersaron, no de miedo sino de vergüenza de que los muchachos lo silbasen. Yo he usado la moderación de no haber escrito ni una sola palabra, ni de haber dicho nada contra el tal gobierno federal y, sin embargo, no ha podido sostenerse contra todo el influjo de la opinión. Aquí no manda el que quiere sino el que puede.”
Bolívar desaprobaba con su silencio el proyecto federal de Cortés y Mariño, pero con ello no pasaba por alto que su mando no era unánime. Una vez más Mariño se lo hacía saber; ahora un presbítero también. Si en 1812 al federalismo lo atajó un contradictor tenaz, ahora el mismo seguía en su negación. Curiosamente, se ha dicho que el centralismo de Bolívar era netamente caraqueño, mientras el federalismo de los otros era provinciano, pero si bien puede haber algo de cierto en esto, vemos como Tovar, más caraqueño y mantuano imposible, se inclinaba por el federalismo. No hay manera de que a un espíritu autoritario le convenza el federalismo o cualquier forma de descentralización del poder. Eso está muy claro, también lo está que una guerra es más probable ganarla con unidad de mando que con dispersión, como pensaba Bolívar; es más probable el triunfo si la estrategia se centraliza y se coordina.
El Congreso de Cariaco, para desgracia de Cortés, ocurre cuando la unanimidad de mando buscada por Bolívar está consolidándose y, como dijimos antes, se corona con el fusilamiento de Piar, que deja muy claro que la disidencia frente al Libertador se paga con la vida. Escarmentados y advertidos quienes le discuten a Bolívar su liderazgo, sus destinos a partir de entonces se ensombrecen. Es el caso de Cortés, quien tuvo que regresar a toda carrera a Jamaica, ya que el Libertador quería apresarlo y juzgarlo. Así se lee en carta de Bolívar al Comandante General de Guayana, dice: “en el momento mismo en que sepa que el canónigo José Cortés de Madariaga ha arribado a cualquiera de los puertos o pueblos de esa provincia, lo haga Ud. asegurar y conservándole privado de comunicación, me dé parte, sin pérdida de tiempo, para comunicarle el modo con que debe ser tratado y remitido a la capital para ser juzgado. Dios guarde a Ud. muchos años. Simón Bolívar.”
Otra vez Jamaica
No contamos con el relato de su traslado a Jamaica, pero dada la orden del Libertador ha debido ser precipitado. En todo caso, el canónigo pasa dos años en la isla buscando dinero para seguir su destino. Escribe cartas solicitando recursos para irse a Washington, no lo logra; luego intenta regresar a Chile, tampoco lo logra. Es obvio que la iniciativa del Congreso de Cariaco lo ha colocado en el andén contrario a Bolívar y éste, por su parte, después del fusilamiento de Piar y las victorias de Pantano de Vargas y Boyacá, ha consolidado su poder omnímodo. No obstante, el chileno se sobrepone a sus intentos fallidos y decide empuñar la espada: se enrola en la llamada Expedición del Magdalena, en marzo de 1819, comandada por Mariano Montilla, quien lo acoge.
Antes, estuvo tramando un nuevo proyecto en asociación con Luis Aury, francés al mando de una flotilla en busca de destino. Un corsario, dirán sus malquerientes; un patriota, sus amigos. En todo caso, es un hecho que participó en muchas aventuras patriotas en la costa caribeña. De regreso del Río de la Plata el Comodoro Aury recala en Jamaica, donde traba amistad con Cortés, y éste se presenta como Ministro Extraordinario de las Repúblicas Confederadas de Buenos Aires y Chile, en 1818. Investido de autoridad, el canónigo exhorta al francés a tomar el archipiélago formado por las islas de Providencia, Santa Catalina y San Andrés y éste lo hace, enarbolando los pabellones de Buenos Aires y Chile, de acuerdo con Cortés. Desde allí se propone tomar Portobello, con el objeto de dominar el istmo de Panamá. De todo ello informa Cortés a O,Higgins, aludiendo que se trata de un viejo proyecto no realizado antes.
Aury navega desde sus posesiones insulares a Jamaica en busca de Cortés y luego zarpan juntos hacia Santa Marta. Allí decide el canónigo sumarse a la expedición de Montilla que viene de Margarita. Las vicisitudes de Aury y sus encontronazos con el Almirante Luis Brión son tantos y tan variados, que merecen un capítulo aparte. Lo mismo ocurre con otro personaje de novela: Sir Gregor Mac Gregor. Todas estas biografías se cruzan en algún momento: Aury, Mac Gregor, Cortés, Brión, Padilla, Codazzi; todos personajes fascinantes y poco estudiados, quizás ensombrecidos por la gloria única de Bolívar. Y será el Libertador, por cierto, quien dé al traste con las aspiraciones de Aury, a instancias de Brión, cuando le ordena irse de Colombia en virtud de que sus servicios corsarios ya no son bien recibidos. No obstante, en audiencia concedida por el Libertador a Aury en Bogotá, a donde ha subido acompañado por Agustín Codazzi, convienen en que Aury concentre sus acciones en Centroamérica, cosa que hace en lo sucesivo, y zarpa hacia sus dominios de la isla de Providencia y allá muere, en 1821, al caerse de un caballo. Le tocará a Codazzi el trámite ante sus descendientes y el finiquito de la división corsaria del Comodoro Aury. Un personaje digno de mejor destino y recordación que, vaya suerte, se enfrentó a Bolívar en Haití cuando se organizaba la Expedición de los Cayos.
En Cartagena, con Montilla
Los primeros intentos de la expedición que zarpa de Margarita con el objeto de vencer al Virrey Sámano y los suyos en la costa colombiana fracasan por varias razones, pero la principal será el motín de los irlandeses que se niegan a continuar batallando si no les pagan sus salarios. No obstante, Montilla insiste y después de meses de asedio e intentos, sin el apoyo de la legión irlandesa que deserta y se va, logra controlar a Santa Marta y Cartagena.
Bolívar le envía una carta a Montilla desde Cúcuta el 21 de julio de 1820. En ella lo felicita y le dice que solicitará para él el ascenso a general, dados sus logros en la costa. Elogia a Brión, quien lo acompaña en la aventura. Le prescribe los objetivos a cumplir: “la seguridad del magdalena es el primer objeto de Ud.; el segundo, asegurar la ciudad de Santa Marta, y el tercero, bloquear a Cartagena.” Las indicaciones siguen en el párrafo y concluyen con un juicio invariable: “El Canónigo es loco y debe tratarse como tal.” Es evidente que sabía que Montilla lo había incorporado a la Expedición; no se atreve a mandar a detenerlo, como había hecho antes, pero no deja de asestarle una calificación denigratoria. Por supuesto, el canónigo no era loco, pensaba distinto a él. Finalmente, Montilla, Brión, Padilla, Córdova, Hermógenes Maza y José Carreño alcanzaron los objetivos trazados en octubre de 1821, cuando las banderas que ondeaban en los castillos de Cartagena eran las tricolores diseñadas por Miranda.
El final en Río Hacha
Cortés de Madariaga quedó en Santa Marta y después recaló accidentalmente en Río Hacha, como veremos luego. Desde allí intentó, otra vez, sobreponerse a las penurias. Trató que el Congreso reunido en Cúcuta le asignara un estipendio fijo, pero no se le concedió, por más que quien lo solicitó fue el general Santander. Envió cartas pidiendo que la curia caraqueña le fijara una pensión por los servicios prestados, pero tampoco alcanzó el cometido, también respaldado infructuosamente por Santander.
Será el propio Cortés quien nos aclare por qué quedó varado en Río Hacha. Él mismo se lo explica al Vicepresidente Santander en carta del 1 de mayo de 1822. Afirma: “En 17 de julio del año próximo pasado fondeé en ésta por resulta de una trágica arribada que me distrajo de las costas de Maracaibo, a donde me dirigía desde Santa Marta, para seguir al Congreso de Cúcuta; y no habiéndose presentado ocasión segura para emprender nuevo viaje durante meses; cuando la hubo, en octubre del mismo año, se recibió aquí carta de cierto diputado de la asamblea nacional, en que participaba, que aquella debía ponerse en receso: esta novedad me aconsejó el detenerme, para esperar los resultados, y siéndolo conformes con el anuncio, contemplé ya inútil mi comparecencia en lo interior.”
De 1824 datan misivas melancólicas dirigidas a José Eugenio Cortés en Filadelfia. Citemos una sola: “Me tiene Ud., pues, tres años en este andurrial del Hacha, esclavo de amargas circunstancias, en medio de la decantada libertad civil que brinda Colombia, cuyo gobierno me ha pretermitido enteramente y privado aun de la asistencia de mis rentas canonicales, que en cuatro años de emancipado Caracas, no he podido conseguir que se me abonen; por manera que sufro las mayores privaciones y no diviso el modo de evadirme de este caos de angustias y continua aflicción para vivir: de Chile todo lo ignoro; y estoy reducido a un estado peor que si me hallase en algún presidio de África.”
No obstante, enterado el Vicepresidente de la República de la situación del canónigo, y a sabiendas de que no “era santo de la devoción” de Bolívar, lo designa en enero para ocupar el Deanato de Santa Marta, lo que constituía un honor que le dispensaba el general Santander. No obstante, el canónigo no acepta ya que alega encontrarse en condiciones poco propicias para el trabajo eclesiástico. Evidentemente, el canónigo quería su canonjía, no trabajar en su vejez achacosa. Se sentía enfermo y cansado.
Así lo comprendió Santander y abogó por él ante el Congreso de Colombia, afirmando: “propongo a V. E. que se le declare una pensión decente para su subsistencia durante su vida, pagadera del tesoro público, y que le corre desde el día en que dejó de ser canónigo por su firmeza republicana.” Lamentablemente, la carta de Santander al Senado colombiano no tuvo ningún efecto. ¿No se atrevieron a pensionar a quien Bolívar consideraba un adversario y un “loco”? ¿Nadie se ocupó de instrumentar la petición de Santander? En todo caso, lo cierto es que el Vicepresidente estuvo al tanto de sus penurias e intentó subsanarlas.
Refiere Vicuña Mackenna en su ensayo “El Tribuno de Caracas” que en 1824 el Almirante peruano Ignacio Mariátegui halló a Cortés en Río Hacha. Del encuentro dejó un testimonio elocuente: “encontré a Cortés en 1824, desterrado entre los indios de Río Hacha, y alimentándose solo con hierbas y pescado; pero inflexible en aceptar la política de Bolívar, que anulado por la fuerza el Congreso que él presidiera; y sin querer tampoco regresar a Chile, su patria, porque decía que no quería vivir en países donde se establecían órdenes monárquicas como la Legión de Mérito, la del Sol, trasplantada del Perú, etc, etc. Aquella alma romana prefirió, pues, la muerte en la miseria a la abdicación de sus principios.”
Como señalamos al principio de este ensayo, se desconoce el día exacto de su muerte y dónde reposan sus restos. Entonces, la Gaceta de Colombia del 26 de marzo, publica una nota necrológica exaltando su memoria: “El doctor Madariaga merece los más tiernos recuerdos de los colombianos por su ardiente patriotismo y amor a la libertad.”
¿Qué ocurrió? ¿No compartir las ideas políticas del Libertador tenía un costo muy alto? Evidentemente, Cortés no era “un loco” como lo tildaba Bolívar. Simplemente, desde Caracas (1810) hasta Cariaco (1817), y Río Hacha (1826), creía en el sistema federal de gobierno. Era un liberal cuyos principios no claudicaban bajo ninguna circunstancia, ni siquiera la guerrera, que es la más comúnmente invocada y trabajaba por sus ideales. No obstante, es un hecho irrefutable que el principio de la unidad de mando llevaba al Libertador a considerar enemigo a todo aquel que pensara y obrara distinto a él. Estas diferencias con Bolívar tenían dos consecuencias: la cárcel y el juicio, como ya vimos que lo intentó contra Cortés infructuosamente (no así con Piar) o, también, el ostracismo en el mayor abandono, por más que el general Santander intentara paliar la desgraciada senectud del canónigo chileno, éste fue su final riohachense.
Bibliografía
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- Parra-Pérez, Caracciolo. El régimen español en Venezuela. Estudio histórico. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1964.
- Páginas de historia y de polémica. Caracas, Litografía El Comercio, 1943.
- Perazzo, Nicolás. José Cortés de Madariaga. Caracas, Edición de Autor, 1966.
- Sánchez García, Antonio. José Cortés de Madariaga. Caracas, Biblioteca Biográfica Venezolana, El Nacional.
- Banco del Caribe, n° 62, 2007.
- Vicuña Mackenna, Benjamín. “El tribuno de Caracas”. Caracas, Boletín de las Academia Nacional de la Historia, tomo XI, N° 158, 1957.